Mi nombre

27 de junio de 2019

Días atrás leí una publicación que mostraba qué hacemos los armenios el primer día de clase. Y no, no es aprender, ¡es explicar como se pronuncia el nombre!

Rompí en una compulsión de risas, y es que es la historia de mi vida…

La primera vez que caí de bruces sobre esta realidad fue a los 12 años, al egresar del colegio armenio, pequeño y acogedor, para entrar a un mundo nuevo y aterrador, colmado de adolescentes que me miraban con ojos saltones e inquisidores al escucharme decir ‘presente’, mientras un docente balbuceaba algo parecido a mi nombre. En ese instante comprendí que a continuación vendría una seguidilla de 18 preguntas inevitables, que me perseguirían el resto de mi vida-

¿Cómo se pronuncia? ¿Qué significa? ¿De qué origen es? ¿Cómo se escribe?

Pasar desapercibida era más difícil que encontrar una aguja en un pajar. Para bien o para mal, no había quien no me identificara. Tiempo después supe que no solo me destacaba involuntariamente en ese momento, si no que sería recordada en el futuro ‘ese nombre es imposible de olvidar’.

Detestaba el fastidioso trabajo de tener que deletrear incansablemente nombre y apellidos por necesidad o por curiosidad. ¡Qué karma! ¿Por qué no tendré al menos un segundo nombre común para usar cuando tenga ganas?

Pasaron los años de liceo, facultad y profesión, y ante la misma respuesta mi expresión cambió… En este viaje de llamarme diferente fui reflexionando sobre lo intolerantes que somos los seres humanos ante lo desconocido, o lo que se aleja de los parámetros que impone la sociedad. El hecho de escuchar un nombre extraño puede desencajar por completo a un ser incapaz de ver mas allá de sus narices, al punto de llevarlo a decir estupideces sin detenerse a pensar antes de hablar: ¿No tenés otro nombre? No me lo voy a aprender. Me complicás la vida. ¿Tus padres no te querían? Me imagino lo que te habrá costado aprender a escribirlo. Te voy a llamar de otra manera. Te mataron.

Por otra parte descubrí que más de uno no domina el alfabeto, y que a pesar de deletrearlo escriben ‘C’ en lugar de ‘S’, o aunque diga ‘Y griega’, preguntan si es la del puntito. Sí señores, los mismos que hacen acotaciones mediocres El hartazgo ante lo dicho me llevó a delinear un plan de acción para ahorrar tiempo, paciencia y sobretodo energía: hoy por hoy cuando hago un trámite en vez de deletrear me rindo y entrego la cédula; y cuando voy a un local comercial donde amigablemente te preguntan el nombre para anotarlo en el vaso, amigablemente doy mi pseudónimo (el mismo que utilizaba en los boliches durante mi adolescencia, cuando al deletreo se sumaban el pudor y el eco de la música). En el presente, con otro humor y otra madurez comprendo que no soy yo la que se tiene que adaptar al mundo, es el mundo el que se tiene que adaptar a mi nombre. Hoy después del tiempo y la reconciliación, digo orgullosa que me llamo Shushanik Boyadjian.

Shushanik Boyadjian

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