Historias de armenios que emigraron de Grecia a la lejana Argentina

Un evzon* en Buenos Aires

02 de noviembre de 2015

Evzonas-2En la década del ‘60 los carnavales de Buenos Aires tenían un encanto especial. Eran sinónimo de bailes, kermeses y fiestas en los clubes de barrio donde nunca faltaba el tango o la samba. Los fines de semana se celebraba incluso en los patios de los colegios -como en el nuestro, “Jrimian”- cerrados en febrero por vacaciones de verano.

Serpentinas, espumas y mucho papel picado eran los componentes esenciales. Destacaba también la guerra del agua. No era raro salir de casa bien vestido y a la vuelta de la esquina intentar esquivar como uno podía los baldazos o las palanganas de agua, así como las bombitas de colores, lanzadas a menudo desde los balcones de los edificios.

Pero lo más tradicional y esperado eran los corsos. Auténticas fiestas populares al aire libre, con desfiles, música, máscaras, garrotes y martillos de plástico, y un mar de gente que iba y venía, haciendo alarde de sus disfraces. Grandes y chicos, sin excepción.

En uno de esos corsos, en el barrio de Devoto, estuve yo también durante el carnaval del 68. Lo curioso es cómo me presenté.

Unos años antes, nené había hecho un viaje a Grecia y a su ciudad natal, Axari (Akhisar), cerca de Esmirna. No se habían cumplido aún quince años desde aquel 1949, en el que tras varios meses de viaje en los barcos de línea –y luego de una parada en Francia- se habían instalado con la familia en la “tierra prometida”, la lejana Argentina. Habían llegado desde Grecia, junto a miles de armenios inmigrantes.

Apenas consiguió mejorar un poco su situación económica y con la ayuda de sus tres hijos, nené decidió que debía visitar su patria de nacimiento y Atenas, donde habían quedado amigos y conocidos. Valiente la abuela. No eran muchos los “turistas” que en 1962 cruzaban el Atlántico para hacer semejante viaje…

Exactamente cuarenta años atrás, en aquel septiembre negro de 1922, ella -una adolescente de 17 años- junto a su madre y su hermana menor, habían llegado literalmente a último momento al puerto de Esmirna, al igual que miles de armenios y griegos que huían de la barbarie turca. Luego de una parada en Santorini, el barco que las salvó llegó al Pireo y de allí se ubicaron junto a la mayoría de los refugiados armenios, en Durguti (Fix).

Siempre me pregunto cómo pudo soportar al estar allí, el volver a ver sus lugares queridos y conocidos. Lo que habrá sentido al encontrarse con su usurpada casa natal, su barrio, el colegio de Santa Hripsimé (Hripsimiants Varyarán) en Esmirna, donde estudiaba hasta el momento de la deportación, el destruido barrio armenio “Hainots”, la iglesia de San Esteban (Surp Stepanotz) a la que se refería a menudo y todo lo demás. A su regreso a Buenos Aires y durante largos años, no podía ocultar su tristeza y su emoción.

A su paso por Atenas, nené tuvo la brillante idea de comprar y traer un traje de evzon (“tsoliá”, soldado de la guardia real en ese entonces y de la guardia presidencial en la actualidad). No sé si se lo puso alguna vez mi primo mayor pero, al parecer, el destinatario final fui yo.

Así, en el corso de la Av. Beiró en los carnavales del 68, desfiló un “tsoliá” de ocho años, acompañado de morak – hermana de la abuela - que vivía en el barrio como toda la familia, y que ese día, por algún motivo, parecía sentirse orgullosa. Tal vez por la originalidad de mi vestimenta, frente a las habituales máscaras de Miki mouse.

A medida que avanzábamos desde una punta hacia la otra, sentía la mirada de la gente. De repente, un chico me detuvo.

“Nena, de que te disfrazaste?”.

“De soldado griego”, respondí con la voz más grave que pude. No podía ocultar mi bronca. Su expresión cambió al instante y al alejarse escuché “linda pollerita, che!”.

Malentendidos culturales… Qué sentido hubiera tenido hablar, en el otro extremo del mundo, sobre Kolokotroni y la gesta de 1821? “Detalles” que ni siquiera el “tsoliá” en cuestión conocía en esa época.

Evzonas-1Pero eso no fue todo. Mi traje me tenía preparada otra sorpresa. Un poco más adelante, sobre la misma avenida, nos detuvimos delante de un quiosco. Y vieran la cara de alegría del quiosquero griego al ver al pequeño “tsoliá” parado en su puerta! (Así como la mayoría de las heladerías eran de italianos, los bares de españoles, las tintorerías de japoneses, los quioscos eran muchas veces de griegos).

“Es como un alemancito vestido de tsoliá, no?”, le dijo contenta morak en griego, con fuerte acento armenio. Lo de “alemancito” era un apodo familiar dado lo blanco del color de mi piel y el pelo rubio. Pero qué iba a saber el quiosquero? Desde que supe lo de los “germanotsoliades” o “tsoliás alemanes” (así les decían a los colaboradores durante la ocupación nazi), no dejo de pensar en el segundo malentendido que se hubiera producido ese día, si por error, morak me hubiese llamado de ese modo.

Mi alegría llegó cuando el sonriente quiosquero me llamó a su lado, me dijo una palabras en griego que casi no entendí y me ofreció un puñado lleno de caramelos “sugus”, mis preferidos.

Al año siguiente y sin tener en cuenta el incidente de la “pollerita”, morak decidió que el “tsoliá” debía subir de categoría y que era necesario presentarse en el corso de la Av. de Mayo, el más importante de la ciudad.

No recuerdo si alguien volvió a preguntarme por mi vestimenta. Lo único que me ha quedado grabado es que me puse el traje debajo de la galería del Cabildo. Allí donde en mayo de 1810 se reunió la gente que quería “saber de qué se trata”. La legislatura de la época colonial, donde se dieron los primeros pasos de la llamada “Revolución de Mayo”, antesala de la independencia argentina. Era, quizás, el mejor lugar para un evzon en Buenos Aires…

Dr. Ricardo Yerganian**

*Miembro de la guardia presidencial de Grecia
** Exdirector del Diario ARMENIA

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