El festival “Tzain Dur” hizo estallar el Teatro Armenia con las bandas de la comunidad

En una emotiva noche de música y reivindicación identitaria, el 31 de mayo se llevó a cabo el festival “Tzain Dur” (¡Que se escuche!), organizado por Hamazkaín Buenos Aires en el Teatro Armenia de la Asociación Cultural Armenia, en homenaje al aniversario de la proclamación de la Primera República de Armenia.
Con una sala colmada, la velada combinó arte, historia y patriotismo, con la participación de Kurken Alemshah, La Banda del Arzru, Parvaná y Samvel Yeranyan como invitado especial.
Kurken Alemshah abrió la velada con un repertorio de música clásica armenia con Edgardo Sarian (teclados), Mako Mesropian (batería), Taky Karakatsanis (percusión), Dany Panossian (bajo), Osky Balassanian (teclado) y Mariela Moumdjian, Agustín Analian y Artin Merdinian (voz).
Luego siguió La Banda del Arzru que sorprendió a todos con una ejecución musical impecable por parte de los jóvenes. Candela Aksarlian, Flor Delledonne y Sofia Madjarian (voz) interpretaron las canciones armenias junto a Matías Kaladjian (teclado), Agustín Tsolokian (bajo), Micael Fortis (guitarra) y Franco Stambolian (batería).
El grupo Nor Arax no pudo participar con su formación completa, pero su cantante, Alejandro Chipian, ofreció una interpretación solista. Samvel Yeranyan continuó con tres canciones y finalmente llegó Parvaná, que hizo bailar a todos con su Cumbia Kochari y Gamats Gamats versión cuarteto y explotó la sala con Kini Litz. La formación de Parvaná fue con Aram Avakian (batería), Raffi Avakian (teclado), Nicolás Avakian (dhol), Alejandro Demdemian (guitarra), Artin Merdinian y Agustín Analian (voz).
El cierre, con todos los músicos juntos en escena, fue a pura emoción, con el público bailando y cantando al ritmo de la música armenia y ondeando una bandera enorme, con la bandera de Artsaj (Nagorno Karabaj) presente en el escenario.

Durante el evento se leyó un discurso del Gomidé Aram Manukian de la Federación Revolucionaria Armenia (FRA - Tashnagtsutiún), que recorrió la historia y el legado del 28 de mayo, conectando el pasado heroico con los desafíos contemporáneos del pueblo armenio: “En esos días de mayo, la valentía y la audacia reclamaron su lugar en la Historia, y un colectivo que se encontraba en inferioridad de condiciones tomó las armas y luchó. La República de Armenia nació de los llanos de Sardarabad, Pashavaran y Garakilisé; la de Artsaj, de las empinadas laderas de Shushí.”
En otro tramo, el orador se refirió al contexto actual: “Hoy habitamos bajo la sombra de la guerra de los 44 días. Ese manto nos envuelve a todos: a los refugiados de Artsaj, a los ciudadanos de Ereván y a las comunidades armenias de la Diáspora. Es como si ese gris hubiese alcanzado cada rincón del mundo armenio.”
“La bandera de Artsaj tiene que volver a presidir nuestros salones y tiene que volver a los mástiles de los que fue arreada silenciosamente. Porque le habrá faltado el reconocimiento de otros Estados, pero nunca le faltó nuestro respeto y lealtad.”
La conducción del evento estuvo a cargo de Vartan Ketchian y Oli Tosunian en castellano y en idioma armenio.
Discurso completo del Gomidé Aram Manukian de la FRA
Buenas noches, gracias por escuchar estas palabras.
Los anhelos armenios, largamente contenidos, encuentran en mayo el momento de su realización. En dos primaveras boreales, una a comienzos del siglo anterior, la otra a su fin, el deseo de liberación fue desatado. Desde hacía mucho tiempo teníamos proyectos de autonomía que no encontraban el modo de materializarse. En mayo, los hicimos realidad.
Pero no fue sencillo. El pueblo armenio no alcanzó la libertad como resultado del azar o la coincidencia. En el primer mayo, la palabra genocidio aún no había sido creada; en el segundo, se vistió con un antiguo ropaje eslavo y se llamó pogromo. En 1918 y en 1992, el pueblo armenio fue colocado ante a una disyuntiva terminal: resistir o desaparecer. Mah gam azadutiun.
En esos días de mayo, la valentía y la audacia reclamaron su lugar en la Historia, y un colectivo que se encontraba en inferioridad de condiciones, tomó las armas y luchó. La República de Armenia nació de los llanos de Sardarabad, Pashavaran y Garakilisé; la de Artsaj, de las empinadas laderas de Shushí. Fueron felices los días previos al 28 de mayo del 18’, en que las campanas de las iglesias parecían dar alarma por el avance del enemigo, cuando no hacían más que anticipar su inminente derrota. También lo fueron después del 9 de mayo del 92’, cuando el genio del estratega y el sacrificio del combatiente, se hicieron con las alturas para que el rezo armenio volviera a oírse en la Catedral de Ghazanchetsots. Nuestro encuentro de esta noche es un homenaje a la valentía de todas esas personas que no se doblegaron ante la amenaza y que fundaron un orden justo en donde solo se prometía devastación. Las canciones que se van a interpretar acá, su creación y su recreación en la Diáspora, son también un acto patriótico y es el mejor tributo que podemos hacer a esos héroes.
