Tristeza y vergüenza: lo que se vio en la Santa Sede de Echmiadzín

Hay imágenes que duelen. Ver a encapuchados irrumpiendo en la Santa Sede de Ereván, intentando llevar a un clérigo bajo acusaciones absurdas de terrorismo, forcejeando con sacerdotes, empujando a creyentes, invadiendo con violencia uno de los espacios más sagrados de la identidad armenia, fue un momento que quedará grabado con vergüenza en nuestra historia reciente.
No se trató de un operativo más. Lo que se vivió la semana es un punto de quiebre. La Santa Sede de Echmiadzín y la Iglesia Apostólica Armenia -centro espiritual y símbolo de continuidad nacional desde hace más de 1.700 años- fue atacada por quienes deberían protegerla. Lo que vimos no es una anécdota: es una declaración de guerra del régimen de Nikol Pashinyan contra los pilares morales, históricos y espirituales de la armenidad.

Coincidiendo con la reunión con el presidente turco Recep Tayipp Erdoğan en Estambul, el gobierno de Pashinyan consumó primero la detención de Samvel Karapetyan, magnate del Grupo Tashir y dueño de Redes Eléctricas de Armenia, acusado de “incitación pública a la toma del poder” luego de haber hecho declaraciones en defensa de la Iglesia Armenia.
Detrás de esa acusación, sostiene buena parte del periodismo especializado, late la intención de presentar como “nacionalización” una operación que terminaría adjudicando la gestión de la red eléctrica a Aksa Energy, filial del holding turco Kazancı. Así, bajo la apariencia de proteger un activo estratégico, el Ejecutivo allanaría el camino para que un gigante foráneo, nada más ni nada menos que turco, se quede con un recurso vital. ¿Por qué no? para la lógica del actual mandatario armenio.
Mientras Pashinyan estaba en Turquía, en el interior de Armenia se desató una redada masiva contra dirigentes del Partido Republicano, del movimiento Tavush por la Patria y de la FRA-Tashnagtsutiún, bajo el guion de “amenaza golpista”. Ishkhan Saghatelyan, el alto dirigente de la FRA, denunció que esas operaciones buscaban “agradar a Turquía” y amordazar a quienes cuestionan al poder. El Tashnagtsutiún, con 135 años de historia en la defensa de la liberación nacional y cultural, hoy ve nuevamente a sus líderes perseguidos por negarse a someterse a la voluntad del gobierno.
A su regreso de Turquía, el Primer Ministro emprendió inmediatamente “ataques preventivos” y arrestos masivos contra todos los grupos e instituciones nacionales que pudieran obstaculizar su programa. El miércoles 25 de junio apresaron al arzobispo Bagrat Galstanyan, principal figura de la oposición. Policías enmascarados se lo llevaron de su domicilio y durante los posteriores registros domiciliarios incautaron, según el relato oficial, “numerosas armas y artefactos explosivos”.

El gobierno acusa a Galstanyan y a sus seguidores de planear atentados terroristas mediante la formación de tropas de choque destinadas a detonar explosivos, bloquear carreteras e interrumpir el acceso a internet para sumir al país en el caos. Entre las pruebas citadas, habría llamadas telefónicas intervenidas y hasta una dudosa carta manuscrita con todo “el plan golpista”. La oposición califica este ataque como un gran invento, “un juego peligroso” ante las próximas elecciones parlamentarias previstas para junio del próximo año. El clérigo fue condenado a dos meses de prisión en una de esas sentencias exprés.
El viernes 27 de junio Nikol Pashnyan ordenó el asalto a la Santa Sede de Echmiadzín: agentes encapuchados invadieron el Katolikosado (Veharán), arrastraron a clérigos y montaron carteles con consignas provocadores para enfrentar al Katolikós Karekin II con sus propios fieles. Pashinyan no se detuvo allí: amenazó públicamente con destituir por la fuerza al Katolikós si no accedía a renunciar. La represión escaló cuando las fuerzas de seguridad entraron a la Santa Sede e intentaron detener al arzobispo de la Diócesis de Shirak, Mikayel Ajapahyan, coordinador de la reunión anual de sacerdotes, quien se entregó por sus propios medios.

La campaña contra el Katolikós de Todos los Armenios, Karekin II, incluye ataques personales, groserías y trivialidades públicas e insinuaciones obscenas a través de su cuenta de Facebook que luego borró. El llamado a forzar su destitución no sólo ofende la moral del pueblo armenio: expresa la voluntad explícita del gobierno de someter a la Iglesia a su autoridad política. El mensaje es claro: no habrá institución que quede por fuera del control del régimen.
Según una encuesta de Gallup, realizada entre el 23 y el 25 de junio, el 78,3 % de los armenios rechaza los intentos de Pashinyan de destituir al Katolikós Karekin II, considerando inaceptable la injerencia estatal en asuntos eclesiásticos y reclamando que cualquier controversia se resuelva dentro de la Iglesia; apenas un 14,7% apoya la ofensiva gubernamental. La encuesta también reveló que un 53,7% de la población cree que existen los recursos necesarios para llevar a cabo un impeachment (proceso de destitución), frente a un 27,5% que opina lo contrario y un 18,8% de indecisos.

Tras haber cedido territorio y propiciado la rendición de Artsaj con el éxodo forzado de su población y miles de soldados muertos, Pashinyan consolida un régimen autoritario emparentado con las peores prácticas de sus vecinos. Está desmantelando la democracia hasta convertirla en mera fachada y rompe los vínculos esenciales que sostienen a Armenia como nación.
Lo que vivimos no son simples abusos de poder: es la ejecución cuidadosamente planificada para desarticular toda resistencia nacional, acallar voces disidentes, fomentar la división interna y pulverizar las estructuras históricas que dan sentido a la identidad armenia. Pashinyan y su séquito perverso buscan imponer la resignación, sellar nuestra dependencia externa y acallar el pulso de libertad que definió a nuestro pueblo.
Pablo Kendikian
Director de Diario ARMENIA