Minimizar el Genocidio Armenio, desacreditar la diplomacia armenia e ignorar a la diáspora: Las implicancias de la reunión del primer ministro Pashinyan en Zúrich

05 de febrero de 2025

Desde mediados de la década de 1960, la movilización política y la lucha por la Causa Armenia en la diáspora -llevadas a cabo sin necesidad del apoyo estatal ni limitadas por nociones de "poder estatal" o "mentalidad estatal"- lograron que el Genocidio Armenio, condenado al silencio durante tanto tiempo, pasara de ser un tema olvidado a ocupar un lugar en la agenda internacional. Este esfuerzo obtuvo sus primeros éxitos, aunque limitados, en términos de reconocimiento.

Tras la independencia de Armenia, su diplomacia -aunque tardía y limitada por el ambiguo principio de "relaciones con Turquía sin condiciones previas"- finalmente reconoció que el reconocimiento internacional del Genocidio no era una señal de victimización perpetua ni una simple reivindicación histórica. Más bien, se convirtió en un pilar fundamental de la identidad de la política exterior armenia y un factor clave para afirmar la autoridad de la República en el escenario mundial. Luego del fracaso de los protocolos armenio-turcos, la excepcional cooperación entre Armenia y la diáspora en vísperas del centenario del Genocidio resultó en la histórica Declaración Panarmenia, que influyó en la política exterior y convirtió a la diplomacia armenia en un actor activo en los esfuerzos de prevención de genocidios.

Este papel se mantuvo de manera constante dentro de las organizaciones internacionales, reflejado tanto en iniciativas diplomáticas como en el lenguaje utilizado por los líderes estatales armenios, quienes evitaron recurrir a una retórica evasiva. Aunque estos esfuerzos no ejercieron una presión directa sobre Turquía para que asumiera su responsabilidad por el crimen ni ofrecieron beneficios inmediatos a la seguridad o prosperidad de Armenia -como argumentan los escépticos y críticos del tema-, fortalecieron la posición diplomática de Armenia. Además, esta postura fue igualmente significativa para la diáspora, ya que reafirmó la dignidad de su identidad colectiva y el valor de décadas de inversión en el reconocimiento internacional del Genocidio y la lucha por reparaciones.

Sería injusto ignorar el papel fundamental que desempeñó inicialmente la diáspora, seguido por académicos armenios -historiadores, juristas, politólogos y especialistas en relaciones internacionales- cuyo trabajo en los estudios sobre genocidio posicionó la causa armenia en el centro del debate global. Armenia, tanto como Estado como a través de su sociedad civil dentro y fuera del país, se convirtió en una pionera en el compromiso de la humanidad con la prevención de genocidios.

Sin embargo, la actual fuerza política que gobierna Armenia desde 2018 y su líder han ido minimizando progresivamente la importancia del Genocidio Armenio en la agenda de paz del país. El ejemplo más reciente de ello es la iniciativa del primer ministro Nikol Pashinyan de abordar nuevamente el tema durante una reunión con armenios suizos en Zúrich. Es lamentable que el líder de Armenia considere políticamente necesario enmarcar el tema del Genocidio de una manera que, intencionalmente o no, fomente el revisionismo histórico. A pesar de los intentos posteriores de él y sus seguidores por aclarar -o incluso reformular- sus polémicas declaraciones sobre un tema que, según un asistente, surgió sin un contexto claro, la diplomacia turco-azerbaiyana ya ha aprovechado sus palabras para reforzar la negación del genocidio.

La política turca de negación del genocidio puede no ser una preocupación para el Primer Ministro y sus aliados políticos, pero su comportamiento constante -ya sea deliberado o accidental- socava la memoria del Genocidio Armenio y no pasa desapercibido en la comunidad internacional, que sigue siendo sensible a las cuestiones de genocidio. La enérgica reacción del Instituto Lemkin lo confirma: negar el Genocidio Armenio no solo es una afrenta a la historia, sino también un golpe a los esfuerzos globales de prevención de genocidios. En este sentido, las declaraciones de Pashinyan desacreditan la diplomacia armenia, que había logrado posicionar a Armenia como un líder en la prevención de genocidios en el escenario internacional.

