Simultaneidad de Horror: del Genocidio Armenio a la Shoá

En el mes de abril de 2025 convergieron por primera vez dos fechas de memoria que habitualmente transcurren por carriles separados: el Día de Conmemoración del Genocidio Armenio y el Día Internacional de Conmemoración del Holocausto, una fecha móvil según el calendario hebreo.
En el aeropuerto de Ezeiza, durante el check-in de un vuelo de Lufthansa a Frankfurt, Reynaldo Sietecase -invitado por el Consejo Nacional Armenio y Diario ARMENIA para cubrir el 110° aniversario del Genocidio- se cruzó con un grupo de periodistas argentinos que, invitados por el Museo del Holocausto de Buenos Aires, partían rumbo a Auschwitz para cubrir allí la conmemoración de la Shoá.
Aquel breve encuentro en la zona de tránsito, mientras uno se dirigía a Ereván y los otros a Polonia como destino final, ilustró cómo, pese a circular por rutas distintas, dos memorias de horror y resistencia pueden compartir un mismo espacio.
Esa simultaneidad no es solo un dato anecdótico ya que tuvo su reflejo en Ereván, donde el 7 de mayo se realizó un acto para honrar el 110° aniversario del Genocidio Armenio y el 80° aniversario del levantamiento del gueto de Varsovia justamente en el Museo del Genocidio Armenio. Harutyun Marutyan recordó la autodefensa de Van en 1915; Suren Aghasi Manukyan habló de la rebelión armada de los judíos en 1943.
Ese encuentro puso en escena un puente de empatía entre dos pueblos que padecieron el horror sistematizado de la eliminación masiva. Sin embargo, fuera de algunos ámbitos, la reciprocidad en el reconocimiento no siempre se da. El Holocausto, con su enormidad y su lugar en la conciencia global, despierta la solidaridad armenia de manera espontánea y habitual. La pregunta incómoda es hasta qué punto esa solidaridad se refleja en los foros de memoria judía y en las instituciones israelíes.

Hay reconocimiento oficial del Genocidio Armenio en múltiples países, pero el Estado de Israel y algunas organizaciones judías se mantienen cautelosas, en parte por cálculos comerciales, diplomáticos y militares con Turquía y Azerbaiyán. Ese silencio relativo no implica negación, pero sí deja en evidencia un desequilibrio: mientras los armenios estudian el Holocausto como paradigma de crimen de lesa humanidad, no siempre encuentran un eco equivalente para su tragedia.
Es inconguente que un Estado, cuya identidad se asienta en la memoria de un genocidio, no muestre la misma solidaridad hacia otras tragedias y repita patrones de violencia que él mismo padeció contra pueblos más vulnerables.
La conmemoración conjunta en la capital de Armenia, en un sitio emblemático como el Museo del Genocidio Armenio, muestra el camino: el sufrimiento de un pueblo amplifica su voz cuando se hermana con el de otro. El 7 de mayo, al escuchar las historias de resistencia en Van y en el gueto de Varsovia, el auditorio pudo comprender que la memoria es un bien compartido. Reconocer el genocidio contra los armenios como se reconoce el Holocausto no empobrece ni le resta atención, por el contrario, la expande y construye un frente moral más amplio contra la negación, la impunidad y el olvido.
Es momento de que las instituciones de memoria judía, las que no lo hacen, incluyan en sus programas el estudio y la enseñanza del Genocidio Armenio sin titubeos diplomáticos. A su vez, que los organismos internacionales promuevan actos conjuntos de recordación, donde armenios, judíos y otros pueblos víctimas de crímenes de lesa humanidad compartan escenario, palabra, compromiso y acción. Solo así la memoria cumplirá su función de articular solidaridad y prevenir que se repita la barbarie.
Pablo Kendikian
Periodista