Diáspora: “De dónde vengo, dónde pertenezco”

29 de octubre de 2025

El Diario ARMENIA publicará en ediciones especiales artículos de reconocidos intelectuales sobre temas de relevancia para nuestros lectoras con la expectativa de difundir conocimiento y generar debates . Empezamos estas ediciones especiales con la traducción al español del artículo del prof. Khachig Tololyan, pionero y mayor autoridad intelectual de los estudios de las diásporas en general y de la Diáspora Armenia en particular, fundador y por muchos años editor de la revista académica Diaspora: A Journal of Transnational Studies.

DIÁSPORA: “DE DÓNDE VENGO, DÓNDE PERTENEZCO”

Por Khatchik DerGhougassian

Érase una vez, antes de la independencia de Armenia, la Diáspora era un Dasein: una forma singular de existencia, dotada de conciencia de su propio Ser, tal como lo define Heidegger en Ser y tiempo (1927).

Con el tiempo, se volvió la “pregunta olvidada”.

El viejo paradigma de la Diáspora —aquel que concebía su destino únicamente entre la repatriación o la extinción— ha muerto. Pero el nuevo aún no ha nacido.

La transcripción de la conferencia del profesor Tololyan, pronunciada el 21 de mayo de 2025 para el capítulo de Hamazkayin en Nueva York y publicada en The Armenian Weekly el 24 de septiembre de ese mismo año, ofrece los cimientos de un cambio de paradigma: el de una Diáspora armenia emancipada en el siglo XXI.

He aquí, resumidos, siete de sus principios:

  1. Armenia es la patria existente y recordada, el punto de origen y el horizonte de pertenencia.
  2. La ausencia de Estado define la gestión de la supervivencia y el desarrollo de la identidad a través de la administración —a veces competitiva, a veces colaborativa— de la religión, la cultura, la historia, la lengua, la organización comunitaria y la conectividad global.
  3. La movilidad, elegida o impuesta, y la falta de estabilidad prolongada son inherentes a su condición planetaria.
  4. La renovación de la misión y el reclutamiento de nuevas generaciones reavivan a las organizaciones diaspóricas y garantizan la continuidad de su legado, evitando la estagnación, la repetición y la ilusión de una perpetuación sin espíritu.
  5. El relevo generacional en el liderazgo es condición indispensable para la innovación dentro de las tradiciones de la Diáspora.
  6. El armenio occidental sigue siendo la lengua amada de una minoría ilustrada, y conserva un papel cultural profundamente simbólico.
  7. Lo viejo muere, pero la nueva Diáspora nace de la fe y de la imaginación colectiva, allí donde el recuerdo se transforma en creación.

El Profesor Khachig Tölölyan sobre la diáspora armenia: ayer, hoy y tal vez mañana

Transcripción de la conferencia pronunciada por el Prof. Khachig Tölölyan el 21 de mayo de 2025, organizada por el capítulo de Hamazkayin en Nueva York, bajo el título “La diáspora armenia: hoy y tal vez mañana.”

No voy a dar una conferencia académica o erudita. Pero lo que voy a decir ha estado influenciado por mis lecturas y por conversaciones con varios colegas profundamente conocedores de la vida diaspórica armenia. Dado que aquí no puedo incluir notas al pie que reconozcan sus aportes, me limitaré a mencionar sus nombres, en orden aleatorio. Ellos son: Sossie Kasbarian y Talar Chahinian, coeditoras de Diaspora: A Journal of Transnational Studies; Hratch Tchilingirian; Vahe Sahakian; Razmik Panossian; Jirair Libaridian; Hagop Gulludjian; Khatchig DerGhougassian; Tom Samuelian; ShushanKarapetian y Ara Sanjian, todos ellos con doctorado. Salpi Ghazarian no tiene un Ph.D., pero ha sido una colega bien informada y constante. A todos les agradezco, y pido disculpas a quienes he omitido involuntariamente.

Permítanme comenzar con unas observaciones personales. Soy armenio de la diáspora por ascendencia y formación. Mis antepasados dejaron Sepastiá y se establecieron en el pequeño y naciente pueblo de Bardizag poco después del año 1600. Mi padre nació allí en 1913, sobrevivió al Genocidio, y luego vivió y trabajó en Turquía, Bulgaria, Rumania, Siria, Egipto, Líbano y Estados Unidos; siete países en total. Yo mismo he vivido en cuatro de esos países, pero cuando mi nombre poco común lleva a mis nuevos conocidos estadounidenses a preguntarme de dónde soy, respondo: “de la diáspora armenia”. Esto los desconcierta, porque la diáspora no es un lugar geográfico, aunque también da pie a conversaciones interesantes.

