Lo viejo funciona

23 de mayo de 2025

Cuando a alguien le decían “viejo”, el aludido respondía “viejos son los trapos”, para dejar en evidencia que el documento de identidad es apenas una circunstancia administrativa.

Por otro lado, aunque no es la intención de estas líneas, hay jóvenes que parecen viejos, y muchos con varias décadas encima, tienen una envidiable vitalidad.

Es evidente que los tiempos han cambiado, y la esperanza de vida se ha extendido gracias a los adelantos de la medicina y los desarrollos científicos en la investigación de muchas enfermedades que antes no tenían cura.

Durante nuestros años infantiles, le decían viejo a una persona de 50 años, y hoy alguien con esa edad es casi un adolescente tardío.

Algunos dirigentes usan una frase que redime a los que han tenido una trayectoria dentro de agrupaciones o  partidos políticos diciendo, ”tampoco podemos tirar los viejos por la ventana”, dejando en claro que la experiencia acumulada por ellos, aporta el combustible necesario para encender la pasión en los más jóvenes.

En ese sentido, y como descendiente de una familia armenia que sufrió el genocidio y la deportación, debo destacar la resilencia de aquellos que despojados de sus bienes y su terruño, supieron crear las condiciones para sobrevivir y mantener su identidad en tierras extrañas.

Y no sólo eso. Desarrollar y mantener en las nuevas generaciones el reclamo de justicia memoria y verdad que durante años el pueblo armenio reclama y que esos “viejos” supieron transmitir a los jóvenes.

Decimos que lo viejo funciona, y en ese sentido recuerdo una publicidad de hace algunos años- no sé si era de una cerveza o de una tarjeta de crédito- donde todo el mundo frente a los televisores está mirando la final de un encuentro de futbol, cuando de repente un apagón general deja sin suministro eléctrico a la ciudad.

Un viejito con su Spika a transistores (para los que no saben de qué estoy hablando, era una pequeña radio de AM, -la Frecuencia Modulada no existía- y que venía en un envase de cuero con una correa para llevarla de la mano), escuchaba el partido sentado en la vereda.

Justo durante el apagón se produce el gol, y el único que lo grita es el viejo de la vereda. Un grito que se multiplica y se expande por toda la ciudad.

Sin llegar a ser un acumulador, soy de esos que le cuesta desprenderse de las cosas, pensando que pueden tener una utilidad aún después de su uso, a contramano del principio del úselo y tírelo que la sociedad de consumo exige.

Cacerolas convertidas en masetas, palanganas esmaltadas atornilladas a la pared del jardín para recoger la manguera de riego, trozos de madera y mármol que con restos de hierro ángulo se transforman en mesitas ratonas con ruedas, o algún sol de noche que reemplazó el querosene por la electricidad para seguir iluminando, me definen como un reciclador nato.

En la vereda opuesta están los compradores compulsivos. Aquellos que subidos al vértigo de la tecnología se suman a la pléyade de los consumistas convertidos en adalides del descarte, dejando tras de sí una interminable lista de elementos que “el llame ya” promociona.

Así como el desarrollo de la exploración espacial ha llenado de plataformas, satélites y restos de cohetes el espacio sideral, generando lo que se denomina basura espacial, del mismo modo sobre la tierra se van acumulando desechos que la tecnología descarta: Heladeras, televisores, teléfonos, computadoras, automóviles, y una extensa lista de electrodomésticos que se adquieren por la falsa ilusión que genera la publicidad.

En muchos lugares la generación de residuos se ha convertido en un verdadero problema dado que no encuentra lugar donde depositarlos. Ni hablar de los restos atómicos de las plantas generadoras de energía que necesitan ser encriptados en cápsulas especiales y guardadas bajo tierra para evitar que la radioactividad residual se propague y contamine el entorno.

Envases de tergopol, bolsas de polietileno, botellas de plástico descartable y tantos otros, contaminan ríos y océanos y el hábitat que otrora fue saludable.

Sería bueno que escucharan lo que gritaba una pared sobre la avenida Córdoba: “La mejor basura es la que no se genera”.

Lo viejo funciona, aunque algunos piensen que hay que tirarlos por la ventana.

Edgardo Kevorkian

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