Zoé Manoukian es cineasta y pedagoga social. Nacida en Francia, llegó al país diez años atrás y acá se quedó, según sus propias palabras, a terminar de forjar su identidad como armenia. Esta es su entrañable historia.

Zoé Manoukian: “Argentina me acompaña en la construcción de mi identidad armenia”

10 de julio de 2019
Ph. Adolfo Rozenfeld

Hija de Ian Manook (Patrick Manoukian, el conocido escritor francés) y de madre francesa, Zoé comienza diciendo con un porteñísimo acento que su nombre significa “vida” en griego, “Y mi apellido es el que figuraba en la visa de trabajo para Francia de un muerto con el que se topó mi bisabuelo durante la guerra en Grecia, poco después del genocidio. Los turcos se estaban reorganizando y tomando más regiones. No sé si mis padres lo hicieron a propósito pero encontraron la metáfora de poner la vida y la muerte en un mismo nombre y llevo ambos con mucho orgullo”.

—Contanos tu historia armenia.

—Mis bisabuelos paternos fueron dos sobrevivientes del genocidio y llegaron a Francia en los años 20 y se instalaron en un barrio armenio en las afueras de París. Con mucho coraje y paciencia, muy humildemente comenzaron ahí a reconstruir sus vidas.

Los dos portaban identidades que no eran suyas. Mi bisabuelo, que por supuesto era armenio pero no tenía papeles, se hizo con el pasaporte del difunto Manoukian y mi bisabuela, que había visto a toda su familia masacrada, fue deportada junto a su hermana hasta Siria. Claro que cruzaron el desierto y ambas fueron vendidas a diferentes familias como esclavas. Cuando llegaron los ingleses a Siria, rescatan a mi bisabuela y la envían a un orfanato en Líbano pero no así a su hermana. Ahí finalmente fue adoptada y la llevaron a Francia con otra identidad, le había puesto de nombre Araxí. Mi abuelo, su hijo, se casó con una franco-armenia también del mismo barrio, uno muy humilde pero muy armenio, trabajadores, habían sastres, de todo. Mi abuela no les enseñó el idioma a sus hijos y así es como ni mi padre ni yo lo hablamos, cosa que siempre lamentamos. No sé si lo hizo para que se integraran mejor en la sociedad francesa, es lo que creo… Mi padre fue el primer universitario de la familia, estudió Derecho, nunca ejerció porque se dedicó a la escritura y a los viajes.

Siempre me sentí armenia a pesar de no serlo en un 100% pero con mi apellido es suficiente. Recuerdo de niña en la escuela, les decía a mis compañeros que era armenia y muy orgullosa. Toda esa parte de la familia siguió instalada en ese barrio y tengo un tío que tiene un club armenio ahí, el club Melconian, y la comida siempre fue una instancia de unión para todos. Así es como siempre me sentí armenia en Francia. Ahora en Argentina soy francesa de origen armenio. Fui a Armenia con este tío, él tenía 81 años en ese momento, un grupo de amigos suyos del club y con mi prima, para el aniversario de la muerte de Monte Melconian, fuimos a Artsaj a dejar flores donde había muerto. Vimos un festival organizado en ocasión de esta celebración pero el viaje fue un recorrido por Armenia en busca de nuestros orígenes. Yo filmé todo el viaje, mi intención fue siempre hacer un documental con ese material. Ahora mismo estoy terminando lo que sería una pequeña poesía audiovisual con este viaje. Quiero acabarla ya porque ya hace tiempo que la estoy trabajando.


Un objeto. El chal de mi bisabuela, a la que por supuesto llamábamos medzmamá y tuve la fortuna de conocer. Me lo traje a Argentina porque necesito tener cerca su presencia, una mujer tan fuerte que pasó una tragedia tan grande y luchó por la vida, lo llevo conmigo como enseñanza de no bajar los brazos nunca. Me pongo su chal, pienso en ella, en su cocina, el olor a borek, el manté que me volvía loca. Recuerdo su tatuaje en la mano, aunque supe de más grande cuando mis padres me contaron la verdad: era de cuando la habían vendido como esclava. Tenía la forma de un pájaro azul. Lo poco que decía yo en armenio era hacia ella: “Bachig guzem”. Y ahora estar acá, tan lejos de mi país pero tan cerca de mi identidad, ella me acompaña en esta construcción de la identidad. Encontrar acá la comunidad y la comida armenia también fue una enorme ayuda en este camino y soy una eterna agradecida por eso a Argentina.

—¿Cómo estás en Buenos Aires?

—Llegué en 2009 a Argentina con diecinueve años para estudiar cine y lo hice en varios lugares diferentes. Lo que más me interesaba era montaje, guion y documental, también animación. Pero en 2012 ingresé como voluntaria en un jardín de infantes de la Villa 31 Bis, que se llama “Sueños bajitos” y ahí estuve varios años. Así me di cuenta que mi verdadera vocación estaba vinculada con la educación y a repensar el sistema educativo porque así como está no resulta viable, no resulta inclusivo. No veo que ayude al desarrollo pleno del ser humano sino que es un gran aparato con un sistema de manipulación para moldear ciudadanos que necesita el sistema actual. Así que me puse a estudiar Pedagogía Social, una tecnicatura con orientación a derechos humanos. Haciendo las prácticas, conocí el Centro Educativo Isauro Arancibia, una escuela para niños y adultos en situación de calle, estamos en San Telmo. Un lugar increíble que lucha por la igualdad, una sociedad más justa y educación. Tenemos muchos talleres muy específicos, se aprende mucho. El equipo de trabajo es enorme, me da mucho orgullo ser parte de esta revolución educativa. Están todos muy comprometidos en hacer valer los derechos humanos. Tenemos una “juegoteca”, un proyecto hermoso con voluntarios para niños, adolescentes y hasta adultos y garantizarles el derecho a jugar. Lo mío es una admiración enorme tanto para los docentes como los estudiantes. Vivimos un momento de lucha muy fuerte frente a estos gobiernos neoliberales que están solo a por la productividad y el rendimiento y nos ven como máquinas donde la ley de valor atraviesa todo lo humano. Queremos recuperar los juegos, el afecto, armar vínculos, creo que es algo revolucionario y poder contribuir en este proyecto.

—¿Has participado de actividades de la colectividad?

—Voy desde muy pequeña a todas las marchas, es muy importante para mí conmemorar la fecha del genocidio. Antes lo hacía en Francia, ahora voy acá. Siempre las filmo. También voy a diferentes eventos culturales, insisto en que aún me queda pendiente aprender el idioma, confío en este próximo tiempo sea mi prioridad y así quizá logre estar más activa en la comunidad.

—¿Proyectos?

—Estoy escribiendo un guion que será libro también, es literatura infantil y juvenil, todo mi mundo fantástico está ahí y será una película con base social que está vinculado mi trabajo social y donde finalmente confluyen mis dos universos, el del cine y la pedagogía social.

Lala Toutonian
Periodista
latoutonian@gmail.com

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