Ana Arzoumanian: "Soy una escritora diaspórica" 

11 de marzo de 2023

El número de marzo de 2023 de la revista francesa Nouvelles d´Arménie destacó el impacto que causó la derrota de Francia ante la Argentina en la Copa del Mundo 2022, lo que sirvió de excusa para realizar un rico dossier literario que incluye a escritores argentinos de la talla de Ana Arzoumanian, Pablo Katchadjian y Ezequiel Alemian.

Sonia Kazandjian realizó una extensa y fluida entrevista a Ana Arzoumanian que reproducimos a continuación de un texto que nos introduce en la particular mirada de una referente que se ganó un lugar distinguido en la literatura y que logró crear un puente entre Latinoamérica, Armenia y la diáspora.

El aire fresco que llega desde las pampas

Argentina y Francia tienen una cosa en común, ambas son patrias literarias. De Borges a Pablo de Santis pasando por Manuel Puig, jugamos a la Rayuela de Cortázar; el corazón lleno de gratitud por su arte de besar. Hemos soñado con noches febriles en Buenos Aires, con un verano sin cortinas, el cuerpo electrizado por el Escualo de Piazolla.

Olvidada la amargura de una derrota en un césped ofrecido al calor de la arrogancia qatarí... París y Buenos Aires se miran enamoradas y dibujan con sus manos un nuevo rostro, una nueva aventura. Muchas niñas y niños de mi generación han soñado con las noches de Buenos Aires, arrullados por las melodías de Gotan Project, o leyendo el magistral Tango de Corto Maltés escrito por el gran Hugo Pratt. La Argentina es nuestra tierra de estereotipos.

Pero en Buenos Aires hemos encontrado a una mujer y una sonrisa. La de Ana Arzoumanian, escritora que nos regala una gran y excepcional entrevista sobre su universo desde su lugar de nacimiento, el gueto armenio en la provincia de Buenos Aires, hasta las universidades de la capital.

Una infancia en armenio, una escuela lejana, muy lejana del Yerguir, a orillas del Atlántico Sur, donde se enseñaba a los niños las canciones de los revolucionarios fedayis de Mouch y Sassoun. De esa infancia en blanco y negro está hecha la memoria de Ana. Tampoco olvida aquellos siniestros años de plomo cuando los militares desaparecían jóvenes como si talaran. Teniendo como legado la Catástrofe, el calvario de la dictadura la confirmó en su búsqueda de justicia, cuestiones que la llevaron a seguir la carrera de Derecho. Pero fue la literatura lo que la superó.

Autora de una notable y notoria obra, Ana Arzoumanian nos enseña que la diáspora no es el nombre de una receta gastronómica, ni de una pieza de folclore envasada en una lata de formol. Ella, simplemente, la vive. Como si el tiempo y el espacio se acortaran gracias a un acceso más inmediato al conocimiento por el impacto de la tecnología digital en nuestra vida cotidiana.

La escritora armenio-argentina Ana Arzoumanian aprovecha esta oportunidad para conocer a escritores de Armenia pero también de Francia. El espacio transnacional es el nuevo nombre de una diáspora más compleja embellecida por el eco de la gran ola. Este reflujo de una palabra, de un recuerdo roto, de una imagen distorsionada, es también una promesa. Tiene el sabor de una aspiración común: a no ser más que uno en medio de la fragmentación. Realizar la propia unidad en un tango vertiginoso.

En este suplemento de cultura no nos olvidamos de quienes dan vida a los libros: escritores, traductores, editores, bibliotecarios. Finalmente, lectores. Para que exista un público lector, todavía es necesario tender puentes entre nuestros mundos compartimentados.

Ya es hora de respirar un soplo de aire fresco que nos llega desde las pampas.

Sonia Kazandjian

Ana Arzoumanian, escritora de fronteras

Escritora talentosa, Ana Arzoumanian es un puente entre Latinoamérica, Armenia y la diáspora. Su carrera y su obra son testimonio de una búsqueda infinta de sus raíces, indagación que realiza desde una preocupación estetica y sensual que hacen tanta falta del otro lado del Atlántico. Para esta larga entrevista, ella nos ha abierto sus puertas y también su corazón