En 1994, a los 50 años, visité Armenia por primera vez. De regreso, hice una parada en París. Un día, la editora de Haratch, ArpikMissakian, me invitó -junto a un grupo de armenios de Francia, Turquía, Líbano y Siria, todos colaboradores de su periódico- a visitar Giverny, donde Claude Monet vivió y trabajó durante décadas. Sentado alrededor de una mesa en la que el idioma dominante era el armenio occidental, pero cuyo vocabulario incluía abundantemente palabras y expresiones en francés, inglés, turco y árabe, de pronto me di cuenta -con fuerza, con alegría y también con tristeza- de que en ese momento me sentía más en casa, más libremente yo mismo, que en las dos intensas y emotivas semanas que había pasado en Armenia. Estaba en la diáspora, de donde provengo, a donde pertenezco.

He trabajado sobre los estudios de la diáspora desde dos posiciones y perspectivas distintas. Primero, a partir de 1975, como intelectual diaspórico, dictando conferencias y publicando decenas de ensayos y comentarios en armenio sobre la existencia de la diáspora armenia. Segundo, desde comienzos de la década de 1990, como académico estadounidense especializado principalmente en los estudios de la diáspora. En esta condición dicto conferencias y escribo en inglés sobre temas que incluyen, aunque no se limitan, al análisis de la diáspora armenia.

Con el tiempo, no armenios me han pedido comentar sobre una amplia gama de temas relacionados con la diáspora. Pero, como intelectual armenio, la cantidad de temas sobre los cuales mis propios compatriotas me consultan ha ido disminuyendo.

Por supuesto, no puede haber una respuesta única y sencilla, aunque quienes preguntan suelen creer que la hay. Muchos no pueden esperar para darme ellos mismos la respuesta a su propia pregunta. Afirman que la diáspora armenia desaparecerá en dos generaciones -algunos dicen en una, otros en tres, pero por alguna razón, la más común es dos-, es decir, en unos 50 años. Usualmente señalan dos factores principales que contribuyen a ese declive: los matrimonios mixtos y la pérdida del idioma armenio occidental.

En contraste, quienes creen que la diáspora sobrevivirá suelen sostener que el factor decisivo es, y seguirá siendo, la existencia de la República de Armenia. Pero cuando se les pide que expliquen qué hacen concretamente el gobierno y el pueblo de la República, así como las instituciones y las comunidades de la diáspora, para asegurar esa supervivencia, las precisiones se vuelven escurridizas. Sin embargo, la convicción permanece y hoy adopta una forma particular derivada del discurso del primer ministro Pashinyan: se afirma que un Estado fuerte garantizará no solo una República de Armenia más sólida, sino también una diáspora más fuerte.

Esta noche intentaré detenerme y considerar tanto el estado de la diáspora como el del Bedutyun de Armenia, es decir, el Estado con mayúscula, término que el actual gobierno prefiere a “República” o “Hayrenik.” Para anticipar y disipar cualquier inquietud política que mis palabras puedan provocar entre ustedes, comenzaré expresando algunas de mis convicciones sin explicar en detalle las bases de estas. Si lo desean, podremos discutirlas más adelante.

Mi primera afirmación es que las diásporas casi siempre han estado orientadas hacia una patria real existente o hacia una patria “perdida”. La diáspora más estudiada de la historia, la judía, existió únicamente con una patria recordada, no con una patria real. Aplastada por el Imperio romano, la tierra de Israel estuvo casi vacía de judíos desde el año 135 d.C. hasta alrededor de 1880, y no tuvo un Estado judío hasta 1948. 

En cambio, las diásporas armenias, antiguas y modernas, siempre contaron no solo con la memoria, sino también con la realidad de una patria, aunque gobernada por otros, pero todavía allí, habitada en parte o en gran medida por armenios nativos, en lugares como Cilicia, o en distintos puntos de los imperios otomano, persa o ruso y luego en la Armenia soviética. Nunca ha habido un momento en que los armenios de la diáspora se vieran completamente privados de algún fragmento de la patria real aún habitada por compatriotas.

