El cielo no se negocia

15 de septiembre de 2025

¿Puede un gobierno, aun investido por el voto popular, arrogarse la potestad de despojar a un pueblo de su alma? ¿Otorga la democracia licencia para desdibujar la memoria, amputar símbolos y convertir la historia en un precio a pagar en el altar de la diplomacia?

Armenia parece haber abrazado un pragmatismo que ha dejado de ser virtud para convertirse en claudicación. Un pragmatismo que no protege al pueblo, sino que lo habitúa a renunciar. Que el Monte Ararat —nuestro horizonte eterno— sea arrancado de los emblemas oficiales por imposición de nuestros enemigos no es modernidad ni realismo político: es borrar el cielo que nos sostiene.

Una democracia que entrega sin consultar deja de ser ejercicio de soberanía y se transforma en mera administración de derrotas. La paz que se obtiene a ese precio no es paz, sino silencio humillante que pesa sobre las generaciones venideras.

Simon Vratsian nos advirtió: “La independencia no es un acto, es una voluntad cotidiana.” Hoy esa voluntad está en tela de juicio. Si en nombre de la paz ofrecemos hasta la memoria, mañana habremos perdido el derecho de llamarnos libres.

No hablamos en nombre de la guerra: hablamos en nombre de la dignidad. La soberanía, la autodeterminación y la memoria no son monedas de cambio. Queremos paz, sí, pero no una paz que nos exija dejar de ser quienes somos.

Que esta hora sombría despierte en cada armenio la conciencia de que el Ararat no se borra de la sangre ni de la mirada.

Que nuestros hijos puedan decir que, cuando la identidad fue amenazada, estuvimos a la altura de quienes nos precedieron.

Porque una nación puede perder tierras y batallas, pero si pierde su espíritu, deja de existir. Y el espíritu armenio no se negocia: se eleva, indómito, como el Ararat que sigue allí, desafiando el tiempo y a quienes quisieron borrarlo.

Hagop Tabakian
Representante del Comité Central de la FRA-Tashnagtsutiún de Sudamérica

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