Aliyev arremete mientras Pashinyan calla

10 de noviembre de 2025

El 8 de noviembre de 2025, Azerbaiyán celebró en Bakú un desfile militar para conmemorar el quinto aniversario de su victoria en la guerra de 44 días por Nagorno Karabaj. El presidente Ilham Aliyev, acompañado del presidente turco Recep Tayyip Erdogan y del primer ministro pakistaní Muhammad Shahbaz Sharif, pronunció un discurso en el que se burló de los prisioneros armenios y exaltó la caída de la ciudad de Shushí, rebautizada como Shusha por las fuerzas de ocupación.

Esa escena sintetiza el clima político que hoy domina en Bakú: la victoria militar convertida en espectáculo, la ocupación transformada en motivo de orgullo y la humillación de las víctimas constituida en narración de Estado. Lejos de buscar la reconciliación y la paz, el régimen de Aliyev glorifica la limpieza étnica de Artsaj como parte de su identidad nacional y la proyecta hacia un nuevo objetivo: Armenia.

Apenas unos días antes, Ilham Aliyev volvió a pronunciar una frase que sintetiza su ambición expansionista: “Todas las regiones de la actual Armenia son de origen azerbaiyano”, apuntó. La expresión es la confirmación de un proyecto que desde hace años combina la propaganda, la distorsión histórica y la presión político-militar, sostenida ahora con una peligrosa naturalidad.

Aliyev repitió su argumento favorito: que los mapas del imperio ruso demostrarían que el territorio armenio, incluido el lago más grande del país pertenece, por derecho, a Azerbaiyán: “No existe el lago Sevan, sino el lago Goycha”, dijo haciendo gala de un revisionismo geográfico disfrazado de argumento académico.

Pero más inquietante que el delirio revisionista fue la reacción (o la falta de reacción) de Ereván. Consultado durante una conferencia internacional, el primer ministro Nikol Pashinyan evitó condenar las declaraciones de Aliyev y se limitó a relativizarlas tibiamente sugiriendo que se trataba de “una diferencia de nomenclatura”. Mientras Bakú niega la existencia del lago Sevan, el gobierno armenio elige callar o interpretar el agravio como una “cuestión de mapas”.

Desde hace tiempo Bakú dejó de disimular su ambición expansiva. La conferencia internacional celebrada en Bruselas el 28 de octubre fue otro capítulo de esa campaña organizada por la llamada “comunidad de Azerbaiyán Occidental”, un colectivo supuestamente espontáneo pero que se descubrió que era financiado por Bakú. El evento fue presentado de una supuesta legitimidad académica, reunió a juristas y consultores europeos dispuestos a validar la invención de un pueblo “expulsado” del oeste de Azerbaiyán, es decir, del territorio actual de Armenia.

La “propaganda espejo” de acusar al otro de lo mismo que se hace, llegó a un nivel de sofisticación inquietante ya que mientras Bakú exige el retorno de imaginarios desplazados, niega el derecho al retorno de los 120.000 armenios que fueron forzados a abandonar Artsaj en 2023 tras el bloqueo y la ofensiva militar.

La manipulación del significado del término “retorno digno” encubre una política de colonización demográfica. Aliyev lo adelantó en su discurso con una fórmula peligrosa y calculada: “Debemos regresar no con tanques, sino con automóviles”. En otras palabras, sustituir la guerra militar por la ocupación demográfica paulatina.

Mientras tanto, el territorio ocupado de Artsaj se militariza a un ritmo acelerado. Según analistas armenios, Bakú construye autopistas, aeropuertos y hospitales militares que transforman la región en una base avanzada para un eventual ataque sobre el sur de Armenia. En este tablero, la diplomacia internacional observa con indiferencia sosteniendo la ficción de un “proceso de paz” que en los hechos sólo legitima la narrativa azerbaiyana.