—¿Cree usted que existe una literatura armenio-argentina de expresión castellana?
—Alguna vez leí al poeta originario de las Islas Canarias, Carlos Cataño, decir que era un poeta canario de expresión castellana. El modo en que él describía su poesía : dentro de un territorio, pero fuera de su lengua ; o dentro de una lengua, pero fuera de ese territorio, me pareció que se ajustaba a mi literatura. Desde ese momento, me sedujo pensar que yo soy una escritora armenio- argentina de expresión castellana. Sin embargo, no puedo afirmar que exista una literatura que se consolide en ese género o sub-género que atienda al modo en que uno se « sirve » de una lengua para habitar un imaginario extranjero a esa misma lengua. Digo que no es tan posible, sobre todo por las características propias de la cultura argentina. Borges, el gran escritor argentino, en su ensayo « El escritor argentino y la tradición » analiza la identidad en la escritura arribando a la conclusión de que la tradición argentina no es algo que se centre en un origen o en un perímetro de lo local, sino que deviene deudora de toda la cultura occidental. De modo que lo argentino tendría el « privilegio » (subraya Borges) de la marginalidad y de la irreverencia.

La cultura argentina es porosa a la relación con lo migrante. Aquello denominado nacional ha tenido en cuenta muy recientemente los aportes de los pueblos originarios locales y se ha nutrido, desde su fundación, de la influencia del acervo cultural occidental. En la medida en que lo armenio (que también se constituye en ese borde entre Occidente y « esa otra cosa », en el caso armenio : Oriente ; en el caso argentino : lo latinoamericano) se afianza en los estatutos estéticos de occidente es integrado a la cultura argentina.

—¿Cómo definiría la literatura armenio-argentina?
—Toda mi literatura se encuentra en una zona híbrida. Por la temática, por la estética, por la dificultad de su clasificación. Si retomase los conceptos borgianos de marginalidad y de irreverencia podría decir que mi literatura es argentina. Aunque la literatura argentina trabaja la parodia, mucho más que la tragedia o la épica trágica. Mi libro «Mar Negro» publicado en el año 2012, por ejemplo, no fue aceptado por una editorial argentina porque lo habían considerado «poco argentino». De modo que crucé la Cordillera de los Andes y lo publiqué en Chile. La literatura chilena elabora la crueldad de un modo en el que me siento «en casa».

Por otro lado, como colectividad, no podría decir que exista una comunidad homogénea de escritores armenio- argentinos. Existen escritores que se instalan de manera individual, con propuestas individuales. Pero la colectividad no ejerce políticas culturales específicas para aglutinar a los escritores. Exisitó un proyecto, hace casi veinte años, de crear una Unión de Escritores que, finalmente, no prosperó.

—¿De qué modo trabaja la distancia espacio temporal con el lejano Cáucaso ? ¿Qué cosas evocan en usted el concepto de una Armenia extraterritorial ?
—La evocación de Armenia es cotidiana.  Por un lado, las redes sociales permiten un acceso no sólo a la información sino también a un cúmulo de sensibilidad construida por imágenes, por canciones, y por la misma lengua. Antes de la era digital, el idioma nos llegaba de la mano del Diario ARMENIA de Buenos Aires que publicaba en castellano y en armenio. Hoy en día, uno abre cualquier red y el idioma está presente. Tengo infinidad de páginas armenias entre mis contactos con las cuales interactúo a diario. De modo que esa extraterritorialidad que tan bien definía Derrida se ve puesta en práctica constante en la virtualidad.

Por otro lado, una manera de agenciar la distancia ha sido la traducción y publicación en Argentina de obra de autores de Armenia. Hemos realizado la publicación de poetas contemporáneos de Armenia en Buenos Aires, a partir del año 2013. Luego le siguió la obra de la poeta Mariné Petrossian y los textos de Hovhannés Yeranyan y Levón Khechoyan ; todos bajo la traducción de Alice Ter Ghevondian. A su vez, se ha puesto en escena parte de los cuentos de Yeranyan y Khechoyan sobre la primera guerra de Artsaj junto con mis propios textos con el título «Tengo un apuro de un siglo». Obra estrenada en el año 2015 bajo la dirección del dramaturgo argentino Román Caracciolo. En ese puente entre Armenia y Argentina, el libro del poeta argentino Mario Sampaolesi «Malvinas» (sobre la guerra de Malvinas) ha sido traducido al armenio, también por Alice Ter Ghevondian, bajo mi gestión cultural.

Ahora mismo, tenemos un proyecto junto con el cineasta Erik Hansen, de realizar un film sobre los poetas de Armenia desde su propia geografía. Hasta tanto el proyecto se realice edificamos las imágenes consumiendo mucho material audiovisual.

Además, la Universidad de San Isidro de Buenos Aires abrirá un Programa en Estudios del Espacio Post Soviético y seré la coordinadora académica junto con Manuel Férez, profesor de Medio Oriente y el Cáucaso de la Universidad Alberto Hurtado de Chile.

