Kaspar Kasparian cumplió 100 años y lo festejó con su familia y sus compañeros de militancia

La Asociación Cultural Armenia tenía un brillo especial la noche del 5 de diciembre. No era un acto, ni una muestra, ni un agasajo formal, tampoco una cena. Era algo más íntimo y al mismo tiempo más grande: la celebración del cumpleaños número cien de Kaspar Kasparian, organizada por sus compañeros del Gomidé Aram Manukian de la FRA-Tashnagtsutiún.
En la planta baja de la sede, donde se lo vio tantas veces en reuniones, charlas o festejos, él ocupaba esta vez el centro del salón junto a Vartanoush, su compañera de toda la vida. En las paredes colgaban las banderas de Armenia, de Artsaj y de la Federación Revolucionaria Armenia, marcando el clima del encuentro. A su alrededor, un círculo de gente que quería agasajarlo: sus tres hijos, nietas, HOMuhís, integrantes de Homenetmen, compañeros de la FRA, de Hamazkaín, amigos de décadas. Todos querían acercarse, abrazarlo, decirle algo. Todos querían ser parte de una noche irrepetible.
Kaspar entró caminando despacio, apoyado en su bastón de madera. Prolijo, con el saco y la corbata como siempre. Delgado, elegante, firme a pesar de los años. Se emocionó apenas cruzó la puerta: se secó algunas lágrimas, ajustó los anteojos después de tantos abrazos y caminó hacia el lugar que lo esperaba. La escena tenía algo de retorno a casa: al agump, su segunda casa como recordaron muchos.
A lo largo de la noche, Yanik Ketchian, en su rol de damadáh, fue dando la palabra a quienes querían decir algo. No había guion ni protocolo: era un homenaje vivo, espontáneo, lleno de recuerdos, anécdotas y gratitud.

En un momento, Kaspar se puso de pie. Con voz pausada y esas manos grandes y huesudas que siempre lleva hacia adelante al hablar, agradeció profundamente el homenaje. “Me hice tashnagtsagán por la yerakoin” (bandera tricolor armenia), expresó emocionado. Dijo que estaba contento y conforme de su vida y de su partido, y que recordar sus primeros años en Homenetmen le devolvía la sensación de haber encontrado, siendo apenas un chico pobre y huérfano, un lugar donde sentirse querido y protegido.
Esa frase tan simple tomó otra dimensión si se la escuchaba sabiendo lo que retrata el documento de historia familiar: la infancia durísima en Karantina (Líbano), la muerte de su padre por tuberculosis cuando él tenía tres años, las noches durmiendo en un solo colchón, los días comiendo pan y dátiles porque no había más. O aquella escena que aún lo conmovía de adulto: cuando fue al club Nubarian como “niño pobre” y vio que a todos los chicos les daban ropa nueva, pero a él le tocó sólo una torta. Él, que soñaba con un par de zapatos, lloró de tristeza. Pensar en eso y verlo ahora, de pie en su centenario, recibiendo el cariño de toda una comunidad, hacía que esa distancia de cien años se volviera casi palpable.
Es quizás por eso que sus hijos hablaron con tanta emoción con Diario ARMENIA. Zovinar, que vino desde los Estados Unidos con su esposo Sarkis Anac, dijo: “Para mi papá, para nosotros y para mis hijos, él es el ejemplo de lo que es ser armenio”. Recordó la infancia sin padre, el peso del genocidio en la memoria familiar, la importancia que tuvo Homenetmen para darle identidad y pertenencia. “Ahí se sintió querido, dijo. Después entró al partido (FRA-Tashnagtsutiún) y eso le cambió la vida para siempre.” También recordó el carácter de su padre: trabajador incansable, honesto, exigente y amoroso. “Él siempre nos hablaba de la historia, de no olvidarnos de quiénes somos. Para él, el partido fue todo. Está feliz con este homenaje, muy feliz”, aseguró.

