Testimonio del dolor

¿Qué nos reservas aún, Alepo?

01 de noviembre de 2016

MovsesKasbarAleppoDías atrás, cuando tomamos conocimiento de la muerte del joven badaní de doce años, pensamos que ya no podría existir algo más grave. Decenas de adolescentes muertos y la pérdida de dos hermanos de una familia son algo que impactan en nuestro raciocinio y hace que rechacemos creer lo que está sucediendo. Una oscura y amarga realidad que debemos enfrentar.

Pero esta guerra que nos ha sumergido en el mayor de los dolores, viene todavía a exponernos su imagen más dolorosa y brutal.

Dos jóvenes compañeros de la filial de Unión Juventud Armenia de Azadamard de Alepo, dos muchachos espléndidos, entregados a la causa, se han ido para siempre. Pero no podemos conformarnos con decir sólo esto. Para mostrar el verdadero cuadro del dolor debemos expresar que uno de ellos era padre de familia y el otro estaba a punto de constituir su hogar armenio.

Y una vez más inmersos en esta cruel realidad que ya nos es familiar los caídos son personas queridas de nuestro conocimiento.

¿Quién de los que compartieron los campamentos de la Unión Juventud Armenia de Ghmeili, no recuerda en estos aciagos días a Kaspar y a Meghrig? Ya desde su temprana edad en las filas del Badanegán la parejita se había juramentado compartir su vida y de hecho cumplieron esa promesa años después.

Muy poco antes de formalizar su relación amorosa comenzaron a producirse los tristes eventos de Alepo lo que los obligó a postergar su ansiada boda. Meghrig había padecido ya una terrible tragedia cuando tiempo atrás fuera secuestrado su padre en el trayecto entre el Líbano y Alepo. Ese lamentable hecho ya había conmocionado a la joven y el resto de su familia.

Hubo muchas promesas, pero ninguna se hizo realidad. Sin embargo, Meghrig no perdía su esperanza ni un solo instante. “Me casaré cuando mi padre regrese”, decía y soñaba el feliz momento de aproximarse al altar del brazo de su progenitor para unirse en matrimonio con Kaspar.

Pero no sólo su padre no regresó, sino que en el transcurso de cuatro largos años su familia no tuvo noticia alguna sobre su paradero. Así, en medio de la desesperanza, Meghrig debió renunciar a ese sueño -sin perder nunca la ilusión de que tarde o temprano su padre regresara- y la boda finalmente se concretó.

Aún no transcurrió año y medio del momento en que la pareja recuperó sus sueños de comenzar una nueva vida. Apenas tiempo atrás habían celebrado su primer aniversario en medio de la tempestad de la guerra.

Viendo sus rostros felices y contentos, quién podría imaginarse que esta historia de amor tendría este terrible final. ¿Quién podía pensar semejante cosa? ¿Quién podría sospechar que este joven optimista y de buen carácter iba a dejar esta vida de manera tan intempestiva, dejando atrás su amada esposa y a su bebé de apenas cuatro meses de edad que parecía haber llegado a este mundo para inmortalizar el recuerdo de su padre desaparecido.

Y Kaspar… y su entierro con una feliz imagen de su sonrisa bienhechora en el día de su casamiento al frente de su ataúd… Y Movsés (Mosig), para quién todavía no se había hecho realidad el sueño de casarse.

La ira invadió nuestras almas queridos compañeros. Su partida es la muestra de la peor injusticia. Pero sé que sus almas no están en paz. También ellas están repletas de odio…

Sé, compañeros que ustedes no pueden aceptar este tipo de injusticias. ¿No fue acaso un acto de valor su afán de preservar la seguridad del barrio de Nor Kiugh y sus habitantes?

Si días atrás, junto a nuestros muertos enterramos también nuestras sonrisas, ahora con la muerte de Kaspar y Mosig sepultamos también el amor en Alepo. Si el final de las más grandes y mejores historias de amor es éste, ya no tenemos esperanzas para tí, Alepo.

Alepo, eres el lugar de nuestro nacimiento y también el dueño de nuestra historia de siglos, pero en el curso de estos cinco años nos arrebataste más de lo que nos diste en cien años.

Las magníficas imágenes de la Nor Kiugh de ochenta años atrás, se oponen a las terribles ruinas de hoy. Te ideamos y construimos con el sudor de nuestras frentes, pero tú nos exigiste sangre y lágrimas… Y recibiste lo que nos demandaste, tanto como lo deseaste: No entiendo, aún quieres confirmar la cuantía de nuestra fidelidad para comprobar nuestra entrega y el alcance de nuestras capacidades. Exigiste la sangre roja de nuestros muchachos y la recibiste.

Reclamaste vidas jóvenes y ellas fueron depositadas en el altar, hasta nos transformaste en una multitud pobre y herida, repleta de viudas y huérfanos, con almas carcomidas por la pena y los cuerpos transidos por el dolor, justo allí donde cien años atrás habíamos venido a ti… Pero ya basta, Alepo, vence o acepta tu derrota…

Sana de una vez o entréganos una rápida muerte que evite el sufrimiento de tu gente, de lo contrario, así revolcándose entre la vida y la muerte, tu pueblo se sacrifica cada día…

Alepo, tus muertos no se merecen semejante padecimiento, ni tus vivos semejante vida…

Nariné Kondjatsian

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