Un genocidio más a la vista de todos
31 de agosto de 2025

He visto y escuchado a mucha gente alarmada por estos días, cuestionándose cómo se puede estar perpetrando un genocidio en vivo y en directo, frente a nuestros ojos, casi que pudiendo seguirlo minuto a minuto. Lamentablemente, esto no se trata de si lo vemos o no, de si la información nos llega al instante, de si demora unas horas o accedemos a ella unos días después; esto se trata de la impunidad del poder y del poder de la impunidad. Hace algunos años, en 1994, el genocidio tutsi en Ruanda fue televisado casi en directo (los machetazos nos dolían en la cara), los sucesos en la ex Yugoslavia, a comienzos de la misma década, crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad, genocidio (los 46 meses del sitio a Sarajevo, los francotiradores, la masacre de Srebrenica...), también se pudieron seguir a través de las pantallas de televisión. Y sucedieron igual. Fue el tiempo en el que se instaló definitivamente el concepto de “limpieza étnica”. Mucho antes, en mayo de 1915, a un mes de iniciado el genocidio armenio, las potencias aliadas rivales del Imperio Otomano enviaron un telegrama a su gobierno estableciendo que “en vistas de los nuevos crímenes de Turquía contra la humanidad y la civilización” (el concepto “genocidio” no existía) los responsabilizarían personalmente por ellos y blablablá. Las matanzas y las caravanas de la muerte se extendieron durante varios años más. También las potencias supieron mucho antes de 1945 de los campos de concentración y exterminio nazis. ¿Y? Siempre se supo y no se detuvo. Siempre se sabe. Hasta este momento, y únicamente hablando del siglo XX y este XXI que va por su cuarto de hora, solo las acciones individuales o de pequeños grupos aislados son las que han intentado frenar o al menos aliviar tanto dolor y tanto horror. Lamentablemente. Raphael Lemkin pretendió que la soberanía de los Estados dejara de ser una barrera para la comisión de estos delitos, que en general se camuflan en el marco de alguna guerra o alguna revolución. Por ello inventó el término “genocidio” e intentó imponerlo en el campo del Derecho internacional. La Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio de 1948 -¡vaya si hace rato que la tenemos!- establece en su artículo VIII que “Toda Parte contratante puede recurrir a los órganos competentes de las Naciones Unidas, a fin de que estos tomen, conforme a la Carta de las Naciones Unidas, las medidas que juzguen apropiadas para la prevención y la represión de actos de genocidio [...]”. Sin embargo... Más de 120 países forman parte de la Corte Penal Internacional (CPI). Ellos están comprometidos formalmente a ejecutar las órdenes de detención si una persona con pedido de captura llega a su territorio. Pero países poderosos como China, India, Rusia, Israel o Estados Unidos no son miembros de la CPI ni han ratificado el Estatuto de Roma, de 1998. ¿Será tan solo una casualidad? En Darfur, Sudán, entre 2003 y 2007, también se supo. Y aconteció de todos modos (aunque, claro, podríamos escudarnos en que se trataba de “otro país africano” y ya sabemos lo que eso significa para Occidente). Y otra vez: blablablá. Lo dicho: se trata de la impunidad del poder y el poder de la impunidad, no de cuán rápido circulen las noticias entre la población, ya sea local o internacionalmente hablando. “La historia que es larga y a veces es triste / resiste si se descarga en cada generación”, canta el poeta. Parece ser lo que nos queda: el deber de testimonio como un imperativo de memoria que nos haga sostener la -hasta el momento- vana esperanza de que algo de esto cambie alguna vez. Andrés Vartabedian Docente y crítico cinematográfico