Pashinyan en la ONU: paz proclamada, memoria negada

En el quinto aniversario del inicio de la guerra de los 44 días, el primer ministro de Armenia Nikol Pashinyan eligió proclamar, desde la Asamblea General de las Naciones Unidas, que la paz con Azerbaiyán ya está sellada. Lo hizo con un discurso con elogios a Donald Trump, a quien incluso propuso para el Premio Nobel de la Paz. En sus palabras, realizó un detallado repaso de proyectos de infraestructura como el denominado TRIPP presentado como la llamada “Encrucijada de la Paz”.
El contraste con la fecha es inevitable. Mientras para el pueblo armenio el 27 de septiembre recuerda el inicio de la agresión azerbaiyana de 2020, la muerte de más de cinco mil jóvenes soldados y la posterior limpieza étnica de 2023, el Primer Ministro evitó cualquier mención a Artsaj, a los desplazados y al derecho de su retorno en sus palabras en la ONU.
Toda su referencia a los prisioneros armenios en Azerbaiyán y a las personas desaparecidas ocupó apenas una frase diluida entre anuncios económicos y llamados a la cooperación. La omisión fue tan evidente como dolorosa aunque ya no sorprende. Más grave aún cuando el propio Pashinyan declaró el 30 de septiembre que el retorno de la población desplazada de Artsaj sería “peligroso para el proceso de paz”, frase que no solo legitima la limpieza étnica consumada sino que suena como la continuación de la entrega.
En su intervención, Pashinyan también cuestionó que Aliyev hable reiteradamente del “corredor de Zangezur”, recordando que esa expresión no figura en los documentos acordados en Washington ni en ninguna negociación oficial. Señaló que en Armenia se percibe como un reclamo territorial y lo calificó de “discurso conflictivo”. Del mismo modo, rechazó que Azerbaiyán hable de la “capitulación de Armenia”, asegurando que no comprende por qué, tras acuerdos alcanzados con tanto esfuerzo, persisten subtextos agresivos. ¿De verdad el Primer Ministro armenio esperaba que el criminal de guerra Aliyev cumpliera algo de lo prometido? ¿Es ingenuidad o simple estupidez pensar que el presidente de Azerbaiyán renunciaría a la retórica de la victoria conociendo su accionar y después de haber consumado la limpieza étnica de Artsaj?
El ex Defensor del Pueblo de Armenia, Arman Tatoyan, recordó en estos días cómo comenzó la guerra: “El 27 de septiembre de 2020, en la ciudad de Martuni, Victoria Gevorgyan, de 9 años, fue asesinada en el patio de su casa por un bombardeo azerbaiyano. Así comenzó la guerra a gran escala desatada por Azerbaiyán contra Artsaj y Armenia”. También señaló que “el 14 de octubre, las fuerzas armadas azerbaiyanas dispararon y mataron a los civiles Benik Hakobyan, de 73 años, y Yuri Adamyan, de 25, en Hadrut, envolviéndolos en las banderas de Armenia y Artsaj. El 21 de octubre capturaron la aldea de Azokh y decapitaron a Yuri Asryan, de 80 años. El 28 de octubre decapitaron a Gennady Petrosyan, de 69 años, colocando su cabeza sobre el cuerpo de un cerdo, y los propios militares azerbaiyanos filmaron todo el proceso para luego difundirlo con cinismo”.
Tatoyan advirtió además que “civiles y soldados fueron torturados y sometidos a brutalidad durante la guerra e incluso después de la guerra, con la participación activa de yihadistas y terroristas”. En esa línea, hay informaciones que indican que se está negociando la entrega de dos mercenarios sirios presos a Azerbaiyán. El ombudsman concluyó con una definición contundente: “La verdadera paz sólo llega con garantías reales, con un Estado fuerte y resiliente, donde no haya divisiones internas, donde la solidaridad pública y el derecho aseguren la paz también dentro del país. Me inclino ante la memoria de todos aquellos que cayeron por causa de la patria”.