Esta presencia de una patria recordada o efectiva ha sido casi siempre cierta para las diásporas, pero como ocurre con la mayoría de las generalizaciones, existe una excepción: un pueblo conocido por distintos nombres: los roma, los romani, los gitanos, los tziganes, los lom, los Գնչու (gnchu). 

Entre los años 500 y 800 d.C., una rama de los pueblos nómadas del norte de la India se desplazó hacia el oeste, saliendo de la India y avanzando a través de Irán y Armenia hasta llegar a Europa. Hay pruebas considerables de que permanecieron en Armenia el tiempo suficiente como para adoptar algunos elementos de la lengua armenia. Sorprendentemente, no conservaron ni valoraron el recuerdo de su tierra natal. Discriminados por todos, y en reacción a esa discriminación, desarrollaron un fuerte sentido de identidad propia sin referencia alguna a una patria.

En 2005 participé en una conferencia en Barcelona sobre las diásporas de Europa en la que estuvieron presentes y hablaron numerosos representantes Roma. Apenas se mencionó la idea de una patria. Catorce años después, en 2019, cuando di una conferencia sobre los roma en Harvard, académicos de la comunidad señalaron que varios jóvenes estudiantes estaban viajando al noroeste de la India y a Pakistán para intentar determinar con precisión la región originaria de sus ancestros.

Debo subrayar que, durante gran parte de la historia, recordar una patria no siempre significó anhelar un Estado. Los bantoukhds, los armenios migrantes que cantaban Կռունկ, ուստիկուգաս (Grunk, ustiku gas), no le preguntaban a la grulla por el Estado de Armenia, sino por un pueblo, una ciudad, un hogar o una tierra natal. Es cierto que ya a fines del siglo XVIII algunos armenios de la diáspora -los norjughayetsis que vivían en India- habían comenzado a imaginar un Estado armenio, pero fueron verdaderamente excepcionales; esa aspiración solo llegó a generalizarse hacia 1900.

Hoy, el gobierno del primer ministro Nikol Pashinyan trabaja para transformar esa tradición diaspórica, secular y persistente, de anhelo y lealtad hacia las fronteras indeterminadas de una patria, en un nuevo y distinto compromiso geográficamente delimitado con la República de Armenia, concebida como el Estado. Ha concluido que solo podrá asegurar la paz con Azerbaiyán y la coexistencia con Turquía si realiza concesiones significativas, a las que los miembros de la diáspora, comprometidos con una patria más amplia, se oponen con vehemencia, al igual que muchos habitantes de Armenia que comparten esas convicciones.

Hasta ahora he evitado el vocabulario del nacionalismo y de la identidad pero voy a utilizarlo. El actual gobierno de Armenia considera un problema potencial a quienes se identifican, ante todo, como miembros de la nación armenia y no, en primer lugar, como ciudadanos del Estado-nación existente hoy: la República de Armenia. Para abordar ese problema, el gobierno busca formar nuevos ciudadanos armenios que, dentro o fuera de las fronteras de la República, no sigan pensando en sí mismos principalmente como integrantes de un pueblo que habitó durante dos milenios un territorio mayor llamado Armenia, sobre partes del cual aún mantienen sueños y reclamos, se llamen Artsaj, Kars, Van o Sassoun.

La solución a la que apunta el actual liderazgo es persuadir a su pueblo de abandonar el vocabulario y la ideología de la identidad nacional y comenzar a pensarse como ciudadanos comprometidos y conformes de la República de Armenia, reconocida internacionalmente. Mientras que muchos armenios de la diáspora, y algunos en la propia patria comprometidos con un concepto amplio de nación, consideran que este desplazamiento del compromiso hacia un Estado-nación reducido y concreto es problemático, incluso escandaloso, hay ciertos indicios de que muchos ciudadanos de Armenia coinciden con su Primer Ministro. Sus preocupaciones no son Karabaj ni la Armenia Occidental, sino cómo vivir con prosperidad como ciudadanos de la actual República de Armenia conservando la opción de emigrar a Los Ángeles y sin tener que preocuparse de enviar a sus hijos a combatir y morir una vez más. No estarán gritando Միացում / Miatsum en un futuro cercano, como lo hicieron en 1988.

