Armenia en la encrucijada: entre la presión rusa, la alianza turco-azerí y la mediación occidental

09 de julio de 2025

La reciente escalada entre Rusia y Azerbaiyán volvió a poner al Cáucaso Sur en el centro de la atención internacional. Todo comenzó con la redada de la policía rusa en Ekaterimburgo contra un presunto grupo criminal de origen azerbaiyano, que terminó con la muerte de dos hermanos y la detención de varios sospechosos. Bakú calificó el operativo de auténticas “ejecuciones extrajudiciales” por motivos étnicos y respondió con un paquete de represalias: detuvo a periodistas rusos, canceló eventos culturales, arrestó a ciudadanos rusos en Azerbaiyán mostrando evidentes signos de violencia y emitió duras notas diplomáticas. Moscú, por su parte, se limitó a tildar la reacción de “emotiva” y abogó por el diálogo, consciente de que el trasfondo de este choque no es solo policial, sino geopolítico.

Analistas de medios azerbaiyanos como Publika.az interpretan la operación de Ekaterimburgo como un “acto punitivo” del Kremlin contra Bakú, en respuesta al avance silencioso de una alianza trilateral con Turquía y Armenia que pretende reabrir el estratégico “corredor Zangezur” -la ruta vial que conectaría Azerbaiyán con el territorio ocupado de Najicheván a través del sur de Armenia- sin la supervisión rusa.

Según Publika.az, la histórica visita del primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, a Estambul el 20 de junio, en medio de la cumbre Erdogan Aliyev, habría sentado las bases de un acuerdo para un tránsito directo tipo “Kaliningrado”, neutralizando el veto de Moscú y reduciendo la resistencia interna en Ereván.

Esa visita de Pashinyan, el primero de un gobierno armenio al Palacio Dolmabahçe, de alguna forma símbolo el reconocimiento de Ankara como actor indispensable para contener a Azerbaiyán. Sin embargo, el acercamiento de Ereván a Ankara tiene límites: cualquier avance diplomático depende de un tratado de paz previo con Bakú, que exige, entre otras cosas, la reforma constitucional armenia para eliminar referencias simbólicas a Artsaj.

En este delicado juego de equilibrios, los Estados Unidos también irrumpieron con un plan de mediación inspirado en el modelo europeo de Georgia tras 2008, que propondría un operador extranjero gestionando la logística del corredor a cambio de un control compartido. La Casa Blanca, ansiosa por apuntarse un éxito de política exterior, incluso mencionó en tono irónico que Donald Trump podría merecer un Nobel de la Paz si cierra ese acuerdo. El gobierno armenio no niega el plan estadounidense.

Mientras tanto, Moscú ve cómo Turquía refuerza su alianza con Azerbaiyán. El propio Erdogan recibió a Aliyev el 19 de junio, un día antes de abrirle la puerta a Pashinyan, y volvió a dejar claro que Bakú es prioridad. El presidente turco, desde Stepanakert ocupado -donde asistió a la Cumbre de la Organización de Cooperación Económica a fin de la semana pasada-, aseguró que Armenia muestra “mayor flexibilidad” para abrir el corredor Zangezur, una ruta que, advirtió, “podría cambiar la geoeconomía regional” pero amenaza con someter a Armenia a una vulnerabilidad sin precedentes.

En Stepanakert, Aliyev encabezó la primera reunión internacional de alto nivel tras el desplazamiento forzado de habitantes armenios en 2023, reclamó el “derecho de retorno” de los denominados “azerbaiyanos occidentales” a tierras soberanas de Armenia y cifró en 150.000 millones de dólares los “daños de la ocupación”. Erdogan celebró los dichos como parte de la “hermandad turco-azerí” bajo el lema “dos estados, una nación”. Irán, pese a sus reservas sobre el término “Azerbaiyán Occidental”, se mantuvo en silencio oficial, con cautela, quizás consciente de su debilitamiento en la reciente “Guerra de los 12 días" con Israel pero con desconfianza por la creciente cooperación militar entre Bakú y Tel Aviv. Muchos expertos destacan el papel de Azerbaiyán que consistió en proporcionar bases aéreas a Israel para atacar territorio iraní.

En medio de estas pulsiones, Ereván busca mantener vivo el canal con Ankara. La iniciativa “Encrucijada de Paz”, lanzada por Pashinyan, plantea la reapertura de fronteras como una chance de romper el aislamiento. Pero el gesto de sustituir el Monte Ararat -ícono nacional sagrado, hoy en territorio turco- por el Arakats como símbolo patrio presenta el dilema: ¿hasta qué punto puede Armenia sacrificar su memoria y soberanía en nombre de una paz que todavía no garantiza seguridad?

En medio de estas complejidades Armenia salió al cruce y debió negar oficialmente un reporte ucraniano que afirmaba que Rusia planeaba reforzar su base de Gyumri para presionar militarmente a los vecinos. La Cancillería armenia reafirmó que no permitirá el uso de su territorio para hostilidades contra terceros, intentando desactivar rumores que podrían complicar aún más la fractura regional.

En este tablero geopolítico, ni la presión rusa, ni la tutela turca, ni la mediación occidental logran generar un marco estable. Armenia, desgastada tras la pérdida de Artsaj y con múltiples crisis internas graves, arriesga su soberanía en un intento de romper su encierro. Pero sin condiciones claras, sin una garantía creíble y sin una definición precisa de seguridad, cualquier acuerdo corre el riesgo de convertirse en una capitulación disfrazada de paz.

Si el primer ministro Nikol Pashinyan y el canciller Ararat Mirzoyan no restringen las capacidades de la diplomacia armenia y de la oposición política, aún es posible negociar con firmeza requisitos básicos de soberanía como el control aduanero y la supervisión internacional, medidas que impidan una pérdida definitiva de autonomía. De lo contrario, sin condiciones claras, sin garantías concretas y sin una arquitectura de seguridad regional que contemple sus derechos, cualquier acuerdo podría convertirse en una claudicación peligrosa difícil de revertir. 

Pablo Kendikian
Director de Diario ARMENIA

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