“Canté para no perder la dignidad”: Arthur Khachents, la voz que resistió en las trincheras de Artsaj

02 de diciembre de 2025

Bajo el fuego de la artillería de los ejércitos de Azerbaiyán y Turquía, entre el humo que hacía arder los ojos y el temblor constante de la tierra, se escuchó el canto desafiante de un joven soldado armenio.

En las trincheras de la guerra de los 44 días en Artsaj, mientras los drones enemigos sobrevolaban y los proyectiles estallaban sin pausa, Arthur Kachents, nacido en Hadrut, elevó su voz para sostener a sus compañeros. Cantaba Kini Lits, la canción revolucionaria que conmemora el ajusticiamiento de Talaat Pashá, uno de los arquitectos del Genocidio Armenio, a manos de Soghomón Tehlirian en Berlín en 1921: un himno que celebra la justicia, la memoria y la resistencia armenia.

“Cuando vimos que la situación empeoraba día a día supe que tenía que dejar un registro real de ese instante. Grabé el video pensando que quizá sería el último testimonio, un documento por si moríamos combatiendo. Quería que quien lo encontrara, incluso el enemigo, entendiera que no luchábamos con miedo, sino con dignidad, sabiendo quiénes somos y por qué estábamos ahí”, recuerda.

“Quise que el mundo escuchara Kini Lits desde la trinchera, cantado por quienes defendíamos nuestra patria. Cantábamos como el pueblo que organizó la Operación Némesis: para que supieran que nuestra fuerza no viene del odio sino de la justicia y la memoria. Lo subí a Instagram apenas tuve señal, también para responder a familiares y amigos desesperados por noticias nuestras. Cuando la publicación se viralizó por toda la diáspora Hadrut ya estaba perdido. No me alegró. Nada podía hacerlo”.

En el video grabado en plena batalla, se ve a Arthur Khachents avanzar por un sendero estrecho de un bosque cubierto de bruma en medio del vértigo de la guerra. Lleva el uniforme camuflado manchado de tierra y la capucha ajustada sobre la cabeza. La cámara temblorosa registra su rostro joven, con claros signos de cansancio, mientras canta con una amplia sonrisa. A su alrededor marchan otros soldados. Algunos cabizbajos, otros intentando seguirlo en voz baja. Arthur sostiene un fusil en la mano derecha y con la izquierda graba la escena mientras avanza.

Días atrás, de paso por Buenos Aires, en un encuentro informal en Armenia al 1300, este cronista presenció una escena que permitió comprender la firmeza de su identidad. Le preguntaron: “¿sos hayastantsí?” (armenio nacido en la República de Armenia). La respuesta inmediata y sin dudar fue:

—No, soy artsajtsí.

Lo dijo sin soberbia, sin distancia, pero como quien dice la verdad con orgullo. Más tarde le pregunté el por qué de su respuesta: “Para mí es un honor ser de Artsaj. Y dentro de Artsaj, es un honor ser de Hadrut. Y en Hadrut, es un honor decir que soy de Taghaser. Allí crecí y me formé. Aunque viví casi diez años en Ereván y estudié allí, nunca diré que soy de Ereván. Artsaj está destruida, destruida, destruida, pero sigue vivo en nosotros. Hablaré siempre en el dialecto de Artsaj. Intentaré mantener la cultura de Artsaj. Haré todo lo posible para que Artsaj vuelva”.

Cuando habla de la guerra su voz baja un tono, como si buscara aire para sostener las palabras. “Kini Lits nos daba fuerza. Canté para que mis compañeros no se quebraran, para que sonrieran un segundo. Para que recordaran quiénes somos”. Conoció esa canción en la escuela de Hadrut, gracias a su maestra Gayané, quien les hacía escuchar grabaciones de Karnig Sarkissian y de cantantes populares de temas revolucionarios armenios, generalmente de la FRA-Tashnagtsutiún, aclara. “De chico aprendí que esa canción era parte de nuestra historia y cuando la guerra comenzó, volví a este tema naturalmente, como si siempre hubiera estado esperando”.

Después de una pregunta inevitable llegó una pausa larga en la conversación y el entrevistado pronunció una frase que incomoda: “Artsaj fue entregada. No fue perdida: fue entregada”. Y agrega sin vueltas: Fue entregada por los dirigentes abiertamente pro-turcos que hoy gobiernan Armenia. Los que continuaron con los sueños del enemigo y traicionaron al pueblo armenio”. “El gobierno de Nikol Pashinyan y su gabinete ejecutó el plan. Tiraron a la basura nuestra victoria de 30 años. Después intentaron culpar al Ejército y a los fedayís diciendo que no tuvieron agallas. Eso es mentira. Los primeros en ir a luchar fueron los voluntarios. Resistimos contra varios ejércitos a la vez”.

Khachents endurece la voz y sostiene que hoy Armenia vive una crisis profunda. “Los artsajtsí fueron desplazados y en Armenia reciben un trato que duele. Nos dicen que borremos la palabra Artsaj de nuestros documentos para recibir asistencia. Persiguen y encarcelan a quienes expresan ideas diferentes o defienden la identidad armenia. Están destruyendo la Iglesia, la diáspora, la memoria. Incluso sacaron la materia Historia de los armenios de las escuelas y también el nombre de Mesrob Mashdots para no referenciarlo con Artsaj. Vinieron con un objetivo: entregar Artsaj y romper los vínculos que nos sostienen”.

Ante esa devastación, la música se volvió su trinchera. “Me enamoré de la música desde antes de ir a la escuela. Gomidás y Sayat-Nová cambiaron mi vida. Decidí dedicarme a la música armenia para preservar nuestra lengua, la única forma de que la armenidad viva en las familias. Tenemos un riesgo real: que el dialecto de Artsaj desaparezca. Por eso escribo y canto en artsajtsí. Para que Artsaj viva en las canciones. Mientras haya memoria, hay esperanza. Mientras haya esperanza tenemos que trabajar para llegar al objetivo”.

Sobre la diáspora, fue igual de directo: “La fuerza de los armenios está en su diáspora. La diáspora siempre fue valiente: Monte Melkonian, William Saroyan, Kirk Kirkorian, Charles Aznavour, Eduardo Eurnekian... Espero que sigan siéndolo, no solo con dinero sino con pensamiento crítico y acción”. Más adelante Arthur Kachents agregó un mensaje para los armenios: “Visiten Armenia pero sepan que la patria no empieza ni termina en Ereván. Tienen que ir a los pueblos y hablar con la gente”.

Cuando terminó la entrevista, quedó un silencio largo. Me miró a los ojos y dijo: Artsaj está destruida pero sigue viva en nosotros. Vamos a volver”.

Pablo Kendikian
Periodista

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