Esa lógica también explica la provocación simbólica de los últimos días de rebautizar una de las calles principales de Stepanakert, denominada Khankendi bajo la ocupación, con el nombre de Enver Pashá, uno de los arquitectos del Genocidio Armenio de 1915 y promotores del panurquismo. Convertir en “héroe” a un verdugo histórico de los armenios es la continuación de un proyecto ideológico que asocia la victoria militar contemporánea con la revancha histórica del Imperio Otomano. La ironía trágica es que Enver Pashá murió ajusticiado en 1922 por un armenio de Artsaj, el comandante Hakob Melkumyan. El verdugo cayó en manos del pueblo que quiso exterminar.

A esta dinámica de cesiones se suman otras declaraciones del Nikol Pashinyan quien llegó a afirmar que la desconfianza entre los pueblos de Armenia y Azerbaiyán y Turquía es fruto de una “visión del mundo impuesta por los agentes de la KGB soviética”. El primer ministro armenio intenta diluir las diferencias entre agresor y agredido, entre ocupantes y desplazados. Sus palabras intentan lograr un desarme interior al pueblo armenio, algo a lo ya nos tiene acostumbrados.

Quizás el episodio más humillante de las últimas semanas no se produjo en Bakú, sino en Ereván. El Consejo de Seguridad armenio recibió oficialmente a representantes de la supuesta “sociedad civil” azerbaiyana con el argumento de fomentar la confianza entre ambos países tras la Declaración de Washington, entre ellos Dilara Efendiyeva, la “ecoactivista” falsa que participó en el bloqueo de la carretera Goris-Stepanakert que privó a Artsaj de gas, medicinas y alimentos durante casi diez meses.

La delegación azerbaiyana reunida con sus pares armenios en Ereván.

El engaño fue tan burdo que roza la burla: enviar a quienes protagonizaron aquel bloqueo humanitario genocida como delegación de “paz” demuestra no sólo el cinismo del régimen de Aliyev, sino también el grado de subestimación con que percibe al gobierno armenio. Ni siquiera se esforzaron en disimularlo, sabían que podían hacerlo sin consecuencias. Presentar a esa delegación como interlocutora fue una escena que legitima al victimario en la capital de la víctima.

En un régimen como el de Azerbaiyán, donde no existe sociedad civil independiente, esas figuras son herramientas del aparato propagandístico de Aliyev, quien acaba de ser incluido entre los “depredadores de la libertad de prensa” por Reporteros Sin Fronteras. Llamar a ese simulacro “diplomacia ciudadana”, como lo presentó el gobierno armenio, es otra operación de propaganda presentada como diálogo. Fue una puesta en escena que insulta la inteligencia colectiva: mientras los enviados de Aliyev posan en fotos para las redes, decenas de prisioneros armenios continúan ilegalmente en cárceles azerbaiyanas.

Lo más grave es que el hecho fue revelado por periodistas y no por los servicios de inteligencia del Estado, quienes parecen estar más ocupados por espiar y perseguir a la Iglesia Apostólica Armenia y a los opositores al Gobierno que por detectar las operaciones del enemigo. Fueron los medios los que descubrieron que se trataba de los mismos actores en distintas funciones y lo expusieron ante la sociedad cumpliendo un rol que las instituciones estatales parecen haber abandonado.

Todo esto forma parte de una misma matriz: el revisionismo histórico, la ingeniería demográfica y la manipulación discursiva que convergen en una ofensiva que por ahora no utiliza al ejército para avanzar. Se libra en los mapas, en los foros internacionales y en los gestos simbólicos que buscan reescribir la verdad.

A esta altura de los acontecimientos, la hipocresía de Aliyev no sorprende ya que está en su naturaleza política. Lo que alarma es la complacencia de quienes, dentro y fuera de Armenia, eligen callar o justificarlo. Cada claudicación en el relato (cada vez que se acepta hablar de “retorno”, de “Azerbaiyán Occidental” o de "paz duradera" sin condiciones) es un paso hacia la resignación. Y mientras tanto, Pashinyan parece medir cada gesto no por su coherencia histórica, sino por su rentabilidad de cara a las elecciones de junio de 2026.

Pablo Kendikian
Director de Diario Armenia

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