Una Argentina con Estado presente: reflexiones desde la mirada de un militante de la FRA-Tashnagtsutiún

31 de octubre de 2025

En la Argentina contemporánea, las tensiones sociales y económicas conviven con un proceso más profundo: la pérdida de confianza colectiva. Se ha instalado una narrativa que exalta la autosuficiencia individual y desprecia toda forma de organización común. La política es denigrada frente a un  Estado ineficiente y el mercado es presentado como el único juez posible de las conductas humanas. En medio de esa confusión, la desigualdad crece y la sociedad se fragmenta.

Desde la comunidad armenia, portadora de una historia de resistencia, resiliencia  y reconstrucción, resulta urgente pensar nuestro rol dentro de este escenario. Durante décadas, la comunidad supo sostener sus instituciones, su idioma y su memoria. Pero esa fortaleza, que es fruto de un trabajo admirable, corre el riesgo de transformarse en una mirada endogámica, cerrada sobre sí misma, satisfecha con reproducir lo conocido. La pertenencia, cuando se vuelve refugio y no impulso, puede transformarse en una frontera.

La FRA–Tashnagtsutiún nació a fines del siglo XIX como un movimiento profundamente moderno y emancipador. Su pensamiento no fue dogmático: unió el socialismo con la idea nacional, la libertad con la justicia, la identidad con la solidaridad internacional. Para la FRA, no hay liberación nacional posible sin justicia social, ni justicia social posible sin participación activa en la vida pública. Esa enseñanza, lejos de ser un capítulo del pasado, debe volver a interpelarnos hoy.

Hablar de un Estado presente no significa reivindicar un aparato burocrático inmóvil, sino exigir una institución pública moderna, transparente, eficiente y eficaz. La presencia estatal solo tiene sentido cuando se traduce en resultados tangibles: escuelas que funcionan, hospitales que cuidan, políticas que integran, derechos que se hacen efectivos. Un Estado ineficiente destruye la confianza ciudadana y deja el terreno libre a quienes promueven su desmantelamiento. Pero un Estado eficiente y ético, guiado por el bien común y no por intereses sectoriales, es la condición necesaria de cualquier democracia social. No hay equidad sin capacidad de gestión; no hay justicia social sin administración responsable.

La salud y la educación son pilares de esa responsabilidad. No son asistencias ni gastos: son inversiones humanas y políticas. La educación pública, gratuita y de calidad, constituye el verdadero motor del desarrollo nacional. Allí donde la universidad se debilita o se transforma en privilegio, la sociedad pierde su capacidad de movilidad y su soberanía intelectual. La meritocracia, hoy convertida en argumento de poder, es una trampa ideológica. Supone que todos parten desde el mismo punto, cuando en realidad el punto de partida es el lugar donde la desigualdad ya se instaló. La igualdad de oportunidades reales no se alcanza con competencia, sino con justicia distributiva y políticas inclusivas. La libertad individual, sin condiciones sociales que la sostengan, no es más que una ficción.

La comunidad armenia en la Argentina ha demostrado una enorme capacidad de organización, pero esa virtud no debe transformarse en quietud. Ser conservadores en la estructura mental e ideológica no nos protege: nos paraliza. Nuestra historia de lucha contra la injusticia y el exterminio no puede terminar en la autoconservación institucional. Debe expresarse en la acción política, en el compromiso con las causas colectivas del país que nos acogió. Salir de la endogamia no implica renunciar a la identidad armenia; significa ampliarla, proyectarla, ponerla en diálogo con la sociedad argentina. Participar en la vida política nacional no es una amenaza a nuestra causa: es su prolongación natural. La FRA lo entendió desde su origen: el militante no actúa solo en defensa de su pueblo, sino en defensa de los pueblos.

La inacción política dentro de la comunidad, justificada muchas veces en la comodidad o el desencanto, es una forma de renuncia. Mantenerse al margen de lo que nos atraviesa como sociedad argentina equivale a dejar que otros definan el rumbo de nuestras vidas. Y en esa indiferencia, lo común se erosiona, lo colectivo se diluye, y la historia se repite.

A los jóvenes, especialmente a los de nuestra comunidad, hay que decirles con claridad: no crean que la política es el problema. El problema no está en la política como práctica colectiva, sino en la mediocridad moral de quienes la degradaron en beneficio personal. La política es el espacio donde la sociedad delibera sobre su destino. Es el instrumento mediante el cual lo que parece inevitable puede ser transformado. Abandonarla es dejar el futuro en manos de quienes conciben el poder sin ética ni propósito común.

Los jóvenes poseen una fuerza que ningún sistema puede reemplazar: la capacidad de imaginar lo que aún no existe. Esa imaginación, unida al pensamiento crítico y a la organización, puede renovar la política argentina. Participar no es ingenuidad, es lucidez. Es comprender que la indiferencia no protege, sino que perpetúa lo injusto. A quienes ya tienen más años, a los adultos y referentes comunitarios, hay que recordarles que el silencio también es una forma de decisión. Permanecer al margen de los conflictos sociales y políticos es una manera de tomar partido: por el statu quo. La experiencia debería servir para orientar y acompañar, no para justificar la inacción.

Desde la filosofía socialista que inspira a la FRA-Tashnagtsutiún, la libertad y la justicia no son conceptos opuestos, sino partes inseparables de una misma ética. La justicia social no limita la libertad: la hace posible. Reafirmar esos principios en la Argentina de hoy no es nostalgia; es compromiso contemporáneo. Nuestra comunidad, con toda su riqueza cultural e institucional, tiene una palabra que decir sobre el presente del país. Pero esa palabra solo tendrá fuerza si se pronuncia con conciencia crítica, con apertura y con participación. El desafío es romper con el letargo, recuperar la dimensión política de la identidad, y volver a creer en el valor transformador de lo colectivo.

Porque militar no es repetir consignas, sino pensar, sentir y actuar con conciencia histórica. Y porque si queremos que el futuro sea justo, libre y humano, no se espera: se construye con convicción, con esfuerzo y con una fe activa en el valor de lo colectivo.

Hugo Kuyumdjian
Militante de la FRA-Tashnagtsutiún

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