Opinión

“Hace dos días que no comemos”

08 de septiembre de 2016

pobreza-1“Hace dos días que no comemos”, es la triste confesión del jubilado de Gyumrí Jachadur Hairabedian al cronista. Pero su mayor preocupación no es esa, sino los quinientos dram (algo más de un dólar) que necesita para comprar los medicamentos que mitiguen los dolores de su esposa.

Él y su segunda mujer Teresa, están casados hace muchos años y apenas sobreviven con la pensión a la vejez que reciben. Tuvieron otrora otra ayuda estatal para familias pobres, pero ya no disponen de ella. Dice Jachadur que llegó hasta a rogar que le restituyeran ese beneficio, pero sus esfuerzos fueron en vano.

Esta no es más que una muestra a la que se puede acceder en cualquiera de los numerosos blog y sitios web que se acercan a esta problemática tan dura y dolorosa que sufren decenas de miles de armenios. Sucede que el país tiene un alto número de personas ancianas que se encuentran en situación similar a Jachadur. Muchas de ellas fueron quedando solas luego que sus familiares migraran al exterior en búsqueda de mejores horizontes o simplemente no disponen de los medios suficientes para poder vivir dignamente.

pobreza-2Armenia es un pequeño país que todavía no ha podido resolver la mayoría de los problemas sociales que su cada día menor población soporta. Y no lo ha hecho porque sus gobernantes no observan ese compromiso en sus agendas de gobierno. Es cierto que no sobran recursos, pero muchas veces se destinan ingentes sumas a faraónicos proyectos que nada aportan a los que menos tienen.

La pobreza, la ausencia de salud, la falta de trabajo y la escasa posibilidad de las familias pobres de poder educar convenientemente a sus hijos conspiran contra el normal desarrollo de una población que envejece y cuyo futuro cada día es menos promisorio.

Sabido es que en Armenia no hay sindicatos que protejan a los trabajadores, ni políticas de salud públicas accesibles para todos y mucho menos hay respeto por aquellos que luego de toda una vida de trabajo deben ocultarse para sufrir su pobreza en silencio porque su dignidad les prohíbe salir a mendigar.

Pero un día los mendigos van ser otros. Esos que hoy viven en la opulencia de sus riquezas obtenidas a través de la corrupción y el saqueo a las clases menos pudientes. Esos, que no dudan en mostrarse con vehículos lujosos y ostentosas joyas, no merecen llamarse armenios, porque ser armenio es sinónimo de hermandad, de tolerancia y de respeto.

Ellos van a mendigar un día el perdón de un pueblo que alguna vez va acertar el rumbo político correcto y mediante el voto popular va a desterrar a todos los que viven sometiendo y corrompiendo a diestra y siniestra.

Así aprendimos muchos de cómo debe ser la vida. Y así reclamamos para los demás los mismos derechos y obligaciones del ciudadano de un estado que se diga libre y soberano, debe ofrecer a su población.

De nada sirven el oro y las riquezas, si un país no defiende a su clase pasiva, a esos abuelos y padres que lucharon dignamente por sostener su identidad armenia.

Jorge Rubén Kazandjian

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