Frente al avance de los colaboracionistas, la defensa tiene que ser cerrada e inequívoca

En Armenia, ya nada es sagrado.
Su Gobierno, actúa como fuerza de ocupación de su propio territorio al servicio de la colonización extranjera.
Entonces, no es extraño que, cuando Su Santidad aboga por los derechos de los refugiados de Artsaj y su milenario patrimonio cultural, Pashinyan le exija deponer sus hábitos.
La relación de causalidad es directa y no puede ser ignorada.
Por eso, la respuesta tiene que ser categórica.
Desde ya, no es equivocado sostener que los connacionales ansiamos el diálogo, la armonía y la unidad.
Pero los armenios de la diáspora no somos mediadores serenos de una contienda trivial entre partes que obran de buena fe.
Cuando alguien cruza una línea roja y, con el paso de los días, no exhibe ninguna vocación de regresar del lado de la ley, la respuesta tiene que ser proporcional y contundente.
Es momento de que nos preguntemos si la “armonía” bien vale tolerar la fatwa corrupta de los clérigos genocidas de Bakú.
La insujeción de Pashinyan a los mandatos más elementales que dictan nuestra historia e identidad religiosa merecen un estridente repudio, no un moderado reproche.
Tenemos que alzar la voz y condenar.
Si nuestra responsabilidad es la Iglesia, la defensa tiene que ser cerrada e inequívoca.
Porque lo que nos estamos jugando es algo muy grande.
Somos protagonistas de una lucha existencial, decisiva y perentoria.
Ankara y Bakú se han dado a la tarea de conmover los cimientos de la identidad armenia, el verdadero gran objetivo detrás de esto.
Domesticar esa identidad irredenta es necesario para asegurarse el desistimiento de todos los reclamos por las vidas que han tomado y de los bienes que se han apropiado.
Entonces, la colaboración traidora retumba como carcajadas en los oídos de nuestros enemigos.
La Iglesia, la Constitución, la Justicia, el Ejército y los Emblemas Nacionales; toda institución que dificulte la imposición de la paz genocida será removida como un mero escollo.
Ahora bien, no se trata de simples obstáculos, sino de las instituciones que vertebran el Estado armenio.
Su alteración anuncia la claudicación a tener un Estado soberano; y anticipa que nos apresuramos a asumir el estatus de un Protectorado de las potencias genocidas. Si seguimos así, pronto estaremos hablando de la Franja de Ereván.
Por eso, el momento del diálogo llegará cuando inicie el proceso de reconstrucción de todo lo que está siendo dañado por Pashinyan. Cuando la armonía no sea con el clérigo genocida Pashazade, sino con la armenidad.
Ahora, estamos obligados a sancionar la colaboración con los demoledores de la identidad armenia.
Porque el insulto a la Iglesia trasciende a la institución religiosa en sí misma: es un ataque a las convicciones de una Nación.
Ya dejamos atrás el Monasterio de Dadivank; si no queremos que la Santa Sede se transforme en la ominosa “Uchmiadzin” (como le dicen los clérigos de Bakú), nuestra postura tiene que ser clara.
Lo demás, es ser cómplices de la entrega y la colonización.
Nuestra identidad está amenazada.
De nosotros depende defenderla.
Hagop Tabakian
Representante del Comité Central de la FRA-Tashnagtsutiún de de Sudamérica