La ópera “El retablo de la Jesenská”, una eucaristía de la turbación

03 de octubre de 2025

El 28 de septiembre próximo pasado fue el día nacional de la República Checa, ese mismo día fue la última función por este año de la ópera “El retablo de la Jesenská” en el Teatro Empire. La ópera consta de una suite de madrigales que compusiera el Maestro Pedro Santiago Chotsourian sobre textos del libro “La Jesenská” de Ana Arzoumanian.

En un verdadero ritual tres sopranos: Julieta Schena, Sofía Drever y Silvina Suárez encarnan a Milena Jesenská, la destinataria de aquel famoso libro de Kafka “Cartas a Milena”, su traductora, su amada. La obra, sin embargo, hace foco en la propia vida de Milena, la periodista, la activista, la comprometida con los sufrientes en tiempos de la Shoá. Escritora checa, decide portar la estrella de David y pasearse por las calles de Praga en solidaridad con sus amigos perseguidos. Así termina sus días en el campo de concentración de Ravensbrück.

Las tres sopranos son, cada una de ellas, la personificación de aspectos de Jesenská: su maternidad, su espiritualidad y su sensibilidad política. Una y trina, las voces dan una idea de los pliegues de una mujer que vivió en la plenitud de su sensualidad y compromiso político.

Santiago Chotsourian define la ópera como un arioso, ese registro cercano a la obra “Peleas y Melisande” de Claude Debussy. El arioso combina la narrativa del recitativo con la musicalidad del aria. Desde una estructura libre y con sus inflexiones melódicas cercanas a la palabra “El retablo de la Jesenská” tiene influencias del canto gregoriano. De modo que el tono de lo sagrado no sólo se encuentra en ese retablo, conceptual y escenificado, sino también en el modo del canto. Algo de la pasión oratórica se escucha en esta puesta dirigida musicalmente por Chotsourian bajo la dirección en actuación por Ana María Rozzi.

La escenografía y el vestuario de Eli di Bussolo es de una factura impecable. Los pocos objetos en escena enfatizan una sobriedad que se acerca a la modestia ascética. Allí radica la sofisticación de la puesta, una austeridad de elementos para una densidad emocional.

Las voces de las tres cantantes son acompañadas por el piano de Chotsourian y su intervención en ciertos pasajes con su “Briefe an Milena” (Carta para Milena).

El mítico Teatro Empire, dirigido por César Mathus, con una capacidad para 300 espectadores, repleto y con un público que aplaudía fervientemente, fue testigo de una especie de eucaristía de la turbación. El desgarro, el desamparo, pero también la vitalidad y el erotismo del personaje (la trina Jesenská) empujaba al espectador a un estado de consternación. Así como el peso de la pasión es repartido entre las tres voces, también el reparto se diseminó más allá del escenario, entre el público. Una especie de perplejidad cuando acababa la obra en una mezcla de vértigo y desconsuelo. Una agitación, un desarraigo, un estupor eléctrico.

Familiares, amigos, escritores, músicos, editores y el privilegio de tener a la Cónsul de la Embajada de Armenia y a la Embajadora de la República Checa entre un público que hizo del espacio teatral un lugar de emoción comulgada.

Un espectador

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