Opinión

El fantasma de la corrupción

07 de diciembre de 2016

CorrupcionLa corrupción es un mal endémico que azota a la mayor parte de las naciones del mundo. Armenia no está exenta de ese flagelo que carcome su sociedad permitiendo el enriquecimiento de la clase gobernante y sus amigos; por eso cuando el nuevo primer ministro Karén Karapetian asumió su cargo, un hálito de esperanza se encendió en aquellos que quieren ver su patria liberada de esa práctica que además empobrece a la población.

Hubo varias promesas de enfrentar la corrupción enquistada en todas las capas de un gobierno que no se caracterizó precisamente de preocuparse por ese mal. De hecho, desde hace mucho tiempo distintos medios de prensa gráficos y digitales, además de organizaciones no gubernamentales entregadas a investigar y denunciar hechos ilegales como contrataciones directas, sobrefacturación, nepotismo y muchas otras formas de dañar el patrimonio común, hacen el trabajo que los organismos competentes deberían realizar.

Cada vez que se hace público un nuevo caso de corrupción se hace evidente la complicidad de uno o varios funcionarios públicos designados para velar por los derechos de los ciudadanos, pero que utilizan su estamento para avalar la corruptela que llena sus bolsillos.

En los últimos días salieron a la luz informes oficiales que involucran a exministros de las áreas de Agricultura y Educación en casos donde con la evidente complicidad de los burócratas se dilapidaron millones de dólares en la compra de fertilizantes sobrevaluados o en la impresión de libros y manuales de estudios sin control ni necesidades.

Claro, cuando un simple trabajador, sea éste dependiente de un comercio, oficinista o servidor público, ve cómo su exiguo salario se les escurre de las manos y compara su situación con la de aquellos que se pavonean por las calles céntricas al comando de lujosos vehículos logrados quién sabe con qué medios, su desesperanza crece día a día. Y ni hablar de aquellos jubilados o pensionados que deben sobrevivir con las migajas que el poder les arroja cada mes.

Si realmente existe en las nuevas autoridades ministeriales el deseo de combatir y obtener algún éxito contra la corrupción, deben extremar las investigaciones y encontrar cada uno de los responsables de los miles de desfalcos que sobrevuelan la administración pública. El siguiente paso es denunciar a los sospechados y exigir a la justicia que se expida prontamente al respecto.

Pero también la corrupción contamina los estrados judiciales. Sólo hay que buscar en la prensa las decenas de denuncias de damnificados que a pesar de haber aportado las pruebas de los delitos ocasionados en su contra, ven cómo se demoran los procesos legales que terminan diluyéndose con el obvio beneficio de los delincuentes y sus socios en  los tribunales.

Las mafias están cómodamente instaladas en todos los organismos públicos de supervisión y control. Hay que aceptar sus condiciones y exacciones para poder abrir un comercio o establecer una pequeña industria. Siempre aparece un individuo que dice ser el representante de un pez gordo al que hay que conformar con aportes mensuales cada vez mayores para poder emprender una actividad comercial.

Si la sociedad armenia no enfrenta con decisión la corrupción que asfixia a todos por igual, el futuro será cada vez más sombrío. Los culpables deben ser denunciados y sancionados severamente. Ése es el único camino para que los funcionarios se reconcilien con su pueblo.

 

Jorge Rubén Kazandjian

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