—Nieta de sobrevivientes del genocidio, usted es el producto de la comunidad armenia de Buenos Aires por su educación, su escolarización, su medio social, pero también tiene un nombre dentro de la cultura argentina. ¿Cómo se logra el equilibrio entre ambas cosas?
—Mi formación en el campo del derecho y mi posterior dedicación al estudio del genocidio me abrieron las puertas al mundo académico estrictamente argentino. Teniendo en cuenta que Argentina atravesó una dictadura militar que produjo miles de desaparecidos y habiendo sucedido un juicio a las juntas militares, los estudios sobre las prácticas genocidas tocan lo armenio y lo argentino creando intersecciones, puntos de contacto, vínculos en el abordaje de las calamidades.

De todas formas, el equilibro no es constante. La identidad y sus efectos se negocian de manera permanente. No es un lugar al que llegar, sino un proceso. Es un rompecabezas al que le falta irremediablemente una pieza. El dibujo queda siempre incompleto, desaliñado, imposible de enmarcarse.

—¿Usted considera que el hecho de estar todos entramados con un exterior ayudaría a una integración sin traumas, sin vivir encerrados en un gueto?
—La sociedad argentina está conformada por una cantidad de inmigrantes que han llegado de todas partes del mundo. Cada colectividad tiene sus modos de integrarse, de asimilarse o de mantener sus rituales de modos más fijos. Particularmente mi niñez y adolescencia la he vivido en un gueto armenio en Buenos Aires. íbamos a un colegio armenio, vivíamos en un barrio armenio (la calle donde estaba mi casa se llamaba Armenia), íbamos a bailar al club armenio, hacíamos deporte en el mismo club armenio, íbamos a la iglesia armenia, nos casábamos entre armenios.

La cuarta generación, es decir, la de mis hijos, viven la identidad de modo diferente. Están más integrados a la sociedad argentina. Por lo pronto, los colegios armenios ya no se constituyen como colegios bilingües, como era antiguamente. Por ejemplo, la asignatura de Historia Armenia se da  mayormente en castellano.

La tensión entre asimilación y preservación de la identidad va cambiando de rumbo. La vida en un gueto provoca ciertos conflictos emocionales que se desdeñan por el hecho de querer mantener intacta una identidad. Durante mucho tiempo estuve enojada con esa forma de educación que nos alienó de una vida «real», que nos mantuvo en una geografía imaginaria desconectada de los lazos con el otro. Sin embargo, en mi primer viaje a Armenia, sentí compasión por toda esa generación que, con un esfuerzo mayúsculo, intentó hacer perdurar la idea de una nación armenia.

—¿Qué lugar ocupa la diáspora armenia en su escritura? ¿Tiene el lugar de la memoria o de la aspiración a una trascendencia?
—Podría decirse que soy una escritora diaspórica. En relación al genocidio armenio, mi estética podría (lo digo en potencial porque las clasificaciones son esencialmente ficciones) definirse como post- genocidio. Ese post no alude a un tiempo de síntesis, no significa una posterioridad al trauma, sino un abordaje diverso al acontecimiento que significó ese delito de genocidio. Una estética que no se aloja en el testimonio, en la prueba o en la evidencia del hecho, sino en las consecuencias en la lengua, en el interior mismo del imaginario, en el recorrido de los fantasmas fuera de la pareja víctima- victimario. En ese sentido aspiro a una trascendencia. Mi libro «Infieles» que trabaja la caída del imperio otomano intenta adentrarse a ese mundo donde víctima y perpetrador cohabitaban. Escrito con citas del Corán, el texto busca comprender sobre qué parámetros simbólicos se construyó el odio.

En términos filosóficos, entiendo mi escritura desde la poética de la relación de Édouard Glissant. Un mestizaje sin límites, una fulguración del archipiélago. La dispersión contra la pureza del origen, contra el armazón del pensamiento único. Desfolklorizarse, dice Glissant, para ponerse en Relación.

—En su libro «Mar Negro» usted escribe «La destrucción niega la utilidad del dolor, amor». ¿Se puede crear desde las ruinas ?
—La pregunta me hizo recordar el libro «Destruir, dice» de Marguerite Duras. Ya en el primer capítulo, el texto comienza diciendo : «delante de ella, está el libro». De modo que en el comienzo está la escritura, pero antes se la titula desde la destrucción, desde el desecho. La poética de la ruina comprende la degradación, la de- generación. Justamente, uno de los efectos del genocidio ha sido romper todo lazo afectivo, social, cultural, en fin, familiar. Así, las generaciones en lugar de sumarse unas a otras según el orden de la filiación, ven rotas su cadena vital. Esa cadena vital es el amor, es el nombre, es también la palabra. De modo que lo que queda (y aquí pienso en el libro de Agamben «Lo que queda de Auschwitz») es la degeneración. En su doble sentido, como la cosa obscena, pero también como lo que está fuera de lo posible de ser concebido. Una desfiguración, como escribe Evelyne Grossman. La crueldad de aquello «sin cuerpo», la destrucción más íntima de la primera representación posible. El origen es la ruina. Es una puesta en ruinas de la obra lo que permite al texto re- generarse.

