¡Año nuevo, vida nueva!
Sólo un segundo nos separó del 31 de diciembre de 2015 al 1 de enero del 2016.
A un año sigue otro, a una hora sigue otra hora, a un segundo continúa otro segundo. Es verdad que, a veces, un segundo es mucho tiempo porque en ese lapso se pueden producir cambios dramáticos.
El fin de año es ocasión de balances, reiteración de promesas incumplidas, expectativas y planificación para el próximo año… El hombre necesita y desea saber qué sucederá. Los griegos iban al oráculo de Delfos, al templo de Apolo, para conocer el futuro. Otros pueblos, entre ellos los persas y los romanos, se guiaban por los “presagios”, consultando a los sacerdotes y adivinos para que les anunciaran el futuro mirando las vísceras de los animales sacrificados, o por el vuelo de los pájaros. Luego tomaban sus decisiones.
Algo similar, en la esfera doméstica, hacían los campesinos guiándose por los “auspicios”, el comportamiento de las aves para obtener indicios sobre el tiempo y el clima. De hecho, los sucesos no ocurren caprichosamente, tienen continuidad. Todo responde a causas. La historia recoge muchas predicciones equivocadas. El futuro es conjetura, podemos aprender del pasado. Los pueblos recolectores desaparecieron porque no supieron adelantarse a los hechos. La aceleración de nuestro tiempo ha roto los diques de la tradición y ha aumentado el margen de incertidumbre. El fatalismo afirma que todo está escrito y el hombre es considerado como una marioneta.
La historia humana contiene circularidad (repetición), y linealidad (dirección). Existen acontecimientos que vienen a nuestro encuentro, no dependen de la voluntad, incluso alteran planes y proyectos históricos. La aceleración del cambio, los nuevos paradigmas, valores y comportamientos sociales alteran los aciertos predictivos.
Los hechos desmienten muchos vaticinios porque el ser humano no se comporta como la materia que responde previsiblemente. Estamos viviendo tiempos de guerra, inseguridad, anomia social, etc. Me detengo frente a los avances y riesgos de la ciencia, en particular las alteraciones del genoma humano. En los primeros días de diciembre de 2015, en Washington se han reunido las más importantes Academias de Ciencias de Estados Unidos, Reino Unido, China, etc. Uno de los propósitos de esta Cumbre Mundial es analizar las implicancias de la alteración genética en humanos, animales y plantas. La “edición genética” permite eliminar partes del ADN que son reemplazados por otros fragmentos del código genético, que heredarán las siguientes generaciones.
Estados Unidos aprobó la edición de genes en salmones de rápido crecimiento para consumo humano. Obviamente, se aplicarán en el genoma humano técnicas que ofrecen beneficios y altísimos riesgos como parte del “progreso”. “Su aplicación es una línea que por ahora no debe cruzarse”, manifestaron muchos científicos.
Simultáneamente en París, se realizó la Cumbre Mundial del Clima contra el Calentamiento Global, cuyo propósito es la progresiva descarbonización de la economía global para evitar los millones de muertes y enfermedades anuales debidas al uso del carbón, gas y petróleo, reemplazables progresivamente por fuentes de energía limpia.
A estas preocupaciones mundiales, se agregan las injusticias sociales y los crecientes estados bélicos. Es oportuno recordar la profecía bíblica escrita hace más de 2500 años en el libro de Daniel capítulo 12:4, donde llamativamente se anticipa que hacia el fin de los tiempos “muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia aumentará.” Mientras, nos prometemos: año nuevo, vida nueva.
¿Cómo son nuestros festejos? Para muchos, sus símbolos son el arbolito de navidad, la botella de sidra, el pan dulce y otras prácticas de ocasión. El contenido alcohólico en sangre será el más alto del año. Algunos aconsejan claves para evitar que las fiestas se vuelvan un dolor de cabeza, las reuniones familiares y el fin de año pueden generar depresión, ansiedad, muertes, que disparan conflictos y conductas latentes.
Jesucristo es el Salvador de la humanidad. Su poder transforma la vida del ser humano y le ofrece la oportunidad de un nuevo nacimiento, una nueva naturaleza. “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo nacido del Espíritu, espíritu es”, le dice a Nicodemo, un maestro judío miembro del Sanedrín.
Que este año sirva para desprendernos de fantasías y nos confronte con el mensaje de la Biblia, la Palabra de Dios que nos transmitieron nuestros mayores al precio de sangre y muerte. La fe no es una herencia, exige una reválida personal, un nuevo nacimiento, la conversión, una nueva vida.
Dr. Eduardo Bedrossian