Artsaj, el Ombudsman y los niños de la guerra

07 de noviembre de 2020

Julio de 1988. Desde los meses de gestación en el vientre de su madre siente el movimiento de liberación de Artsaj. Artak nace en Stepanakert el año que marca el inicio de esa reivindicación y su infancia transcurre durante la guerra de autodefensa de 1991-1994 contra la agresión azerí. Vive meses interminables en refugios a causa de los bombardeos a la capital. Son años de innumerables dificultades.

Su padre se alista como voluntario en la guerra y muere por una bala azerí en 1993. Viuda con tres hijos, su madre lucha por sacar adelante la familia. El 7 de abril de 1995, jugando con tres amigos en el patio de una casa, encuentran un objeto desconocido. Uno de los niños lo golpea con un martillo. La mina estalla hiriendo de gravedad a Artak.

Lo trasladan a Ereván donde los médicos lo salvan a último momento. Las múltiples lesiones recibidas en su cuerpo sanan pero queda la huella que lo marca de por vida: pierde la visión a sus siete años de edad. Su “luz eterna”, como llama a su madre, convence a Artak para que siga sus estudios en un colegio para no videntes en la capital de Armenia. Ante la negativa del niño a separarse de su familia, la madre le promete que al regresar a Artsaj habrá aprendido a reparar los muebles de la casa que han sido destrozados por las bombas. Sólo esa promesa logra que Artak se aleje de los suyos.

Abril de 2014. Símbolo de la liberación de Artsaj, Shushí va curando sus heridas y retoma paulatinamente el ritmo de vida habitual. La iglesia blanca con sus ángeles -símbolo de la ciudad- ha sido reconstruida. El flamante museo de arte es la joya de la corona. En sus jardines, escultores de todo el mundo van dejando año tras año su impronta artística. Cerca de allí, bajo las impresionantes murallas de la ciudad, unos niños corren alegres detrás de una pelota hecha pedazos. Disfrutan como los chicos de antaño, saludan sonrientes. Un grupo de visitantes de la diáspora les obsequia una nueva. El entusiasmo de los niños es indescriptible.

Diez kilómetros cuesta abajo, la capital Stepanakert se ha transformado en una ciudad modelo, con amplias y relucientes veredas, tiendas elegantes, hermosos edificios gubernamentales y la cúpula transparente, sobre la sede del Parlamento, a modo de testimonio de los golpes de la guerra. Muy cerca, en el frente de un inmueble hay una inscripción gigante que no pasa desapercibida: “Artsaj es el orgullo de todos los armenios”. Es la hora del paseo vespertino. La esplanada central y las plazas adyacentes desbordan de familias con niños en cochecitos, triciclos y bicicletas. Los duros años de la guerra parecen haber quedado atrás…

Junio de 2018. Un grupo de docentes de un colegio de la diáspora realiza una parada en el pueblo Vank, el más cercano al monasterio de Kantsasar en el norte de Artsaj. Llama la atención un conjunto de edificios educativos modernos. Un jardín de infantes, una escuela primaria y un secundario. Son donaciones que un empresario armenio ha hecho a su pueblo natal.

El jardín de infantes funciona a pesar de ser época de vacaciones de verano. El grupo de visitantes es invitado por las maestras a entrar a conocerlo. Es un establecimiento modelo que cuenta hasta con piscina cubierta para los alumnos. Al son del piano, los niños de cuatro y cinco años dedican unas canciones patrióticas a las visitas. El entusiasmo de los pequeños es tal, que uno de los docentes no armenios, visiblemente emocionado, entre aplausos, no se resiste: con niños así, ahora entiendo por qué este pueblo es invencible.

Septiembre de 2020. Kohar es alumna de secundaria en Stepanakert. El domingo 27 se levanta temprano para estudiar. Pero no llega a abrir los libros porque su padre avisa a la familia que deben bajar al refugio: Azerbaiyán ha iniciado, nuevamente, la guerra. Lo mismo le sucede a Arminé, alumna de séptimo grado en el pueblo Dogh de la región de Hadrut y a Svetlana, de quinto, en Shushí. Dikrán de 16 años y Gor de 11, escuchan las primeras detonaciones y se refugian en los sótanos del edificio. Todos ellos acaban de aparecer en una emisión en el canal de la televisión estatal de Armenia.

Tienen la tristeza marcada en los ojos, los movimientos de las manos denotan angustia y estrés, pero poseen una serenidad y una elocuencia increíbles a la hora de contar lo que han vivido y cómo siguen su vida refugiados con sus familias en Ereván y en Dzaghgatsor. Todos tienen un sólo deseo: reencontrarse con sus padres quienes están en el frente de batalla. Quieren regresar a sus casas, a sus pueblos y ciudades y ver a sus amigos. Rezan para que los soldados vuelvan sanos y salvos…

Son los niños de Artsaj, conscientes de que han sido trasladados de sus hogares por motivos de seguridad. Desde hace más de 40 días a ellos y a los cerca de 25 mil chicos en edad escolar en Artsaj se les ha quitado también el derecho básico a la educación. Al verlos y escucharlos, sólo se siente orgullo por el valor que demuestran en este difícil trance.

Noviembre de 2020. Al finalizar sus estudios secundarios Artak estudió ciencias políticas en la Universidad de Erevan. Las becas otorgadas por el gobierno de Artsaj le permitieron cursar estudios superiores y de perfeccionamiento en Londres y en los EE.UU. Al regresar a Stepanakert comienza su carrera en el ámbito de los derechos humanos. Hoy es el Ombudsman de la República de Artsaj, elegido en 2018 por el Parlamento. Casado con la nueva “luz de su vida”, tiene una hija, Nané.

Desde el pasado 27 de septiembre Artak Beglaryan, el Defensor del pueblo, no cesa en su labor de denunciar los crímenes de guerra y contra la humanidad perpetrados contra la población civil de Artsaj. Incansable, está presente en casas, maternidades y colegios destruidos para recabar información desde el lugar de los hechos. Para hablar con su gente y escuchar sus testimonios. Para acompañarlos en su dolor, para sacar fuerzas de ese mismo dolor que es el suyo y poner todo su empeño en la defensa de los derechos de su pueblo.

Hoy es el no vidente Ombudsman de Artsaj cuyas palabras a la comunidad internacional han sido más potentes que la fuerza de un misil: soy ciego pero veo, ustedes ven pero se hacen los ciegos.

Artak Beglaryan es un ejemplo para los niños de Artsaj, los futuros ombudsman de su patria. Ayer como hoy, ellos son sus montañas. Invencibles como ellas.

Ricardo Yerganian
Exdirector del Diario Armenia

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