Archivos vaticanos: la jugada de Benedicto XV frente al plan genocida turco

08 de abril de 2024

Los pasos de la Santa Sede ante la avanzada de los dictadores, a lo largo de la historia fue objeto de análisis y cuestionamientos. Sin embargo, hay casos muy valientes y valorables, que merecen conocerse.

Durante décadas historiadores y analistas políticos se refirieron a la posición del papa Pío XII, el italiano Eugenio Pacelli, frente al nazismo y el holocausto del pueblo judío. En buen criollo, le cuestionaban su pasividad e incluso algunos tildaron de “complacencia” con Hitler la posición del Vaticano.

Para sorpresa de muchos, su actitud recoge en gran parte la experiencia de su predecesor en el Pontificado durante la Primera Guerra Mundial, Benedicto XV, también italiano y nacido como Giacomo della Chiesa, en el caso del genocidio armenio.

Siempre hubo cierto hermetismo en torno a qué sabían realmente las potencias occidentales sobre las persecuciones y matanzas de armenios en el Imperio Otomano a partir de 1915, pero existía la sospecha que había una contundente evidencia empírica, más allá de algunas declaraciones ocasionales.

Incluso cuando en abril de 2015, al conmemorarse el centenario del inicio del plan de exterminio del pueblo armenio organizado por el Estado turco-otomano, el papa Francisco calificó a las matanzas de armenios como “el primer genocidio del siglo XX”, muchos vincularon esa afirmación con su origen argentino, las campañas de difusión de la colectividad armenia de Buenos Aires y hasta su amistad con el Arzobispo de la Iglesia Apostólica Armenia para Argentina y Chile, Monseñor Kissag Mouradian.

Es probable que algo de esto haya influido en la mirada categórica de Jorge Bergoglio. Sin embargo, hay mucha más informacióny testimonios en los archivos vaticanos, que probablemente haya consultado el Sumo Pontífice en aquel momento.

Una aguja en un pajar

Una parte de esas evidencias se conocieron casi un siglo después de los hechos y en forma absolutamente fortuita, y ni siquiera fue en el Vaticano, sino en Alemania.

El historiador alemán Michael Hesemann contó en una entrevista con el portal católico Aleteia en marzo de 2015, que encontró un material invaluable y hasta ese momento secreto sobre la actuación del Vaticano para evitar las deportaciones de armenios a los desiertos de Siria. El valor de los documentos que llegaron a sus manos era de tal relevancia que terminó publicándolos en el libro “Völkermordan den Armeniern” (El genocidio armenio) para difundir lo que llamó “el mayor crimen de la Primera Guerra Mundial”.

Tras admitir que entró en tema por “pura coincidencia”, Hesemann explicó que como historiador de la Fundación “Pave theway” estaba trabajando en la vida de Eugenio Pacelli, que a partir de 1939 accedería al trono de Pedro como el papa Pío XII. Pacelli había sido nuncio en Munich entre 1917 y 1925, y viendo archivos en la Nunciatura Apostólica de Munich, descubrió una carpeta rotulada como “Persecución de los armenios”.

“La abrí y encontré una carta del Arzobispo de Colonia, Cardenal von Hartmann, al Canciller del Reich, Graf (Conde) Härtling, en la que califica la persecución de los armenios como ‘no menos brutal que las persecuciones de los cristianos en los primeros siglos del cristianismo’. El arzobispo pidió una intervención alemana urgente, lamentablemente en vano”, detalló Hesemann.

Y siguió: “En el mismo expediente encontré una copia de una carta escrita por el papa Benedicto XV al sultán (Mehmet V), pidiendo clemencia para los armenios inocentes”.

“Estos documentos me conmovieron y despertaron mi curiosidad. Sentí que acababa de tocar la punta de un iceberg y estaba seguro de que encontraría más datos, y efectivamente los encontré: unas 2.500 páginas hasta el momento”, dijo en 2015. Y explicó que pronto se dio cuenta de que “ningún historiador había trabajado jamás con la mayoría de estos documentos, y que toda esta información era evidentemente desconocida, incluso para los principales expertos en el armenocidio”.

Ecos en el Vaticano

El descubrimiento fue de tal magnitud que incluso la prensa especializada en la Santa Sede se hizo eco de la publicación del libro. El 20 de marzo de 2015 la Agencia de Noticias Católica (AICA) publicó un informe sobre la actuación del Vaticano en 1915, destacando el “amplio compromiso de la Santa Sede para ayudar a los armenios, cuando muy pocos lo hacían”.