En este contexto, resulta problemático que, en los últimos 35 años, tantos ciudadanos de Armenia, según algunas estimaciones unos 750.000, según otras al menos un millón, hayan abandonado la República, emigrando y eligiendo vivir fuera de Armenia como una dispersión, una población transnacional, quizás una diáspora… o tal vez, aún no una diáspora. El debate queda abierto.

El Alto Comisionado para Asuntos de la Diáspora, Zareh Sinanyan, responsable nominalmente de trabajar con toda la diáspora, tiene como tarea principal centrarse en la población cuasi-diaspórica de ciudadanos que han abandonado la República de Armenia.

Poco después de su nombramiento, el 17 de junio de 2019, el Sr. Sinanyan declaró en una entrevista con Radio Azatutyun: “Sinceramente, me voy a concentrar un poco en Rusia porque tiene una comunidad [armenia] muy grande; es muy importante y además es nuestro aliado estratégico”. Dejando de lado la ya insostenible descripción de Rusia como un aliado estratégico confiable, es fundamental reconocer las prioridades de la oficina del Alto Comisionado.

Su difícil labor consiste, sobre todo, en desarrollar vínculos con los ciudadanos expatriados que han dejado la República de Armenia pero mantienen algunos lazos con ella, ya vivan en Moscú o en Chuvasia, o, en ese caso, en Barcelona o Los Ángeles. En teoría, también corresponde al comisionado Sinanyan fomentar relaciones sólidas entre la República y los descendientes de los armenios occidentales sobrevivientes del genocidio, así como con grupos cuasi-diaspóricos excepcionales como los armenios de Estambul. Trabaja en esta tarea de manera intermitente pero no debe haber confusión respecto a cuáles son las prioridades que se le han encomendado.

Las élites de la diáspora armenia suelen indignarse ante la forma en que el actual gobierno de Armenia parece descuidar o fragmentar lo que ellas consideran “la Diáspora”. Aunque esta reacción sea perfectamente comprensible desde su perspectiva, también es necesario comprender la perspectiva rival de Ereván. Con base en su comportamiento desde 2018, diría que, como todos los gobiernos al frente de un Estado, los dirigentes de Armenia han reflexionado sobre qué versión de la diáspora y, junto con ella, qué variante de identidad nacional armenia servirá mejor a su visión de cómo gobernar eficazmente el país. Y por “gobernar” entiendo orientar una serie de iniciativas controvertidas, que van desde la enseñanza de la historia hasta la conducción de la política exterior. Han concluido que la comunidad imaginada de una Nación compuesta por una diáspora y una población de la patria no conduce a una situación acorde con su conceptualización de cómo gobernar con eficacia.

Esto es inusual, pero no único. Los gobiernos de las patrias suelen buscar apoyo y consentimiento, no disenso, de sus diásporas: procuran respaldo económico y ayuda política a través del lobbying; intentan aprovechar el poder blando diaspórico, pero siempre exigen concesiones y reconciliación con las posturas del gobierno de la patria, no desafíos a ellas. Esto se logra mejor cuando un gobierno determinado consigue identificarse y equipararse con la cuasi-santidad del Estado.

Podemos ver esta combinación exitosa de seducción y coerción hacia las diásporas por parte de los gobiernos de las patrias en los casos de la pequeña Israel y la enorme India. No siempre funciona, como lo demostró la resistencia organizada de la diáspora filipina contra la dictadura de Ferdinand Marcos entre 1973 y 1986. Pero, en general, sí suele dar resultado. Los académicos y analistas armenios no han hecho un buen trabajo estudiando estos fenómenos. Una excepción es Kristin Cavoukian, cuya tesis doctoral. presentada en 2016 al Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Toronto y titulada Identity Gerrymandering: How the Armenian State Constructs and Controls “its” Diaspora, merece una atención que ahora no dispongo de tiempo para brindar.

Hasta aquí he analizado la diáspora armenia principalmente en relación con el gobierno y el Estado de Armenia. Ahora quiero considerar la diáspora como una entidad dotada de características propias. Sin embargo, para hacerlo debo, paradójicamente, volver una vez más al Estado de la patria.