La falta de respuesta de los armenios suizos que asistieron a la reunión en Zúrich plantea más interrogantes. ¿Debe interpretarse su silencio como una aprobación tácita del mensaje oficial sobre el Genocidio y la diáspora? ¿Fueron realmente aceptables para ellos las absurdas formulaciones de Pashinyan o esto refleja una advertencia más amplia para los armenios de la diáspora? ¿Acaso aquellos "afortunados" que tienen la oportunidad de reunirse con las autoridades de Armenia deben limitarse a escuchar en silencio, sin desafiar, sin cuestionar y sin protestar?

Solo un participante, Vicken Cheterian, abordó públicamente la reunión en un artículo titulado “Dissatisfaction with the Prime Minister’s Zurich Meeting” (Insatisfacción con la reunión del Primer Ministro en Zúrich), publicado en CivilNet el 29 de enero. Si bien su respuesta pudo haber sido impulsada por una preocupación personal o por la ola de indignación que siguió a la reunión en Armenia y la diáspora, lo importante es que habló. Sus aclaraciones, críticas y análisis sirven de invitación para un mayor debate. Sarkis Shahinian, presidente honorario de la Asociación Suiza-Armenia, también respondió críticamente a las declaraciones del Primer Ministro. Es fundamental reconocer sus voces para evitar la impresión de que toda la comunidad comparte la postura pasiva de aquellos asistentes que, quizás ansiosos por futuras invitaciones, optaron por callar.

Por supuesto, guardar silencio es una elección individual, al igual que lo es el derecho de un editor a criticar tal comportamiento con indignación justificada, como hizo Oragir el 26 de enero: “¿Quiénes son esos miserables descendientes de víctimas del Genocidio Armenio que escucharon el discurso de Pashinyan y no alzaron la voz?”. Sin embargo, la cuestión clave es reconocer que la reunión de Zúrich en sí misma refleja el mensaje más amplio del Primer Ministro a la diáspora: la identidad colectiva armenia está definida únicamente por el Estado. La reunión no fue un evento comunitario, sino un encuentro cuidadosamente seleccionado de individuos cuya conformidad estaba más o menos garantizada desde el principio. Conformarse,  incluso cuando el tema en cuestión involucra declaraciones que rozan el revisionismo histórico del Genocidio -un pilar de la identidad armenia-y proporcionan nuevas "justificaciones" para la negación turca.

Lo ocurrido en Zúrich se alinea con el rechazo de las instituciones comunitarias de la diáspora por parte de las autoridades actuales y con su visión de un tipo diferente de colectividad armenia en el extranjero: una lista de individuos obedientes que aceptan sin cuestionar todas las decisiones estatales sobre el destino de Armenia y los armenios. Esto contrasta drásticamente con la red global organizada, vigilante y políticamente activa que la diáspora ha encarnado históricamente, ya sea en la era de movilización posterior a 1965 o, más recientemente, en 2008-09, cuando rechazó categóricamente los protocolos armenio-turcos.

La pregunta urgente ahora es si las estructuras pan-diaspóricas y pan-armenias con capacidad de movilización finalmente reconocerán la necesidad de una agenda distinta para la diáspora. Una agenda crucial para garantizar que la identidad existencial forjada por la experiencia histórica, junto con el potencial de crecimiento y desarrollo de la diáspora, no sean socavados por ninguna fuerza política en Armenia -ya sea en el poder o aspirando a él-. La diáspora debe resistir cualquier intento estatal de dictar su identidad o descartar su papel, especialmente por parte de líderes que la abordan con astuta superioridad, soberbia o mero oportunismo político.

Khatchik DerGhougassian

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