Federico Ghazarossian es un músico autodidacta. Como lo relatará en la entrevista, sabemos que escuchaba a su abuelo cantar en la iglesia Santa Cruz de Varak, en su casa cuando también las interpretaba, y un joven Federico de apenas diez años supo que lo suyo era la música. Bajista de Acorazado Potemkin, además de colaborar con otras bandas, Ghazarossian tiene la música en la sangre.

Federico Ghazarossian: “Mi abuelo tomaba mate y cantaba la misa armenia entera”

04 de junio de 2019

Acorazado Potemkin es un grupo de “punk rock sucio” dirá el bajista durante la entrevista pero vamos a redefinirlo, confiamos con su bendición: Acorazado es una banda muy fina, delicada, con el punk como estandarte pero exquisitamente ejecutado e interpretado por este trío que la conforma (lo acompañan Juan Pablo Fernández en guitarra y voz y Luciano Esaín en batería). Con tres discos en su haber, están en plena producción del cuarto y sus conciertos en vivo son de lo mejor que se puede ver hoy en día.

Ghazarossian también participa en Me darás mil hijos, otro tándem de rock experimental; y es contrabajista en Los Crayones, una orquesta de tango. Pero hay una parte de la historia suya que tiene que ver con la del rock nacional y es que el músico fue parte de Don Cornelio y la Zona, la primera banda post punk vernácula y junto a su líder, Palo Pandolfo, luego sequirán camino con Los Visitantes. Esto es: Federico resulta uno de los ejes fundamentales en la dinámica rockera de nuestro país y un eximio músico.

—Contanos sobre tu formación musical.

—Soy autodidacta. Empecé tocando a los doce años, aunque ya a los diez me había dado curiosidad la música. Había una guitarra en casa, una prima mayor me enseñó los tonos y ahí empecé. Mi hermano tocaba la batería de mi tío y cuando no estaba tocaba la batería arriba de discos de Manal, Almendra, para practicar. A los quince años me compré mi primer bajo y ahí me puse a estudiar con dos maestros pero me aburría mucho el estudio. Tocaba con algunos amigos, no compañeros de escuela porque no les gustaba el rock. Me gustaba más tocar que estudiar, la verdad. Pasó un tiempo, de repente me veo tocando en Don Cornelio, y al año estábamos grabando el disco. El éxito con la canción “Ella vendrá” fue de locos. En los 90 seguí con Palo Pandolfo tocando con Los Visitantes, muchos discos, muchas giras, mucho tocar. Se me ocurrió probar con el contrabajo y ahí sí tuve que estudiar en serio. Ya en el 2000 intento meter el contrabajo en mis sesiones y ahí aparece Me darás mil hijos, una cosa muy acústica hasta que llegué al tango que era lo que más me interesaba y por lo que me había embarcado con el contrabajo. Desde 1996 hasta el año 2010 estuve con mi maestro Oscar Giunta y otros maestros, luego me dedico de modo autodidacta.

—Tu relación con la comunidad armenia.

—Poco con la comunidad, fui al jardín en Arzruní, mi abuelo era monaguillo cantante en la iglesia y mi relación con la música comienza ahí, cuando lo escuchaba ensayar. Solo, a la hora de la siesta, él se ponía a cantar, mi habitación daba al patio y lo escuchaba. Se ponía a tomar mate y durante una hora cantaba toda la misa. Mis abuelos sí estaban muy metidos en la comunidad, iba y venía mucha gente, éramos una gran familia. Mi abuelo nos comulgaba a todos, cuando volvía de la escuela, los domingos en misa, y a la noche nos ponía a rezar. Él era uno de los tres que estaban en misa, siempre venía el Der Hair a casa a limpiarla, eso lo recuerdo muy bien. Ya en primer grado me pasan a un colegio del Estado y finalmente a uno católico, en cuarto grado, ahí se cortó mi relación. El secundario lo hice prácticamente en un colegio estatal también. Siempre tuve a mis abuelos al lado y crecí con las costumbres armenias hasta que se fueron yendo cada uno de ellos. De muy chiquito supe todas las penurias y todo lo terrible que habían vivido por el genocidio y es algo que mediando mi adolescencia quise dar una vuelta de página: todo me resultaba muy horrible. Con lo que ellos habían pasado y nos habían transmitido teníamos que hasta cuidar las migas del pan en la mesa. Por eso es algo que no debe olvidarse y tener memoria. Como los genocidios cometidos contras los pueblos indígenas o en todo el continente americano. El Holocausto mismo.

—¿Cuáles son los orígenes armenios de tu familia?

—Mi abuelo se escapó luego de perder a sus padres y a sus hermanos pero logró huir con una de sus hermanas. Llegaron a Francia, de ahí viajaron hasta Brasil y una vez en Argentina se instalaron en Córdoba donde ya se estaba asentando la colectividad. Mi abuelo era mucho mayor que mi abuela y coincidieron en Córdoba. Mi abuela había venido antes a Argentina. Tenía cinco años cuando ocurrió el genocidio y en ese momento mataron a toda su familia salvo un hermano y se escaparon juntos a Grecia. Siempre me sentí muy argentino frente al formato gueto que veía de parte de la comunidad. Soy un tipo pluralista, más abierto, quizá por eso no me acerqué tanto… Mis primos y otros amigos sí están más metidos. En casa siempre se siguieron las costumbres armenias y comía la comida que preparaba mi abuela, que luego lo continuó mi madre. Mi mamá no es armenia, de familia italiana sefaradí, pero aprendió a cocinar la comida armenia. Sí que desde hace unos años voy a las marchas por el reconocimiento por el genocidio… Eso sí disfruto participar.

Un objeto. Tengo unas cruces de mi abuelo Barón Stepan, y en lo de mis padres están las sotanas blancas de seda con cruces bordadas en oro, con franjas violetas que usaba mi abuelo cuando oficiaba misa. Mi hermano estuvo en el pueblo de los abuelos, Tatlisu, a 8 km de Bandirma, y nos trajo un puñado de tierra para toda la familia. Esta es la Biblia de mi abuelo: debe tener 150 años.

Lala Toutonian
Periodista
latoutonian@gmail.com

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