Las diásporas se definen por la pérdida, la carencia, la ausencia. Podemos percibir la magnitud de esa falta si miramos a la República de Armenia, que tiene tierra, un territorio delimitado habitado por una población mayoritariamente armenia que, aunque se ve diluida por la inmigración proveniente de India, Filipinas, Irán, Rusia, Ucrania y otros lugares, seguirá siendo por algún tiempo una sociedad predominantemente armenia, aún con su propio idioma y cultura, aunque adulterados; con su propia economía, aunque débil y vulnerable; y con sus propias fuerzas policiales y armadas, aunque mal equipadas y mal dirigidas. Está gobernada por un gobierno elegido en el marco de un Estado legítimo y reconocido internacionalmente.

La supervivencia de las diásporas, en cambio, depende de manera desproporcionada de lo que todavía conservan: bienes portátiles como la religión, la cultura, la historia, la lengua, los recursos financieros y la organización.

Al carecer de territorio propio, de leyes y de economía, resulta sorprendente que alguna diáspora logre sobrevivir. Las diásporas contemporáneas se caracterizan por una movilidad que puede ser impuesta o elegida voluntariamente y a menudo es ambas cosas a la vez. Sin embargo, cuando una población diaspórica logra permanecer concentrada y asentada en un lugar durante cierto tiempo, como en Bourj Hammoud en Beirut, Nor Kyugh en Alepo, Issy-les-Moulineaux y Alfortville cerca de París, o Glendale y Little Armenia en Los Ángeles, prevalece una lógica de sedentarización y la infraestructura de la diáspora se fortalece: iglesias, escuelas, clubes, una creciente participación en la política local y nacional, y una vida social dinámica facilitan la preservación de la identidad comunitaria durante varias generaciones.

Pero no se puede contar con que estas estructuras perduren más allá de unas pocas generaciones. En última instancia, debemos reconocer que las diásporas no pueden confiar en una estabilidad prolongada. Factores tan diversos como las guerras, la globalización, el capitalismo financiero y la tecnología digital transforman todos los entornos y ponen en tensión a la mayoría de las estructuras sociales, incluidas las diásporas. Estas, por lo tanto, deben desarrollar una cultura institucional y práctica móvil y flexible, capaz de atraer a los individuos diaspóricos a integrarse como miembros y, al mismo tiempo, de permitirles crecer como portadores y, crucialmente, como actores y productores de alguna versión de la cultura e identidad armenias.

Hace dos años, en una conferencia en Glendale organizada por Viken Hovsepian, fui uno de varios ponentes junto con el Dr. Hratch Tchilingirian, el Dr. Vahe Sahakyan, el Dr. Hayg Oshagan y otros. Varios de ellos sostuvieron que el liderazgo y la autoridad institucional tradicionales están en declive dentro de la diáspora armenia y deben reformarse, renovarse. A menudo, ese liderazgo está desconectado de la mayoría de los diaspóricos y, sobre todo, parece carecer de las capacidades necesarias para renovar su misión y atraer nuevos miembros. Entonces lo creía, y lo sigo creyendo hoy: las organizaciones diaspóricas tradicionales pueden revitalizarse si reconocen ciertos hechos sobre los jóvenes armenios. Parafraseo aquí un pasaje de mi ponencia en Glendale:

“Sería un error pensar que los estadounidenses, incluidos los jóvenes armenio-estadounidenses que intentan abrirse camino en los negocios y en las profesiones, son indiferentes a los asuntos políticos o a la acción social. A muchos les importa. Pero no quieren unirse a organizaciones establecidas desde hace décadas, con tradiciones, reglas, planes e intenciones en cuya formulación no tuvieron participación y que siguen siendo inflexibles o cambian demasiado lentamente para adaptarse a ellos. Mientras se afilian a organizaciones con reticencia, a menudo se suman con entusiasmo a proyectos. Algunos crean proyectos propios, reclutan a otros de su misma edad y son activos durante meses o, como máximo, dos o tres años. Más tarde, al envejecer, siguen sin ingresar fácilmente a organizaciones, salvo cuando encuentran movimientos que impulsan actividades concebidas y organizadas como respuesta a problemas contemporáneos y que suelen estar liderados por jóvenes para los jóvenes. Están dispuestos a participar en grupos, a desarrollar proyectos vinculados a causas y objetivos que consideran valiosos pero descuidados. Es cierto que, incluso cuando tales actividades y proyectos son alojados y financiados por instituciones tradicionales, en la mayoría de los casos no conducen a que la juventud se comprometa finalmente con la membresía en esas organizaciones de larga trayectoria. Solo una minoría de quienes participan lo hace. Y, sin embargo, suele ser de entre esa minoría en maduración de donde surgirán los líderes del futuro. Las organizaciones armenias tradicionales podrían aprender a acoger, alojar y apoyar las actividades y proyectos de jóvenes individuos y pequeños grupos, aun cuando estos no sean todavía miembros y no prometan un beneficio inmediato. Son inversiones en el futuro”.

