Poco importa más que la distinción. Y Samuelian lo lleva naturalmente, como una parte más del todo. Antes a cargo de la indumentaria Bolivia, hoy al frente de las icónicas zapatillas Flecha y Artisan, su marca de ropa; esta rara avis - y no solo dentro de la comunidad armenia- se sentó con Diario ARMENIA para contarnos todos sus emprendimientos.

Gustavo Samuelian: “La cultura es la complejización del instinto”

14 de enero de 2020

Buscamos junto a mi socio, a quien considero el mejor camisero del país, telas inglesas, italianas a la hora de trabajar. Una sastrería delicada, a la que se dedica hace años. Yo sumo quizá la parte comercial y entre los dos nos ocupamos del diseño”, empieza diciendo Gustavo Samuelian cuando relata su ocupación actual. Bolivia fue, desde sus comienzos, un hito. Ahí se supo ya del potencial del diseñador: le cambió la cara a la moda masculina.

—Me gusta viajar, comprar telas, accesorios que me despunten ideas a trabajar. Más que ver tendencias, ando por mercadillos vintage que me sirven de disparador. Lo mismo me pasa con las películas, las gafas, lo que sea.

—Entonces, dejaste Bolivia.

—Un año antes de dejar la marca, venía desarrollando esta nueva idea, Bonavena, que me representaba un nuevo desafío, y surgió lo de Flecha. Mi idea con alpargatas era relanzar Flecha hasta que me dicen que la quieren hacer vulcanizada en lugar de inyectada, esto es: hacerlas de mejor calidad. La rehicimos, diseñé nuevos modelos y empezamos. Dejo Bolivia y me ofrecen comprar Flecha. Fue ahí que pensé que Bonavena, otra marca de ropa que estaba desarrollando, ya no podía hacerlo por el peso de Flecha. Una marca que nació en el 62, la primera zapatilla argentina. Con todo ese bagaje, su historia, lo que significaba, me hice cargo. No es que supiera mucho de calzado pero me animé y fue genial. Originalmente, el logo de la marca, una flecha propiamente, apuntaba a la izquierda y el logo era “Flecha va en tu mismo sentido”. En el 76, los militares lo cambiaron a la derecha. Lo primero que pensé fue en cambiarlo pero tampoco me cerraba: nosotros escribimos hacia la derecha. Lo consulté con amigos de marketing y les dije que quería hacer el logo apuntando a la izquierda y otras veces a la derecha: uno va para un lado y para otro. Les pareció una locura que iba en contra de todo precepto de la publicidad, pero como todo lo hice sin saber, las limitaciones de la ignorancia te dan esa apertura: no sabemos qué no se puede hacer y lo hacemos.

—Acá vemos la influencia armenia y su tradición textil y de calzado.

—Mi abuelo fue distribuidor muy importante de Alpargatas, increíble.

—El abuelo Samuelian.

—Sí, por el lado de mi madre son catalanes. Pero desde chico que “soy armenio”. Mi abuelo tuvo el local en Larrea y Tucumán hasta que lo vendió ya no trabajó más. No llegué a conocer el negocio, lo recuerdo haciendo shish en el manghal, me crié en Costa Rica y Ravignani y lo acompañaba a ver a sus amigos zapateros. Eran todos de Marash, él había nacido allá, vino a los cuatro años: primero llegó mi bisabuelo y luego mandó a traer al resto de la familia; así que mi papá nació acá.

—¿Fuiste a escuela armenia?

—Al Mekhitarista. Habiendo muerto mi papá tan joven no había presencia armenia en casa pero estábamos todo el tiempo en lo de mis abuelos así que fue fuerte el tema de las costumbres armenias. Por supuesto, la comida, y el idioma, quizá con nosotros los chicos, pero entre ellos hablaban turco, claro. El idioma, no lo perdí del todo: a veces leo algo y al rato me doy cuenta de qué va, pero como todo: es cuestión de ponerse. Sí recuerdo bien todas las historias que me contaban, todo muy fuerte. El abuelo fue a pedir la mano de una de las hijas de mi bisabuelo pero ya estaba tomada. Mi abuela estaba en otra habitación, le consultaron qué le parecía ese hombre y aceptó. Se llevaban más de quince años y tuvieron tres hijos: mi padre y sus dos hermanas. Mi abuela tenía una mesa enorme en su comedor diario y aunque fuéramos tres nenes a comer, preparaba una bandeja enorme de sarmá, una olla que rebalsaba de pilav. Es el día de hoy que como armenio y es al estilo medieval: miles de platos hasta reventar.

—¿Participás de la comunidad?

—No, siempre me molestó el “qué dirán”, el tema de la plata. Antes era “si tenés plata, sos; si no tenés, no sos”. Pero sé que en algún momento me voy a acercar un poco más. Sé que desde mi espacio puedo aportar. No me gustan las banderas. Todo es cultural, eso sí. Y la cultura es la complejización del instinto. Hace poco lo hablaba con un amigo armenio y coincidíamos en esto. Las cosas están cambiando, el mundo será otro dentro de poco y las banderas y las fronteras no tendrán el mismo peso.

Lala Toutonian
Periodista
latoutonian@gmail.com

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