Hoy habitamos bajo la sombra de la guerra de los 44 días. Ese manto nos envuelve a todos: a los refugiados de Artsaj, a los ciudadanos de Erevan y a las comunidades armenias de la Diáspora. Es como si ese gris hubiese alcanzado cada rincón del mundo armenio. Entonces, no es extraño ver que algunos colores comiencen a desvanecerse. Vemos como una guarda blanca se apaga y unos sencillos rojo, azul y naranja, se resignan a ver desaparecer el emblema de esa república montañosa que tanta esperanza había despertado. Lentamente, hay un pabellón que se retira. Allá, en Armenia, bajo pena de arresto; acá, no sabemos bien por qué. Y así, poco a poco, vamos dejando de desear un futuro de Justicia. Pero lo que es peor: nos aferramos a la idea de que, a pesar de todo, hemos alcanzado la paz.
Seguramente, un día como hoy, en 1920, muchos griegos y armenios pensaron que lo peor había pasado; ese 24 de abril quedaba atrás… y sin embargo, dos años después, Esmirna ardería de manera infame. A 5 años de la guerra que lo cambió todo, ¿qué garantía tenemos de que callando nuestros anhelos vamos a conseguir algo? Esa extorsión, de la que todos somos objeto, nutre odios cuidadosamente sedimentados y se alimenta de nuestras aspiraciones. Vivimos tiempos de una guerra híbrida, en la que no solo se lanzan proyectiles y granadas. También se miente, se desinforma y se manipula, porque el campo de batalla se ha extendido. Nos alcanza a todos. Allá y acá.
Por eso, es momento de que a la prepotencia de las armas opongamos la fuerza de nuestras convicciones. La colonización de los territorios armenios es posible gracias a pozos que algún día se van a agotar, a energías que se van a extinguir, a barriles y tuberías que se van a oxidar. Cuando ese combustible se termine, y de la tierra del fuego solo quede un mar seco y contaminado, ¿qué proyectos habremos cultivado para considerarnos herederos dignos de los héroes de mayo? El futuro de justicia empieza hoy. Acumulando las fuerzas que, en el momento preciso, cambiarán el estado de cosas. Pacientes, pero determinados, cuidando de cada aspecto de este proyecto identitario que ha sobrevivido por siglos y que algún día será nuevamente luminoso. Porque somos un pueblo que ha prosperado tanto al margen de ríos como de desiertos; que ha sabido convivir con el semejante y también con el diferente; que experimentó renacimientos cuando su cultura ya parecía olvidada. Tenemos que ser conscientes de esto. Porque el combate se libra ahí. En la memoria de nuestro pueblo. Es que la guerra híbrida también es psicológica. Y lo que necesitamos para ganar esa batalla, está en nosotros. Lav esenk, vor lav elank. Si decimos las palabras correctas, nuestro progreso es posible.
Es por esta razón que al principio les agradecí su escucha. No lo hice por forma y rito, lo hice porque estoy convencido de que nuestra conversación, bien entendida, es la que nos va a permitir encontrar el modo de torcer este presente desafiante. Esa palabra la tenemos que recuperar. No tenemos que dejar que se nos escape. Le tenemos que devolver el color a esos anhelos que se tiñeron de gris. Nos tenemos que animar a hablar de la posibilidad de un reencuentro con “Dadik u Babik”. Hablemos también del abrazo con los líderes de nuestro pueblo que hoy son rehenes en Bakú. Hagámoslo. Animémonos. Digamos las palabras correctas.
Y no le tengamos miedo a las palabras del opresor, que las mentiras son coyunturales y de vida corta. Es un espejo caprichoso el de los ocupantes de tierra armenia: no imitan la voluntad de construir una democracia real o de respetar los derechos humanos. Al contrario; se limitan a torturar las ideas del mismo modo en que torturan cuerpos, y nos devuelven nuestros anhelos como amenazas. Y nos hablan de su derecho al retorno. Habladurías de matón: son el ornamento macabro de la prepotencia de las armas. ¿Cómo puede ser que un armenio encuentre razón en eso? ¿Cómo es posible que se anime a explicarlo a los refugiados de Artsaj para que callen sus reclamos? Si queremos conocer hacia dónde va el tirano, no necesitamos prestar oídos a sus amenazas: tenemos que seguir la dirección de sus proyectiles.
Mientras estamos acá, la munición genocida se ceba con los muros de los hogares de los armenios de Syunik. Y todavía creemos que un inútil borrador es el preludio de una paz que está próxima… Hay dos Estados que se han dado a la tarea de colonizar Armenia y que continúan la de quienes, desde siempre, devoran nuestro patrimonio milenario y lo sustituyen por una ficción. Entonces, como nos enseñó Raffí en tiempos de nuestro Zartonk, cuando reconoció esas chispas que anticipaban el fuego de la revolución, la resistencia al opresor empieza acá. En lo que decimos y lo que sentimos. En lo que nos proponemos. Para concluir, quiero remarcar que, hace un siglo, enfrentamos un poderoso arsenal y una férrea voluntad genocida. Eso fue Sardarabad. El preludio de un orden justo. De un Estado que amparó a miles de huérfanos y de refugiados. Humanitario, solidario e igualitario. Frente al horror, dimos lo mejor de nosotros. Esa es la lección. Por eso, hay que sacudirse ese cinismo que hoy se viste de “realismo”. La bandera de Artsaj tiene que volver a presidir nuestros salones y tiene que volver a los mástiles de los que fue arriada silenciosamente. No puede haber dudas al respecto. Porque a ese pabellón le habrá faltado el reconocimiento de otros Estados, pero nunca le faltó nuestro respeto y lealtad. Por eso, en este mes de mayo, en el mes en que vencimos al Imperio Otomano; en el mes en que liberamos Sushí, alzamos la voz y proclamamos: ¡Viva Armenia Libre, Unida e Independiente! ¡Viva la República de Artsaj! ¡Libertad para los prisioneros armenios de las cárceles de Bakú! ¡Fuera genocidas de Artsaj! Anamotner, los vamos a vencer.