Reclutar a los miembros más jóvenes de la comunidad diaspórica es importante, pero la renovación ha adoptado otras formas también, desde, digamos, 1965, el quincuagésimo aniversario del inicio del Genocidio. Las instituciones declinan, pero también pueden revivir, revitalizadas por cambios en el liderazgo. Recientemente lo hemos visto en organizaciones como Gulbenkian y la AGBU; en ambos casos no ha sido un repentino aumento de fondos lo que galvanizó a las instituciones sino la esperanza y la energía emanadas de nuevos liderazgos. Además, desde 1965, en la diáspora armenia en Estados Unidos, pero también en Francia y el Reino Unido, han surgido algunas instituciones relativamente nuevas que realizan un trabajo valioso. Desde la iniciativa de NAASR (National Association for Armenian Studies and Research), se han creado varias cátedras universitarias de estudios armenios en EE. UU.; ellas, junto con la reactivada Society of Armenian Studies, son responsables de ideas y actividades cuyo carácter, valor y papel en la reescritura del discurso y de las agendas de los jóvenes armenios, lamentablemente, no son bien explicados ni comprendidos por el público diaspórico.

Hace un siglo uno de los fundadores de la sociología moderna, Max Weber, describió la trayectoria de los grandes movimientos como iniciada por líderes potentes, persuasivos y carismáticos. Jesús fue su principal ejemplo, pero él y otros estudiosos también mencionan al Buda y al Rasul, el Profeta Mahoma, como líderes carismáticos, junto a Martin Luther King Jr., Lenin y Adolf Hitler. En 1962, cuando yo era un joven inmigrante recién llegado a Estados Unidos, un veterano de la FRA-Tashnagtsutiún me dijo que se convirtió en la persona y en el armenio que era gracias al “carisma” del general Karegin Njdeh, quien recorrió EE. UU. en la década de 1930. Cabe añadir, de paso, que si bien la mayoría de esos líderes son hombres, también existen figuras femeninas carismáticas, desde Juana de Arco hasta Aimee Semple McPherson, fundadora de lo que luego se convirtió en la denominación protestante de los Adventistas.

En todos los casos, como argumentó Weber, tras la muerte del líder carismático, el movimiento de sus seguidores debe ser exitosamente “burocratizado”, es decir, debe desarrollar reglas y procedimientos que canalicen y orienten esa energía. Pensemos en San Pablo y la jerarquía de la Iglesia católica después de Jesús, o en Nehru después de Gandhi. Las organizaciones que se crean en esa etapa deben renovarse o sufrir las consecuencias: Santo Tomás de Aquino y San Francisco de Asís ayudaron a revitalizar y prolongar la vida de la Iglesia católica.

Como han señalado de distintas maneras muchos, entre ellos yo mismo, Hratch Tchilingirian y Tom Samuelian, en la diáspora armenia han surgido organizaciones impulsadas por líderes desde hace mucho tiempo. Tales líderes no actúan en soledad, pero son percibidos y recordados como si lo hubieran hecho: los tres fundadores de la FRA-Tashnagtsutiún son bien conocidos, pero mucho menos quienes consolidaron el movimiento en la última década del siglo XIX. De modo similar, Boghos Nubar Pashá es recordado y venerado, pero no así los diez armenios que lo acompañaron en el día de la fundación de la UGAB. Estas organizaciones surgen al inicio impulsadas por líderes individuales carismáticos. Lo que no está claro es si, y cuándo, serán exitosamente burocratizadas y convertidas en organizaciones de membresía diaspóricas más duraderas, o incluso si los fundadores lo desean o son capaces de lograrlo.

El punto es que la salud de la diáspora armenia depende tanto de la aparición de nuevos líderes carismáticos como de una burocratización efectiva que logre canalizar los compromisos y las energías de nuevos y jóvenes miembros, a quienes se pueda inducir a integrarse e innovar dentro de las tradiciones organizacionales. Hoy, Homenetmen y quizá UGAB son ejemplos relativamente buenos de esa autorrenovación. 