Si hay una imagen fundante que caracteriza a una obra, en mi caso sería la de la confusión. « Néchapu » palabra checa que significa : no entiendo, palabra que escribe Kafka en su carta a Milena Jesenská y con la que comienza mi libro « La Jesenská ». La confusión que se anida en la mezcla de tiempos verbales, en la destrucción de la sintaxis, en el vaciado de la trama ; una temporalidad de los escombros, exta- terrestre, ex- orbitada.  

—¿Qué le inspira aquella cita de Vahan Tekeyan que dice que no se puede odiar en el momento de la creación, ya que ése es el lugar del amor?
—Estoy totalmente de acuerdo con esta cita. El acto de la escritura es en sí mismo erótico. No importa si el contenido de un texto tenga tintes tanáticos, la acción de escribir es el efecto de la conmoción del deseo. En mi libro «La Jesenská» el personaje dice « escribo porque no puedo tocar ». Escribir como tocar. Dejarse penetrar por una frase que después deviene una música y que son las imágenes que se alojan en nuestro cuerpo pero que ya no responden a ese «yo» biográfico. «Yo es otro» escribía Rimbaud, ese es el gran salto, un fuera de sí, un salirse de los rasgos personales. Una forma de darse a ese otro. «Escribo con el cuerpo. Y lo que escribo es una niebla húmeda » expresa Clarice Lispector.

Crear sin comentario, sin interpretación, sin ideas preconcebidas. Como en el amor, desde el misterio, desde el milagro de lo que nos toma por asalto. Desmitificar, despensar; sentir.

—La memoria del Genocidio Armenio forma parte de sus temas de investigación, pero también de inspiración; es más, usted es una de las pocas escritoras armenias de la diáspora en haber trabajado sobre la guerra de Karabaj (precisamente en «Del vodka hecho con moras») ¿Cómo actúan esos elementos en su escritura?
—Yo era una estudiosa del Genocidio Armenio y del Holocausto. Estaba escribiendo una tesis sobre poesía y holocausto. Había traducido un libro de Susan Gubar llamado «Lo largo y lo corto del verso Holocausto» acerca de la estética de los poetas holcáusticos. Esa traducción me llevó a obtener una beca para realizar un curso en Israel, al Museo de la Shoá en Yad Vashem, Jerusalén. Ese curso, más la vida en la ciudad bajo la tensión entre judíos y palestinos cambió el rumbo de mi pensamiento. El sufrimiento y la condición de víctima otorgaban un poder nuevo. A mi regreso, leí el libro «El hombre perro» del escritor israelí Yoram Kaniuk. El autor compara Israel con un manicomio. De modo que esa tierra que arrastraba todo el dolor y la  sinrazón del siglo XX era también un lugar de opresión.

Al año, fui a filmar un documental a Armenia, una película sobre un cruce entre la desaparición de personas en el genocidio armenio y en la dictadura militar argentina : «A. Diálogo sin fronteras» del director Ignacio Dimattía. Una de las locaciones de la filmación fue el Instituto- Museo del Genocidio en Ereván. Luego de la visita, quien era director nos mostró una colección de figuras de soldados que llegaban hasta las representaciones de los soldados de la primera guerra de Nagorno Karabagh, y un material de lectura que se les ofrecía a los niños con la misma temática. Es decir que el propio museo creaba una línea entre el genocidio y la guerra (la primera guerra por la cual Armenia recupera su territorio). Así la idea de martirio era revisitada por la representación de esos soldados bajo el lema «la muerte consciente es muerte, la muerte inconsciente es inmortalidad». Allí comprendí que abocarse al estudio del genocidio sin pasar a entender las dinámicas de ese lazo con la guerra en presente era ver de modo insuficiente la actualidad.

Entonces me acerqué a obras que ponían en crítica las nociones más « sagradas » e inamovibles de la identidad armenia, entre ellas «Penélope» de Goar Markosian Kásper, «Vidures» de Denis Donikian. Luego, le presté mi voz a un soldado muerto que se había enamorado de una mujer argentina, el protagonista de «Del vodka hecho con moras». Yo quería entender qué había sucedido en esas tierras, y sólo la escritura podía darme una idea desde las sensaciones, desde la sensibilidad.