El hijo mayor, Miguel (Mgrdich), explicó que siempre vio a su papá trabajando: “Era un muy buen mecánico y se mataba debajo de los fierros. Trabajaba hasta con las manos acalambradas”. Recordó que él, junto a su padre y su madre, antes de cumplir veinte años ya había vivido en cuatro países (Israel, Brasil, Uruguay, Argentina) y que esa vida nómada de la diáspora fue posible porque su padre siempre quiso lo mejor para ellos. “Papá siempre mantuvo un rumbo claro: la armenidad primero”. Y añadió: “La honestidad de mi padre es absoluta, siempre fue una persona muy correcta. Si le pueden reprochar algo, es ser muy fanático: armenio y del partido. Otra cosa no se le puede reprochar”. Sobre el homenaje, fue directo: “Mi viejo se lo merece de verdad”.
Krikor, el menor, aportó quizás la perspectiva más histórica. Contó cómo el Tashnagtsutiún, después de la Primera Guerra Mundial, recorría barrio por barrio en Medio Oriente buscando huérfanos, chicos golpeados por la guerra, enfermos, para que no se perdieran. Así fue como Kaspar, que había quedado sin padre y sin recursos, terminó en Homenetmen. “Mi viejo siempre me dijo: Homenetmen me salvó la vida”, relató. Y luego él mismo haría ese trabajo: recorrer barrios para rescatar chicos y llevarlos a las filas de Homenetmen. Recordó también la llegada de la familia a la Argentina en 1971, cuando su padre lo llevó al primer fin de semana directamente a la sede de Homenetmen de Ramos Mejía. “Su lema fue siempre familia, patria y Tashnagtsutiún. Una militancia ininterrumpida de 82 años”, dijo con orgullo.
Hubo varios presentes que tomaron el micrófono y hablaron, entre ellos, Hagop Tabakian, del Comité Central de la FRA-Tashnagtsutiún de Sudamérica, definió a Kaspar de manera precisa: “Representa la esencia del militante tashnagtsagán: amor por lo armenio, fidelidad, humildad, apoyo al compañero, a la organización, a la unidad”. Dijo que nadie busca ser ejemplo, pero que otros lo eligen y que esa noche lo confirmaba con el homenaje a Kaspar.
Alberto Aksarlian, que forma parte de la Comisión Regional de Homenetmen, explicó que Kaspar ocupa para muchos el lugar del medz-hairig, el abuelo comunitario que inspira respeto y afecto, por su perseverancia, coherencia e ideales firmes. Habló desde lo partidario, desde lo social, desde lo médico y desde lo personal: “una cercanía construida a lo largo de años”, afirmó.
Kevork Dolmadjian sintetizó con una imagen sencilla pero profunda lo que representan Kaspar y Vartanoush: “Siempre para adelante”, porque en cada reunión sus intervenciones despertaban esperanza y confianza para los enguer.
“No solo es llegar a los cien años. Es llegar con la coherencia, la firmeza y la fidelidad de sus principios. Ese es el ejemplo de Kaspar, la inspiración para mantener la visión, la fe y el compromiso del partido”, subrayó Khatchik DerGhougassian.
A esas voces se sumó también Maral Masrian Torikian, presidenta de la Comisión Regional Sudamericana de HOM, resaltó que el sentido de pertenencia, la lealtad y la convicción de Kaspar dentro del Tashnagtsutiún lo convirtieron en un faro para las generaciones más jóvenes. Señaló que su fidelidad a sus principios fue siempre un ejemplo, y expresó su deseo de que ese faro siga iluminando el camino de quienes continúan la militancia.

Por su parte, Pedro Tateosian, compañero veterano de militancia, señaló que Kaspar es un ejemplo de las cualidades del militante tashnagtsagán: compromiso, constancia y entrega al trabajo institucional, tanto en Homenetmen como en el Tashnagtsutiún. Destacó que sus cien años de vida, dedicados en gran parte a la militancia, siguen siendo una referencia para todos.

Mientras sonaban canciones patrióticas interpretadas por Alberto Aksarlian, Javier Damabache y Agustín Analian, la noche avanzaba entre bailes espontáneos y abrazos que no se terminaban. Hubo un momento especial: los tres hijos de Kaspar celebrando las canciones revolucionarias, bailando y rodeados por amigos que se sumaban a cantar. En esa escena se veía no solo la alegría del festejo sino la continuidad de una identidad transmitida con esfuerzo y amor.

La torta, con el número “100” y el escudo de la FRA-Tashnagtsutiún, coronó la noche como un símbolo perfecto que sintetiza la vida y la militancia unidas en una misma imagen.
En cada gesto, junto a Kaspar, estaba Vartanoush. El documento familiar permite verla más allá de la foto presente: una niña de Atlit (actual Israel) que pasaba los veranos con sus abuelos, que escuchó desde pequeña los relatos de las matanzas de los turcos, que a los quince años se casó con un joven que también buscaba reconstruirse, que atravesó con él los caminos de Palestina, Brasil, Uruguay y la Argentina. Su presencia, firme y cálida, acompañó al homenajeado como lo hizo durante más de siete décadas.

de la FRA-Tashnagtsutiún le entregó una placa recordatoria
con una leyenda cariñosa.
Kaspar Kasparian nació el 7 de noviembre de 1925 en Beirut, en una familia que escapaba al genocidio; creció en Haifa entre privaciones y bombardeos; migró a Brasil y Uruguay; echó raíces en la Argentina. Su biografía sigue el mapa de miles de armenios que perdieron una patria y fundaron otra en cada comunidad, en cada escuela, en cada iglesia y en cada agump de Homenetmen y de la FRA.
La historia de Kaspar es la historia de la armenidad que sobrevivió, resistió y siguió adelante. Vivió un siglo entero fiel a su identidad, a su partido y a sus principios. Por eso este homenaje no fue un festejo más: fue un reconocimiento a una vida entera de lealtad.
Pablo Kendikian
Nota: Algunos pasajes sobre la infancia y los primeros años de Kaspar vienen del texto que escribió su hija, Zovinar, junto a Sarkis Anac. Sus recuerdos ayudaron a completar la historia que aquí se cuenta.







