Crónicas del Centenario

Historias que merecen ser contadas…

05 de marzo de 2015

Nota-ArabianCorría el año 1911 cuando tres intrépidos jóvenes partieron desde Malatya (la antigua Mitilene), entonces Imperio Otomano y actualmente Turquía, recorrieron un largo camino hasta llegar al puerto de Marsella y de ahí, viajaron hacia las orillas del Rio de la Plata, en busca de nuevos horizontes, más seguros.

Ellos eran los Cholakian: Setrak, mi padre y sus primos Misak y Manuel. Como todos los recién llegados al país, se alojaron en el Hotel de los Inmigrantes, hasta conseguir algún trabajo. Recién comenzaba a formarse la colectividad armenia en Buenos Aires.

Luego de un tiempo -con gran voluntad- mi padre puso en marcha una modesta fonda en la Avenida Canning (hoy Scalabrini Ortiz) al 1100 (citado en el libro “La colectividad armenia en la Argentina” Editorial Alzamor, Buenos Aires 1974, de Narciso Binayan Carmona, pág.25), donde acudían los compatriotas recién llegados, sin trabajo, se vinculaban con la comunidad y también recibían los almuerzos en forma gratuita.

Antes del genocidio de 1915-1923, los armenios que llegaban eran mayoritariamente hombres solos, que venían a “hacer la América”. Muchos de ellos se casaron con inmigrantes españolas; de esto tengo un recuerdo imborrable de mi infancia. Me acuerdo de una señora alta con nariz respingada, que no coincidía con el arquetipo de la mujer armenia, y -para mi sorpresa- hablaba perfecto armenio. Era la señora de Stepán Shekerdemian, oriundo de Hadjin. Mencionaré que eran varios los hadjentsí casados con no armenias.

Mi padre Setrak se casó en el año 1925 con Lucín Der Krikorian, oriunda de la heroica ciudad de Aintab. Ella era una sobreviviente del Genocidio, rescatada por piadosos misioneros americanos del campo de exterminio de Deir-Er-Zor (actualmente Siria), junto a quien fue mi abuela y un hermano menor, fueron llevados luego al orfanato del Líbano. Mi madre tendría unos 14 años y fue dedicada maestra de armenio en el mismo instituto. (Existen fotos y documentación).

A ellos los casó el padre Der Baghdasar kahaná Barasatian, primer párroco de la comunidad en Buenos Aires, en la histórica casa comunitaria de la Avenida San Juan -inicialmente fue llamada Centro Colonial Armenio- donde servía como templo para la función espiritual cristiana de la Iglesia Apostólica Armenia, y también como sitio para bautismos, casamientos y reuniones sociales. También se lo facilitaba para otras instituciones.

Luego de casados tanto mis padres, como los primos Cholakian, se trasladaron a un campo en Claypole (Provincia de Buenos Aires), donde también residía con ellos el padre Barasatian durante la semana, y los domingos volvía a Buenos Aires, la Capital Federal, para celebrar la Santa Misa. Con la llegada de los hijos mi familia se trasladó a la capital, en el barrio de Nueva Pompeya, viviendo en Avenida La Plata al 2700. Mis padres Setrak y Lucín Cholakian tuvieron cuatro hijos: Meguerdich, Armén, Levón y yo, Rosita.
Junto con otros vecinos de la zona, especialmente los “gudinatzí” llegados de Kütahia, el terruño de Gomidás Vartabed, el Padre de la Música Armenia, mi padre iba de puerta en puerta para asociar los paisanos a la Institución Administrativa de la Iglesia Armenia (Centro Armenio), recientemente fundado.

Papá era el socio número 87. Acompañado por el señor Soghomón Kouyoumdjian, (padre de la profesora Juana, quien fue por muchos años fue la directora del Instituto Educativo San Gregorio el IIumindador) y otros vecinos gudinatzí, crearon y dirigieron una escuela comunitaria en la calle Gual 2420, Nueva Pompeya. La maestra era la oriort Herminé. Concurrían aproximadamente 60 alumnos de ambos sexos, según recuerda mi hermano mayor Meguerdich.

Muchos de los mayores de 75 años, recordarán seguramente a mi padre, porque fue el primer proveedor ambulante de productos orientales.Vendía el trigo de Tarbush…, el jalvá autentico de Georgalos,…, lokhum…, nueces…, almendras… pasas… miel con el panal de la familia Ferahian, (hermano del padre Esteban Ferahian, quien fue el impulsor y primer director del Colegio Mekitarista). Recorría periodicamente todos los barrios donde había mayor concentración de armenios, y los chicos esperaban ensiosos su llegada, porque les regalaba los típicos leplebí (confites orientales).

Como verán en este testimonio personal, nuestra colectividad armenio-argentina se construyó laboriosamente con el sacrificio y la constante dedicación de abnegados connacionales que en esa época no contaban con más recursos que su incesante esfuerzo.

Mi madre Lucín fue reconocida como una notable dirigente institucional, hablaba varios idiomas y me enseñó a leer y escribir en armenio, pidiéndole los libros a la oriort Jatun Doghramadjian, que era la maestra del Colegio Arslanian y de otras escuelas. Como muchos asi aprendimos en el hogar el milenario idioma armenio, que seguimos trasmitiendo familiarmente a hijos y nietos.

Ella formó parte de la Comisión Regional Sudamericana de HOM, en esa época llamada Hai Garmir Jach (Cruz Roja Armenia), de la cual fue presidenta en un período. De su actuación conservo como tesoros de la memoria sus discursos y cartas manuscritas, verdaderas joyas.

Reflexiones

Ya han pasado más de cien años del crecimiento y afianzamiento de nuestra importante colectividad en la hospitalaria República Argentina. En particular -en este decisivo año del centenario del Genocidio perpetrado por Turquía- apelo desde este espacio del diario “ARMENIA” dirigiéndome a todos los descendientes de la primera generación, exhortándole a que compartan su memoria, recopilen las fotos, conserven recortes, acumulen todos estos y otros valiosos documentos personales, escriban en familia los cálidos recuerdos de los sobrevivientes, publíquenlo por su significado para la demanda de justicia de toda la armenidad y recopilen todo lo que pueda servir para el futuro Museo del Genocidio.

Muchas gracias

Rosa Cholakian de Arabian

 

 

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