Más tarde me encontré con los cuentos de Hovhannés Yeranyan y de Levón Khechoyan sobre la guerra. Allí comprendí que, quienes habían estado en la guerra «de verdad» escribían sobre la misma de manera más seca, menos voluptuosa, más áspera, sin ningún atisbo de sensualidad. También llegó a mis manos la novela tipográfica «Aterazma» de Karén Karslyan, un libro que se centra en el lenguaje como primera víctima de la guerra.

Cuando ocurrió la segunda guerra de Nagorno Karabagh (Artsaj), la preocupación diaria y el dolor fue tal que me vi bajo la compulsión a escribir. De allí surgió el libro «La guerra es un verbo». Una serie de ensayos que tratan de analizar el desarrollo espitemológico de la guerra. Las raíces gramaticales del conflicto, desde los modos de repesentación de la vida y de la muerte tanto en el Cáucaso como en Occidente.

—En su escritura se desprende una sensualidad omnipresente y envolvente. ¿Se debe a la marca de su «argentinidad» o, más bien, es un modo de mostrar el derecho de la mujer armenia de reivindicar su facultad inalienable al goce y al placer?
—La voluptuosidad, la exuberancia y cierta lascivia me llegan del barroco latinoamericano. Una profusión de imágenes que entienden el mundo desde el cuerpo. Es el cuerpo y sus relaciones que deviene político. Es allí donde se juegan las dinámicas de poder, de libertad o sometimiento. En mi literatura hay un erotismo que no apela al sentimentalismo, es la sexualidad como la puesta en escena de los límites, las fronteras. En ese sentido, me siento muy cercana a la escritora brasileña Hila Hilst o a la austríaca Elfriede Jellinek o la española Angélica Lidell.

Mi libro «Káukasos» presentó una dificultad a la hora de ser traducido al armenio. La traductora no contaba con vocablos que hiceran alusión al costado erótico del cuerpo ya que me decía que en armenio la desnudez extrema se acerca o bien al mundo médico- científico o bien a lo soez. No concibo a la literatura como espacio de reivindicación, proselitista. No es para convencer a las mujeres acerca de la apropiación de sus cuerpos que mi literatura recorre ese campo, sino porque el deseo se introduce en la lengua misma, manifestándose. El deseo de intimidad. Una escena que nos fue negada a partir del genocidio. Todo lo íntimo de un cuerpo quedó expuesto en su abyección. Violaciones, mutilaciones, persecución, muerte y desaparición suceden sobre los cuerpos. Escribir desde allí es escribir fuera de la castidad de un texto. Por eso muchos de mis libros se encuentran en una zona límite entre erotismo y pornografía. Allí donde la exhibición intenta buscar su intimidad.

Por otro lado, el hecho de que mi lengua materna sea el armenio, una lengua en peligro de extinción, una lengua moribunda ; y que mi lengua de expresión sea el castellano delimita (otra vez el límite, la frontera) la distinción entre la materialidad y la espiritualidad de una lengua. La lengua material, esa que tiene cuerpo es la española ; la espiritual : aquella que cubre el imaginario, pero que no tiene cuerpo es la armenia. En esa desubicación, en ese cuerpo buscando su alma, o en ese alma tratando de entrar a su cuerpo, se desarrolla la elección de cada palabra en un texto.

—¿Sobre qué proyecto de escritura está trabajando en este momento?
—En este momento acabo de terminar un texto que lleva el nombre de «Nada de lirismo», una frase que usara Eva Perón en su libro «La razón de mi vida». El texto, un poema narrativo, se desarrolla alrededor del cancionero revolucionario armenio que los jóvenes militantes cantábamos en los colegios de Buenos Aires. El libro refiere a ese entrenamiento en la acción que teníamos los jóvenes a fines de los años setenta. El poema se cruza con la realidad sudamericana, en general, y argentina, en particular, de la lucha armada. Los años setenta fueron marcados por el hecho de tomar el poder por las armas. Mientras la comunidad armenia silenciaba esa escena y se alejaba de las manifestaciones políticas locales, promovía la lucha armada fuera del país, fuera del continente. Esa promoción fue una educación desde las narrativas del odio, desde las canciones, desde los mitines. Es un libro que atravesará los entramados de la política armenia con la cuestión política argentina. Es la primera vez en mi literatura que construyo un relato cuyo centro es la intersección de esos dos mundos de modo explícito.

Sonia Kazandjian
Para NOUVELLES D’ARMÉNIE Nº 304
Cahier littéraire
París, marzo 2023

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