“Había, no había”, documental de Emily Mkrtichian en UGAB

El sábado 28 de junio, en su Ciclo de Cine Armenio, bajo la dirección integral de Jack Boghossian y organizado por la Unión General Armenia de Beneficencia, proyectaron "There Was, There Was Not", un film de Emily Mkrtichian. Traducido como “Había, no había”, da cuenta, como explicó Boghossian al comienzo de la proyección, al clásico Había una vez de cómo comienzan los cuentos; y en Armenia ese principio es otro: había y no había. Líricamente puede remitir una poesía existencial, quizá, pero aquí la realidad arstají lo vuelve sangre: había pero ya no.
Había, no había.
Y así también se empieza a borrar un país.
“Había, no había” no es solo un documental sobre la guerra de Arstaj o Nagorno-Karabaj. Es una elegía sin piedad y sin monumento. Emily Mkrtichian elige mirar lo que está a punto de desaparecer: una tierra que se esfuma, una cultura arrasada, un pueblo sin mapa. Pero sobre todo, elige seguir a cuatro mujeres que resisten sin espectáculo, sin proclamas, sin chances. No son víctimas ni heroínas, sino otra cosa: testigos de una extinción que ocurre en tiempo real, mientras la cámara filma.
Entonces, es la mirada de una mujer sobre la pérdida de su patria a través de las vidas de otras cuatro mujeres. Algo muy inusual en la historia armenia donde la mujer queda relegada a otros menesteres. (Por supuesto, se mantienen malos hábitos: en una escena, el marido se queja que no puede comer el pilav con tenedor e inmediatamente su esposa se levanta a buscar una cuchara. Ni él piensa en hacerlo, ni ella en dejar de hacerlo. Pero este tópico lo dejamos para una próxima crónica.)

Sosé Balasanyan entrena en silencio. Ex campeona de judo, su cuerpo es memoria y trinchera. En su gimnasio enseña a las niñas cómo caer sin romperse. Pero la guerra no respeta técnica: la vemos empacar, irse, con un rifle y un pasado colgando de la espalda.
Sveta Harutyunyan desactiva minas. Camina por la tierra como si pudiera ganarle al desastre con paciencia. Su figura es fantasmática: va, vuelve, nunca habla demasiado. La guerra no la desplaza: la absorbe. Y ella sigue, como si limpiar los restos fuera su forma de existir.
Gayane Hambardzumyan es activista contra la violencia de género. En medio del colapso, no deja de escuchar, anotar, intervenir. Cuando la guerra se mete en las casas, Gayane responde con una mezcla de rabia, ternura y logística. Su batalla es doble: contra el enemigo exterior y contra los monstruos que se amparan en el caos.
Siranush Sargsyan cree en el Estado de Artsakh. Joven, política, diplomática. La vemos defender su tierra en conferencias, en entrevistas, en llamados desesperados. Pero el país se desintegra frente a sus ojos, y lo que queda es una voz que insiste, aunque ya nadie escuche.
Mkrtichian, más que filmar la guerra, filma el instante inmediatamente previo y el instante siguiente. El montaje evita la pirotecnia. Se concentra en gestos: una taza lavada, un abrazo abrupto, una lista escrita a mano. Hay algo reverente en su mirada. Como si supiera que esas imágenes están destinadas a ser todo lo que quede. En lugar de explicar el conflicto, lo encarna en cuerpos y voces femeninas. En la forma en que Gayane dice estoicamente "No hay tiempo para el dolor" o en el modo en que Sveta sostiene una mina con la misma delicadeza con la que otros sostienen un hijo. Cada plano es un intento de retener lo que ya se escapa.
En 2024, Azerbaiyán ocupó el último rincón de Artsakh. Limpieza étnica, exilio masivo, bloqueo, aislamiento, borradura de nombres, muertes. Muertes, muertes, muertes.
La región ya no existe como entidad política.
Este documental se convierte entonces en una última trinchera, en una forma de recordar que ese lugar fue. Que hubo mujeres, risas, ventanas, ruido de platos. El título mismo funciona como epitafio: There was, there was not. Había, no había. Había una vez, y también no. Lo que fue, lo que ya no será. Lo que queda en la boca cuando se agota el relato.
La película no tiene cierre. No ofrece consuelo. Es un film inacabado porque el duelo también lo está. Lo que propone es otro tipo de fe: una fe en que las historias puedan resistir lo que los gobiernos destruyen.
Que el cine pueda funcionar como archivo emocional. Que las mujeres que fueron no se desvanezcan si alguien las nombra.Había una vez, y también no.
Un lugar.
Una lengua.
Un último cuento antes de que se apague la luz.
Lala Toutonian
Periodista
latoutonian@gmail.com