La paz cautiva

14 de agosto de 2025

La reciente firma del acuerdo de paz entre Armenia y Azerbaiyán se presenta como un paso hacia la estabilidad regional. Pero su contenido y sus implicancias despiertan inquietud. Disentir de este acuerdo no es fomentar la guerra. Al contrario: es defender la idea de que la paz solo es legítima cuando se construye sobre justicia, dignidad y soberanía.

El problema no es la paz en sí, sino el modo en que se la negocia. En estos últimos tiempos Armenia ha aceptado las condiciones trazadas por terceros, incluso por potencias que a lo largo de la historia han ignorado, o directamente vulnerado, nuestros derechos. La palabra paz ante la mirada general anula la idea de conflictos y la posibilidad de nuevos riesgos. Sin embargo la gestualidad de incomodidad y preocupación ante la incertidumbre de aceptar imposiciones de terceros se visualiza en la cara de los armenios.

Un manto de consecuencias negativas y peligrosas no desaparecen a pesar de esta firma. Esto obliga a una pregunta incómoda: ¿ha perdido una nación milenaria la capacidad de imaginar salidas propias, distintas de las que dictan quienes han sido cómplices de persecuciones y masacres?

En este debate, hay actores que no pueden quedar al margen. La diáspora armenia, millones de descendientes repartidos por el mundo, no es un espectador pasivo. Es un pilar vital para la identidad, la economía, la cultura y la defensa internacional de la Causa Armenia.

Algunos argumentan que solo quienes viven en suelo armenio, y arriesgan directamente la vida de sus hijos, tienen legitimidad para decidir. Pero esa visión olvida un hecho esencial: la diáspora existe porque la mayoría fueron asesinados, sus territorios usurpados y los pocos exiliados que salvaron sus vidas continuaron conectados con su armenidad a pesar de los planes de sus victimarios. La sangre y el sacrificio de sus ancestros son el lazo que legitima su voz. Y nuestros adversarios lo saben. Por eso, una de sus estrategias históricas ha sido quebrar la unión entre Armenia y su diáspora, instalando discursos que siembran desconfianza y dividen.

El derecho a opinar y participar no es una concesión; es un deber compartido.  Pero este llamado a involucrarse  tampoco se limita a quienes están lejos. Dentro de Armenia, los espacios opositores, los intelectuales y todos los expertos con capacidad de análisis tienen la responsabilidad moral de evaluar con seriedad y sin condicionamientos, las consecuencias de una decisión que marcará el rumbo de un país. La paz no puede surgir de conversaciones cerradas entre pocos, sino de un diálogo nacional que incorpore todas las miradas, incluso las que incomodan.

La paz que Armenia merece no es la de los vencidos ni la de los conformistas. Es la que brota de la creatividad política, de la fuerza moral y de la unidad entre quienes pisan la tierra ancestral y quienes la llevan consigo en el exilio. Firmar un tratado sin haber explorado alternativas propias, sin imaginar salidas distintas a las dictadas por nuestros victimarios o por los intereses del tablero geopolítico es aceptar un futuro escrito por otros.

Porque una nación que deja de imaginar su destino empieza a desaparecer mucho antes de que se extinga su territorio. Armenia ha sobrevivido imperios, genocidios y exilios porque nunca dejó de pensar, de crear, de reinventarse. Renunciar a esa capacidad sería la verdadera derrota. 

Hagop Tabakian
Representante del Comité Central de la FRA-Tashnagtsutiún de Sudamérica

Compartir: