Opinión

¿Reformas constitucionales o maquillaje político?

17 de febrero de 2016


parlamento-armenio-1La Constitución o Carta Magna es la ley fundamental de un estado. Tiene un estamento superior al resto de las normas legales del país. Define los derechos y las obligaciones de los ciudadanos y establece los límites de los poderes e instituciones políticas. La Constitución es también un conjunto de disposiciones legales que determinan las bases del ordenamiento jurídico; principalmente la organización de los poderes públicos y sus competencias, los fundamentos del sistema económico y las relaciones sociales, los deberes y derechos de sus ciudadanos.

Armenia recuperó su independencia hace un cuarto de siglo y como todo país joven fue buscando su futuro como nación a través de la práctica política protagonizada por la generación que sucedió a la dirigencia del tiempo soviético, que en su enorme mayoría ya había sido parte de ese régimen. En sus primeros años Armenia se rigió mediante una réplica de un conjunto de normas legales heredadas del pasado sistema político.

Mediante un referendo llevado a cabo el 5 de julio de 1995 se adoptó la Constitución que definió a Armenia como un estado constitucional, democrático, soberano y social. Sin embargo, ya antes de ser votadas las enmiendas la FRA-Tashnagtsutiún junto a otros partidos políticos había propuesto el recorte de los atributos presidenciales, reclamando además que la Diáspora tuviera participación en el Parlamento y una serie de cambios fundamentales que finalmente no prosperaron.

Diez años después, el 27 de noviembre de 2005 fueron puestas a consideración popular otras modificaciones a la Carta Magna. Entre ellas se destacaban algunas reformas reclamadas por la Unión Europea para aceptar a Armenia en sus organizaciones.

Significativamente, ninguna de las dos consultas mereció el interés de los votantes. El sí a los cambios triunfó en ambas ocasiones, pero al igual que en cada elección parlamentaria o presidencial el perfume del fraude sobrevoló las urnas.

Finalmente, el 6 de diciembre pasado, los ciudadanos armenios concurrieron una vez a un referendo para decidir sobre nuevas modificaciones constitucionales. Puede decirse que en esta tercera ocasión se pusieron en consulta los cambios más trascendentales para el futuro democrático de Armenia. Aquí se definía el traspaso de un modo de gobierno semipresidencialista a otro parlamentario. Se modificaba además el formato de la elección parlamentaria abandonando el régimen dual, es decir de elección nominal y proporcional, quedando establecido el sistema proporcional de partidos, algo que reclama la FRA desde hace décadas.

Cabe recordar que 41 de los 131 asientos de la Asamblea Nacional Armenia se ponían a disposición de individuos sin “pertenencia” política que podían llegar al parlamento con bajo número de votos y con grandes sospechas de compra de sufragios en los distintos distritos del país. El “Sí” ganó nuevamente con cifras muy cercanas a las mínimas requeridas.

Por supuesto, una vez más hubo oposición a los cambios. Pero esta negativa estaba fundada en la suposición de que el presidente Sarkissian quería perpetuarse en el poder luego de cumplir su segundo y último período presidencial. Estas reformas disponen que a partir del vencimiento del actual mandato de Sarkissian, el sistema de gobierno pasa a ser parlamentario y esa alternativa podría permitir que el actual mandatario fuese electo primer ministro y así continuar gobernando Armenia.

El propio Sarkissian avivó esas sospechas pues en un primer momento declaró que no sería primer ministro luego de finalizar su período, pero luego dejó de hacer referencia al tema. Es más, algunos de sus adláteres sugirieron en varias ocasiones que podría ser el futuro premier.

Armenia está inmersa en un mar de dificultades de todo tipo. Desde el conflicto de Artsaj que le insume gran parte de su presupuesto anual hasta la despoblación permanente que no cesa. Las últimas administraciones, léase Ter Petrosian, Kocharian y Sarkissian, tienen mucho en común.

A pesar de pertenecer a corrientes políticas diferentes, esos gobernantes se rodearon de los mismos acaudalados mafiosos que tienen un pie puesto sobre toda la economía del país. La justicia no es independiente y la corrupción está tan arraigada que ya forma parte de las tradiciones armenias.

En este contexto no es difícil suponer el motivo por el cual se marchan los armenios en busca de nuevos horizontes. Una información proveniente del Servicio de Estadísticas de Armenia indicó hace pocos días que el número de habitantes de Armenia era menor a tres millones.

Llamativamente, en las elecciones presidenciales armenias de 2013 el número de votantes habilitados alcanzaba a 2.528.773, es decir apenas un 20% menos que las actuales cifras de población. Preocupante desproporción, más si se toma en cuenta que los padrones armenios distan de ser confiables pues no están actualizados. Este es uno de los puntos en donde se centra la discusión cada votación. Y el presidente Sarkissian lo sabe porque acaba de reclamar a su gobierno que las próximas elecciones sean más abiertas y libres. Vaya paradoja.

Para quien haya tenido la fortuna de viajar a la madre Patria no puede haber pasado desapercibida la tremenda desigualdad social existente en el país. Mientras en Ereván muchos de sus habitantes viven de acuerdo a los estándares europeos, en el resto del país los armenios merodean la pobreza. Y mientras en Armenia existe un formidable número de millonarios, éstos invierten en el exterior las colosales ganancias que obtienen merced al contubernio con altos funcionarios nacionales y provinciales. Es incomprensible esta realidad por cuanto mientras Armenia ofrece oportunidades para enriquecerse ilícitamente, en la Diáspora sus organizaciones deben trabajar noche y día para poder asistir a sus hermanos desprotegidos.

La vergüenza es un sentimiento desconocido para muchos mafiosos que se pasean por las calles de la capital armenia en lujosos vehículos desconocidos para nosotros. Vestidos con las mejores marcas y las más caras joyas, no es difícil cruzarse con algunos de estos ignominiosos personajes a los que les siguen sus numerosos guardaespaldas.

Y mientras este mal no desaparezca, el hombre común, el estudiante, el profesional sin un trabajo bien remunerado, no tendrá más alternativa que emigrar definitivamente o al menos partir a trabajar al exterior para ayudar a su familia. Triste futuro para toda una generación que retroalimenta una Diáspora cada vez más extendida y más alejada de sus orígenes.

Sarkissian promete que con los cambios constitucionales muchos de estos  problemas desaparecerán. Lo hace en su carácter de presidente en ejercicio que confía en que su partido de gobierno logrará traspasar las barreras de la desconfianza y desaliento popular, para seguir en el poder.

En cada rincón del mundo, los gobiernos hacen promesas, muchas veces de difícil cumplimiento, si lo sabremos también los argentinos. Es natural que se utilice la propuesta de un tiempo mejor para ilusionar a las masas y reclamar su voto. Armenia no es un caso diferente.

Pero un pueblo que superó invasiones, el genocidio y el totalitarismo entre otras plagas, también podrá recuperarse y crecer si por una vez piensan en su futuro políticos, activistas y el hombre de la calle, ése que es el que sufre las malas decisiones del gobierno que le tocó en suerte.

Jorge Rubén Kazandjian

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