Hrair Tyójk, el silencioso estratega de la revolución

24 de diciembre de 2025

La historia de la resistencia armenia está poblada de nombres asociados a hazañas, forjadas en sacrificios extremos y contiendas desiguales. Junto a los héroes y heroínas más difundidos, emergen figuras cuya grandeza no se explica solo por la acción armada, sino por la capacidad de pensar la lucha, organizarla y dotarla de sentido histórico. Entre ellas se destaca Armenag Ghazarian, conocido por su nombre de guerra: Hrair Tyójk.

Nació en 1866 en el pueblo de Aharonk (distrito de Julp), región de Sasún. Creció en un territorio atravesado por la pobreza, la opresión y la violencia sistemática contra la población armenia. Desde muy joven conoció el desamparo, pero también la solidaridad comunitaria que caracterizaba a las aldeas armenias de Daron. Esa doble experiencia —dolor y empatía— moldeó tempranamente su visión del mundo.

Su formación tuvo un rasgo distintivo: no fue únicamente militar. Estudió en Mush, en la escuela del histórico monasterio de Surp Garabed, un centro espiritual y educativo donde se transmitían no solo saberes religiosos, sino también una profunda conciencia nacional. Allí se empapó de historia, ética y sentido de la responsabilidad colectiva. Más tarde ejerció como maestro, un oficio que marcó su modo de liderazgo: pedagógico, paciente y persuasivo.

Quienes lo conocieron señalaban una paradoja: era físicamente frágil, de salud delicada, pero poseía una voluntad férrea y una capacidad de resistencia extraordinaria. No levantaba la voz innecesariamente ni buscaba protagonismo; su sola presencia imponía respeto. No se concebía como un caudillo, sino como una parte orgánica del pueblo.

Del despertar político a la autodefensa organizada

A fines de la década de 1880, Sasún y Daron vivían un clima de agitación creciente. Los abusos de las autoridades otomanas, las incursiones de grupos kurdos y la ausencia total de protección legal empujaban a las comunidades armenias a organizarse por su cuenta. En ese contexto, Hrair se incorporó a los primeros círculos revolucionarios y comenzó a recorrer aldeas, no para prometer victorias inmediatas, sino para explicar la necesidad de la autodefensa como forma de supervivencia colectiva.

Entre 1891 y 1894 se convirtió en uno de los principales organizadores de la resistencia en Sasún. Su enfoque era claro: sin disciplina, sin coordinación y sin respaldo popular, cualquier levantamiento estaba condenado al fracaso. Por eso insistía en la formación de grupos estables, en la protección de la población civil y en forjar un sentido de responsabilidad moral del guerrero.

Uno de los episodios que consolidó su prestigio fue el enfrentamiento de Dalvoríg (1893). Frente a fuerzas otomanas muy superiores, Hrair apeló a una táctica que combinó conocimiento del terreno, desplazamientos ágiles y una coordinación precisa entre pequeñas unidades (jump). La victoria armenia tuvo un impacto que trascendió lo militar: quebró la percepción de supremacía otomana y demostró que la resistencia no era un gesto suicida, sino una posibilidad real.

Según testimonios recogidos posteriormente, durante el combate de Dalvoríg, Hrair ordenó a sus hombres no concentrar el fuego ni exponerse en enfrentamientos directos, sino dividirse en pequeños grupos que se desplazaban constantemente entre las alturas y los senderos laterales. En un momento crítico, cuando las fuerzas otomanas creyeron haber cercado a los defensores, Hrair dispuso un repliegue silencioso que simuló una retirada desordenada. Convencidos de que la resistencia había sido quebrada, los atacantes avanzaron sin cautela y quedaron expuestos a un contraataque desde posiciones elevadas. El golpe fue breve, preciso y devastador.

Con el tiempo, los testimonios de sus compañeros coincidirían en señalar que Hrair insistía en que “no se vence por fuerza bruta, sino por inteligencia y disciplina”, una máxima que sintetizaba su concepción del combate: evitar el sacrificio inútil y preservar vidas armenias era, para él, una forma superior de victoria.

