Daniel Olivares /ideal.es

"Malikianmente" vertiginoso y delicioso

29 de diciembre de 2018
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Ara Malikian pasa el arco por las cuerdas de su violín durante el concierto que ofreció en el Palacio de Deportes de Granada. / foto PEPE MARÍN

El violinista hispanolibanés derrocha melodías y simpatía para deleitar a 6.000 espectadores en Granada. Con un repertorio similar a su último paso por la ciudad, el artista se mete en el bolsillo a su público con la historia de su violín, la suya propia y su montaña rusa musical

Libanés de origen armenio, afincado en España, nacionalizado, padre de Kairo, un chaval de cuatro, y marido de una zaragozana, con su perfecto español de 'erres' marcadas, Ara Malikian es Ara Malikian, un ser humano virtuoso, artista, comprometido y que no olvida sus raíces. Por eso, por ser nieto de migrante, por llevar la sangre marcada por el genocidio de Armenia que se llevó por delante la vida de 1,5 millones de personas en 1915, por haber crecido bajo la guerra del Líbano, de la que huyó gracias a una beca para estudiar música en Alemania, por todo ello, Ara Malikian es capaz de arrancar el aplauso de 6.000 personas por dedicar una canción sin título «a más de 60 millones de personas que intentan salvar su vida» y huyen de las guerras y de las injusticias sociales para buscar la paz y la armonía.

Llegado ese momento, después de 100 minutos de concierto, el nieto de un armenio que se hizo pasar por músico y salvó su vida gracias a un violín que no sabía tocar, ya se había metido a todo el mundo en el bolsillo de su americana de esmoquin plateada y de mangas arrancadas gracias a su simpatía entre melodía y melodía. Porque Malikian no solo toca, también habla. Y aunque no cante, sabe ganarse a su público con un micrófono y sus palabras. Son las que ofrece con una cordialidad tímida y entrañable que convierte su espectáculo en una montaña rusa de entretenimiento. Pasa de la tristeza y la melancolía a un mundo electrizante y lleno de luces en un par de minutos. Es la vida del violín, de su violín, al que acaricia mientras pasea por el escenario como Mick Jagger del diapasón con un arco como él: despeinado y de puntas alocadas en punta y nuez.

Ni clásico ni rockero

Con el instrumento que le ha hecho famoso sobre sus tatuados brazos cuenta una historia. O varias. Cuenta la de su abuelo (Krikar, entendimos), la suya propia y la de la música. Su gira actual es eso, un repaso por todos los estilos musicales que pueden extraerse de un violín acompañado de otro violín, una viola, un violonchelo, un contrabajo, una batería, una tabla hindú, unos timbales, una guitarra eléctrica y un bajo también enchufado a la red.

Con esas herramientas, sin vocalista y con un puñado de canciones propias y ajenas se pueden crear más de dos horas de entretenimiento que engancha y emociona a un público que no entiende de edades y que hace vibrar con una versión del 'Kashmir' de Led Zeppelin a una señora empacada en un abrigo de piel.

Malikian no se considera rockero. Tampoco se ve como un clásico. Su hermana era amante del primer estilo y su padre lo era del segundo. Él, como siempre dice, quería ser John Travolta, y se imagina en 'Pulp Fiction', bailando en la piel de Vincent Vega con Mia Wallace (Uma Thurman) en el restaurante de camareros famosos y mesas integradas en coches clásicos americanos. Con 'Misirlou' puso a bailar sentados a todos en el Palacio de Deportes. Antes les había emocionado con su 'cover' del 'Life on Mars?' de David Bowie. Si hay vida en Marte, quizá el genio de Brixton lo haya descubierto desde el cielo. Que hay vida en la Tierra, lo demuestra Ara Malikian, que admira tanto a a Jimi Hendrix (con 'Voodoo Child' arrancó el concierto) como o Bach (que era el favorito de su primogénito). Pero por encima de todos está Niccolò Paganini. Con 'La campanella' del maestro italiano del siglo XVIII, dio a conocer a Héctor, su campanero improvisado en este tema y batería en el resto. Y no solo a él, sino a toda la banda. Una hora de canciones había acumulado ya Malikian a esa altura de la noche. Fue justo antes de conseguir que miles de personas tarareasen a Bowie y su vida marciana.

Una danza armenia ('Kach Nazar'), la historia del luthier llamado Alfredo Ravioli, inventado por él mismo, que supuestamente fabricó el violín de su abuelo, ahora suyo ('Con mucha nata', tema propio), o los huevos rotos ('Broken eggs') que compuso en Alemania antes de conocer un plato que le chifla en España, habían precedido su viaje espacial al universo de Bowie y su salto al rock. El 'Vals de Kairo', dedicada a su hijo cuando estaba en la barriga de mamá -sube y baja continuo y emocionante-, la canción sin título para los refugiados, y '1915', que lleva por título el año del genocidio armenio, dieron paso a los bises.

Amenazó con un concierto de 18 horas y media. Su repertorio y su físico lo aguantan. Solo era otra broma. No es broma que otros 'Malikians' pueden tener imposible llegar a España en el futuro. Y personas como Ara son necesarias. Siempre.

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