Sentarse a hablar con una excelencia en energía atómica resulta apasionante gracias a su relato conmovedor, a la vez audaz y fascinante. Katchadjian estudia con habilidad las complejas vertientes de apoyo a través de su profesión -y su corazón-, todo lo referente a la energía en Armenia. Esa energía heredada de la tierra de Sasún, heroica y persistente que lo mantiene como un expositor épico.

Pablo Katchadjian: “Mi corazón quedó en Armenia”

02 de mayo de 2019

“Mis padres llegaron de Aleppo -comienza diciendo-, y yo soy el primero en nacer acá. Se escaparon del genocidio. Mi mamá era de Dikranagert y mi papá de Sasún. Mi abuelo materno era cura así que fue de la primera camada de intelectuales asesinados y mi mamá con cuatro años se fue con la madre y un hermanito. Pero mi abuela se cayó del burro que la transportaba, le dio gangrena y murió. Los acogió una familia árabe pero al varón no lo quisieron y ahí se crió. A los pocos años la encontraron unas tías… Mamá siempre hablaba de ese hermanito perdido y el dolor que le causaba. Mi abuelo paterno, de Sasún, hombre fuerte, se batió con un turco a caballo y lo mataron. Llegaron a Argentina y se instalaron en Palermo, mi hermana había nacido en Aleppo y años después llegué yo. El Genocidio es algo tan importante para mí que lo llevo con mucho dolor y es por eso que siempre milité en la causa”.

—Algún recuerdo de esa militancia.
—Recuerdo que pegando carteles en el año ‘73 sobre el 24 de Abril, llegué a quedar preso: estábamos con un compañero de UJA por Pacífico, pintamos “Turcos asesinos, justicia para los armenios”. Éramos jóvenes, nos hervía la sangre, queríamos el reconocimiento del Genocidio. Paró un Falcon, nos apuntaron con armas y yo pensé que eran los turcos (risas). Estuvimos unas horas presos, dijimos que no era político sino algo de la iglesia. ¡Hasta le di un panfleto al comisario! Nos metieron en un calabozo, nos sacaron los cordones y el cinturón, nos tiraron con los borrachos (risas). Ya trabajaba en Energía Atómica y temí perder el trabajo así que no le conté a nadie, ni a mi mamá.
Continúa con su relato de vida: “De Palermo nos fuimos a Glew, viví ahí entre el ‘50 y el ‘70, hice el industrial en Avellaneda. Mi familia quería que estudiara, mi padre era mecánico así que me recibí de técnico mecánico. Ingresé en Ingeniería, me anoté en mecánica pero me gustaba electrónica así que me cambié, hice simultaneidad con ambas y me recibí de ingeniero electromecánico. Me presenté en la Comisión Nacional de Energía Atómica mientras estudiaba y entré con una beca técnica, luego ya quedé hasta el día de hoy que soy jefe de división de aplicaciones tecnológicas de los ensayos no destructivos. Que qué son los ensayos: el ejemplo con la medicina es la radiografía, el ultrasonido, endoscopía, son métodos de ensayos no destructivos ya que se estudia el cuerpo humano sin destruirlo. Nosotros aplicamos esos ensayos a los materiales. Así podemos saber si los materiales tienen alguna fisura que culminaría en accidente. Nosotros detectamos eso y evitamos que los accidentes por fatiga de materiales. También se usa para la construcción ya que siempre está el defecto. Por ejemplo, trabajamos con las plantas industriales, montaje de centrales nucleares, en aviones, en arte”.

—¿Cómo es el encuentro del arte con la ingeniería?
—A través de una radiografía, una reflectología de rayos rojos, podemos distinguir qué hay dentro de una pintura: ahí vemos los arrepentimientos del autor. Si tapó un árbol o algo que no le gustó. Tuvimos un proyecto de energía atómica sobre arte, hicimos cursos en Florencia y tuvimos trabajos en el Museo de Bellas Artes.

—¿Se puede detectar la autenticidad de ese modo?
—Claro. Nosotros informamos lo que vemos y ellos pueden descubrir si es una copia. Porque en las copias se detectan puntitos de carbón que era el modo de copiar que tenían: uniendo los puntos trazaban las líneas. Trabajamos con una supuesta obra de Leonardo en Italia con un entendido, el colega Maurizio Seracini en el Palacio Vecchio. Seracini está convencido que debajo de una obra de Vasari sobre un muro, está La batalla de Anghiari de Leonardo.

—¡Es una novela de Umberto Eco!
—Umberto Eco publicó a Seracini, claro. Lo vimos juntos, llevamos equipamientos, estuvimos probando pero no pudimos avanzar. Hace 30 años que trabaja en eso. Ahí entonces, con ultrasonido se podría haber logrado pero es difícil.

—Cómo es su colaboración con Armenia.
—Después de trabajar y poner a funcionar un instituto de ensayo no destructivo en Costa Rica, quise hacerlo en Armenia. Uno puede saber mucho, ser muy inteligente, ser poderoso pero si no ayuda a Armenia, no sirve para nada. Busqué apoyo para lograr un proyecto igual. Fuimos con mi esposa Susana por primera vez en el ‘99, estábamos en Francia, yo estaba haciendo un estudio sobre un software de ultrasonido, y nos fuimos a Armenia. Quería instalar un centro de ensayo ahí, estaba decidido. Dimos con la gente idónea, llegamos a Medzamor, la central nuclear. Estuvieron de acuerdo porque en ese momento pagaban millones de dólares de mantenimiento para lograr más horas de electricidad en Armenia.
La planta entró en funciones en el ‘93 porque antes no había energía. Expuse dos proyectos y se aprobaron. Fui para dar cursos y traer becarios. Vinimos con dos armenios ingenieros nucleares a Argentina: allá cobraban 5 dólares por una beca y acá cobraban 5.000. Fue un proyecto que se fue renovando y duró hasta el 2004. Ahí pretendí que nos donaran equipamiento de partículas magnéticas, corriente inducida, de todo. Fui a dar los cursos. A medianoche caían todos a la residencia de Universidad de Ereván, donde parábamos, a hacer miles de consultas, fue genial. Luego instalamos dos laboratorios, uno en la Universidad de Ereván y el otro en Medzamor. Quería instalar un instituto de ensayo no destructivo porque lo hacen en Rusia y les sale muy caro. Llegamos a tener el centro pero nunca se usó porque no estaba en condiciones. Pero lo quiero hacer, eso y el ente de certificación, me falta el apoyo necesario, es la verdad. Necesito terminar eso. Quiero que Armenia progrese: ésa debe ser la meta de la diáspora. Mi mejor recuerdo son las fotos con toda la gente de los cursos, eso fue lo mejor.

—¿Cómo ve a la comunidad?
—Soy fanático de Armenia y creo que toda la comunidad debería trabajar para que Armenia crezca y eso no lo veo. Hay un problema de comunicación. Yo lo hice, conecté, y ellos están muy predispuestos, tengo grandes amigos allá y hasta un hermano de la vida, el jefe de ensayo no destructivo que espera que volvamos a trabajar. Mi corazón y mi cabeza quedaron en Armenia.

Lala Toutonian
Periodista
latoutonian@gmail.com

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