También a revista jesuita “La Civiltà Cattolica escribió que los documentos recientemente publicados “prueban cómo la Santa Sede, siempre informada de los acontecimientos, no permaneció pasiva, sino que se comprometió firmemente a afrontar la cuestión” del Genocidio Armenio. Y remató: “Benedicto XV fue el único gobernante o líder religioso que expresó una protesta contra el ‘crimen masivo’.”

Desatada la orgía de sangre y muerte contra la población armenia, sin miramientos de edad, sexo o condición social, ya en junio de 1915 el Vaticano tenía “una vaga idea” de lo que ocurría en Anatolia oriental. Pero sólo un mes después “no había dudas de las horribles masacres perpetradas contra la mayor parte de la población masculina armenia”.

Los pasos de Benedicto

En agosto de 1915 el papa Benedicto XV envió a Monseñor Angelo Dolci, delegado apostólico en Constantinopla, a interferir diplomáticamente, sin resultados positivos.

Los tremendos informes desde el Imperio Otomano seguían llegando al Vaticano, por lo que en septiembre el papa Benedicto XV envió una carta firmada por él mismo, que el mismo Dolci debía entregar en mano al sultán Mehmet V Reshad, penúltimo Sultán del Imperio Otomano (1909-1918). Durante dos meses las gestiones fueron infructuosas y el sultán no lo recibió.

El canal se abrió a través de los embajadores alemán y austríaco en Constantinopla, aliados de los otomanos en la Gran Guerra. “Cuando el sultán respondió cuatro semanas más tarde, la mayoría de las deportaciones ya se habían completado. Todas las promesas de los turcos de poner fin a las masacres o salvar a un grupo u otro (o permitirles regresar a casa) resultaron ser mentiras”, explicó Hesemann.

“El pueblo armenio ya ha visto cómo la mayoría de sus hijos eran enviados al castigo. Ahora aprendemos que toda la población de las aldeas y ciudades debe abandonar sus hogares para llegar, con dificultades y torturas indescriptibles, a lugares lejanos donde a la pobreza y al sufrimiento psicológico se sumará el hambre. Creemos que estos actos ilícitos se llevan a cabo contra la voluntad de su gobierno”, escribió de puño y letra Benedicto XV al sultán.

Y agregó: “Por lo tanto, le solicitamos con confianza, Excelencia, yOs instamos a manifestar bondad y conciencia, y a intervenir porel beneficio de un pueblo que, aún con el poder de su fe,están obligados a permanecer leales a su país”.

La carta está fechada el 10 de septiembre de 1915 y no fue la única. Hubo otra, también de puño y letra del 12 de marzo de 1918, una vez que los rusos se retiraron deTurquía Oriental tras el Tratado de Brest-Litovsk firmado el 3 de marzo de ese año. Y en 1915 Benedicto XV había difundido, además, la encíclica “Miserrima Armeniorum gens prope ad interitumadducitur” (La miserable nación de los armenios está al borde de la destrucción).

Durante su alocución en el consistorio del 6 de diciembre de 1915 Benedicto XV se refirió al “desafortunado pueblo de los armenios que son enviados casi por competo al exterminio”. En 1917 la Santa Sede intentó mediar ante Djemal Pashá, comandante del Ejército turco en Siria, por la liberación de 60 armenios condenados a muerte. Y el Cardenal Pietro Gasparri, secretario de Estado del Vaticano, intervino ante Mustafá Kemal Pashá en 1921 para salvar “las vidas y los bienes de los cristianos supervivientes en Turquía”.

Experiencia fallida

Pasadas dos décadas, ya durante el apogeo del nazismo en Europa, el papa Pío XII, recordó lo ocurrido con Benedicto XV y sus gestiones ante las autoridades turcas y se convenció de que la presión sobre los dictadores no funcionaba y sólo generaba más ira en el agresor.

En una carta enviada a Eugenio Pacelli (luego Pío XII), que había oficiado como secretario de Estado del Vaticano y nuncio en Munich, Monseñor Dolcise sinceró: “Al defender a los armenios, perdí la gracia del César, el Nerón de esta desafortunada nación (el Imperio Otomano). Me refiero al secretario del Interior, Talaat Pashá, Gran Maestro del Oriente Masónico. Debió enterarse de la gran presión que siguió a la intervención del Santo Padre en forma de carta a las embajadas. Desde entonces, sólo recibo miradas malévolas de su parte”.

Carlos Boyadjian

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