Me abstengo deliberadamente de comentar sobre la Iglesia armenia y las organizaciones religiosas de la diáspora ya que no poseo el conocimiento detallado necesario. Pero sería un error ignorar su papel y su potencial de renovación a través de liderazgos carismáticos innovadores y de procesos de reorganización. La diáspora sigue siendo, en gran medida, un pueblo de sus iglesias. No es casual que el concepto weberiano de “carisma” esté íntimamente relacionado con el “crisma” o միւռոն, el óleo consagratorio del cristianismo armenio. Religión y política pueden renovarse ambas gracias a nuevos líderes, para bien o para mal, como movimientos sociales. Sayyid Qutb y la Hermandad Musulmana son un ejemplo (oscuro) de ello.

Concluiré refiriéndome a un aspecto de la vida diaspórica que la vincula a la República de Armenia en una controversia interminable e insoluble. Ese tema es el lugar y el destino del armenio occidental. Es la lengua en la que he pensado, sentido y escrito toda mi vida. La valoro profundamente y atesoro sus tradiciones. Actualmente sigue viva y vibrante en manos de una pequeña élite. Como antes lo hizo Vahé Oshagan, hoy Marc Nichanian, Krikor Beledian y Vehanush Tekian la cultivan con gran eficacia. Aunque lo ignoren muchos, el armenio occidental es en este momento un instrumento rico y vital de pensamiento y expresión artística para unos pocos. Sin embargo, corre un gran peligro como lengua de uso general para pensar, sentir y comunicarse cotidianamente. Como dije antes, muchos sostienen que es indispensable para la supervivencia de la diáspora. Puede que lo sea, pero ¿en qué forma? Más allá de las declaraciones formales en Armenia suele ser despreciado, incluso objeto de burla. Sossie Kasbarian relató hace unos días que en Ereván habló en armenio occidental con un hombre local de mediana edad que trabajaba de guardia de recepción; él, apenado, le respondió en ruso, disculpándose porque no sabía inglés.

Hace algún tiempo Tom Samuelian afirmó que “probablemente, la lengua franca del pueblo armenio es el inglés, la lengua más conocida y utilizada entre los armenios de todo el mundo. De hecho, puede observarse a jóvenes armenios aparentemente trilingües en Ereván, que saben armenio, ruso e inglés, cambiar al inglés para hablar de muchos temas contemporáneos, no solo técnicos o científicos, sino también de economía, política o sociología.” Yo añadiría que, entre nosotros y muchos otros pueblos, grandes o pequeños, la lengua de la música y de otras culturas populares es cada vez más el inglés, la lingua franca del capitalismo global. En este contexto, puede ser pertinente recordar que, hasta 1999, los participantes del Festival de la Canción de Eurovisión debían cantar en una de las lenguas oficiales del país que representaban. Tras el cambio de reglas, después de 1999, la mayoría de los ganadores ha cantado en inglés.

Finalmente, sabemos de diásporas que han sobrevivido sin sus lenguas nativas: los judíos sin el hebreo, pero con el yidis y el judeo-árabe; los irlandeses sin el gaélico, hablando más bien la lengua del odiado opresor, el inglés, del mismo modo en que muchos armenios hablaron turco.

Concluiré recordándonos que el mundo cambia de manera imprevisible y más rápido que nunca. Nadie, ni la CIA ni la KGB, anticipó el colapso de la Unión Soviética en 1991. Nadie imaginó lo breve que sería la dominación unilateral de Estados Unidos en el mundo, apenas unos diez años. Cuando en 1979, en medio de una economía empobrecida, Deng Xiaoping dijo al pueblo chino que estaría bien comenzar a ganar dinero si podían, nadie previó que en menos de cincuenta años esa economía estaría empezando a equipararse con la de EE. UU.

Y el 1° de enero de 1983, cuando Internet se formalizó por primera vez, nadie comprendió que el mundo sería transformado por lo que he llegado a llamar los ciberseñores: los Zucks y los Musks. Hoy no sabemos cómo les irá, en una generación, a los Estados-nación más pequeños que China y Estados Unidos; y, por supuesto, tampoco podemos anticipar de manera confiable cuál será la situación de la diáspora armenia. Pero la fe, combinada con la acción imaginativa, logra victorias inesperadas, incluso en medio del caos del mundo contemporáneo.

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