Esa es la realidad de la guerra que, en la fecha misma de su inicio, Pashinyan reduce a un párrafo técnico sobre fronteras y tratados y a una frase al pasar sobre los cautivos. La verdadera paz no puede construirse sobre la negación de esas atrocidades ni sobre la indiferencia hacia quienes aún esperan justicia. A ello se suman los ataques indiscriminados contra la población civil y el uso de fósforo blanco.
En su intervención, Pashinyan también cuestionó que Aliyev hable reiteradamente del “corredor de Zangezur”, recordando que esa expresión no figura en los documentos acordados en Washington ni en ninguna negociación oficial. Señaló que en Armenia se percibe como un reclamo territorial y lo calificó de “discurso conflictivo”. Del mismo modo, rechazó que Azerbaiyán hable de la “capitulación de Armenia”, asegurando que no comprende por qué, tras acuerdos alcanzados con tanto esfuerzo, persisten subtextos agresivos. ¿De verdad el Primer Ministro armenio esperaba que el criminal de guerra Aliyev cumpliera algo de lo prometido? ¿Es ingenuidad o simple estupidez pensar que el presidente de Azerbaiyán renunciaría a la retórica de la victoria después de haber consumado la limpieza étnica de Artsaj y conociendo su accionar?
Pashinyan presentó como “hito histórico” la firma del acuerdo del 8 de agosto en la Casa Blanca en presencia de Ilham Aliyev y Donald Trump. Aquello no constituye una paz genuina sino un arreglo impuesto por la fuerza. Fue una puesta en escena que proyecta dependencia y resta margen de maniobra a Armenia que ahora aparece como rehén del relato geopolítico norteamericano.
Esa dependencia quedó aún más clara con las declaraciones del enviado especial de los EE.UU, Steve Witkoff, quien reconoció que consulta regularmente con las máximas autoridades turcas antes de tratar temas sobre Armenia y Azerbaiyán. Una admisión que confirma hasta qué punto la política de Washington se monta bajo la dirección que indica Ankara.
Pashinyan habló de “fronteras internacionalmente reconocidas” sin que exista, hasta la fecha, ningún tratado bilateral de delimitación y demarcación con Azerbaiyán. Tampoco hizo referencia a los kilómetros de ocupación del territorio soberano armenio. De esa forma ubica una narrativa que puede volverse en contra de Armenia en los tribunales internacionales. Cada palabra pronunciada por Pashinyan sirve de base para legitimar acusaciones de “ocupación” que Bakú ya multiplica en foros diplomáticos. En lugar de consolidar la soberanía el gobierno armenio genera una vulnerabilidad que Aliyev y sus agentes sabrán explotar.
El discurso del Primer Ministro en la ONU, plagado de anuncios sobre apertura de fronteras con Turquía, integración a la Unión Europea y diversificación diplomática, busca instalar la imagen de un país que se proyecta hacia el futuro pero internamente, en este nuevo aniversario de la guerra, lo que queda es la sensación de que su gobierno entierra a Artsaj bajo la argumentación de la paz y se desentiende del drama de los cautivos.
Mientras Pashinyan ignoraba estas cuestiones y derechos, en Yerablur, el cementerio de los héroes, cientos de familias se reunían para honrar a sus hijos caídos en la guerra, en un acto de dolor, memoria y dignidad. Esa escena se vuelve aún más desgarradora con la confesión del propio Pashinyan reconocida en su mensaje del 28 de agosto, cuando admitió que en 2020 rechazó un plan de paz internacional y optó por sacrificar Artsaj, y a miles de soldados, para preservar la independencia del Estado armenio (ver nota).
El contraste fue enorme: en Nueva York se vitoreaba una paz llena de concesiones y en Ereván se mantenía viva la llama del respeto a los caídos y de la resistencia.
Pablo Kendikian
Director de Diario ARMENIA