Relaciones, alianzas y una visión crítica de Europa

En sus primeros años, Hrair militó en el Partido Hnchakian junto a figuras como Hampartzum Boyadjian (Medzn Murad) y Mihran Damadian, y desempeñó un papel clave en la expansión de esa organización en Sasún y Daron. Sin embargo, la derrota de la primera rebelión de Sasún en 1894 —en la que también participó Kevork Chavush— y, sobre todo, la indiferencia de las potencias europeas, marcaron un decisivo punto de inflexión.

Hrair arribó entonces a una lúcida conclusión, que años más tarde volvería a formular Aram Manukian y que debería interpelarnos aún en la actualidad: Europa no acudiría en auxilio del pueblo armenio. Sus cartas y escritos de la época expresan una desconfianza creciente hacia las declaraciones de buena voluntad y las respuestas humanitarias estaban desprovistas de compromiso real, efectivo. Para Hrair, la emancipación armenia no podía apoyarse en voluntades externas, sino en el despertar político del propio pueblo organizado en torno a una estructura nacional sólida, consciente de sus objetivos y dispuesta a sostenerlos en el tiempo.

Esa convicción lo acercó a la Federación Revolucionaria Armenia (Tashnagtsutiún), cuyo programa sintonizaba plenamente con su pensamiento: la afirmación de la unidad nacional, la organización popular, la construcción paciente de una lucha sostenida en el tiempo y el abandono de toda expectativa de salvación externa. Su incorporación no fue meramente formal: en poco tiempo se consolidó como uno de los cuadros más respetados del movimiento.

El organizador, el compañero, el igual

Entre 1895 y 1896, Hrair emprendió un periplo decisivo que lo llevó primero al Cáucaso y luego a Rumania, donde logró reunir a un grupo de jóvenes voluntarios dispuestos a regresar a Armenia para sumarse a la lucha. En ese contexto se incorporó formalmente a las filas de la Federación Revolucionaria Armenia y, por decisión del Buró (de la FRA), ingresó junto a Aram Aramian en la región de Pasén al frente de un contingente de aproximadamente cincuenta fedaís. Entre aquellos hombres se encontraban figuras que más tarde se volverían legendarias, como Antranig Ozanian, Serop Aghpiur y Sebuh. El retorno a Armenia para la lucha, de muchos de ellos, fue impulsado por Hrair.

Su relación con estos hombres fue clave. No se imponía por jerarquía, sino con el ejemplo. Compartía el hambre, el frío, el cansancio. Escuchaba opiniones, debatía estrategias y jamás abandonaba a un compañero. Esa ética del “no dejar a nadie atrás” se convirtió en una marca distintiva de su liderazgo.

En Pasén, junto a Tatul (Aram Aramian), organizó grupos de autodefensa que salvaron aldeas enteras durante los años más sangrientos del régimen hamidiano. Su arresto en 1896, producto de una traición, fue un golpe duro. Hrair logró salvarse gracias a una amnistía; Tatul sería ejecutado en 1899. La pérdida lo marcó profundamente, pero no lo apartó del camino.

Sasún 1904: la última batalla

El desenlace de su vida llegó durante los acontecimientos de Sasún de 1904, cuando el Imperio Otomano decidió aplastar definitivamente la resistencia. Las fuerzas armenias, dirigidas por Antranik, Hrair, Sepasdatsí Murad y Kevork Chavush, resistieron en condiciones extremas.

El 13 de abril de 1904, en los enfrentamientos cerca de Keliekuzán, ocurrió el episodio que selló su leyenda. Sebuh había sido gravemente herido, Hrair avanzó bajo fuego enemigo y cayó. Tenía 38 años. Fue enterrado junto a otros caídos en el patio de la iglesia de Surp Garmravor, cerca de Serop Aghpiur. No hubo monumentos grandiosos, pero sí memoria viva.

Un legado que enseña

Hrair fue, ante todo, un pensador de la lucha; un revolucionario que entendió que sin conciencia colectiva no hay victoria duradera.

Su figura sigue viva en canciones populares, en testimonios, en cartas y en la memoria del pueblo armenio. Pero, sobre todo, sigue viva en las generaciones que recuerdan, que se forman con sus épicas historias, y que están dispuestas a continuar la lucha para siempre.

Agustín Analian

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