Artsaj está en nuestros corazones
Imposible no enamorarse de esa bendita tierra una vez conocida. Para el viajero a Armenia tal vez sea poco atractivo el peregrinaje a una región que aparece conflictiva en los papeles y de hecho ahora lo es en realidad. Son apenas algo más trescientos kilómetros de camino sinuoso pero de atrapante belleza tanto en verano como en invierno cuando las blancas nieves todo lo cubren, dificultando un poco la marcha.
Poco antes de Stepanakert, Shushí recibe al viajero con la imponencia de su Catedral renacida después de haber sido convertida en ruinas por estos mismos enemigos que ven a los armenios como los ocupantes de una tierra que en realidad jamás les perteneció y que alguna vez un déspota nacido en Georgia les obsequió como una ofrenda de amistad, pero que en realidad fue un intento de desgarrar un poco más a los armenios.
Nuestro pueblo habita la región desde tiempo inmemorial y es el legítimo dueño de esas tierras que conocieron conquistadores e invasores de toda calaña, pero que la fortaleza de su gente hizo que jamás la abandonaran. Los ahora llamados azeríes no son más que unos recién llegados en comparación a la permanencia de los armenios en esa región.
Ese arraigo a su madre tierra fue el motor principal de la resistencia que se rebeló a los pogromos promovidos por Bakú para liberarse de los armenios. Esa identidad armenia marcada a sangre y fuego bajo la piel y en el corazón de nuestros hermanos hizo que la lucha de liberación iniciada en los albores de los años noventa culminara con éxito.
Artsaj es tierra de héroes que tienen nombre y apellido. Son mujeres y hombres valerosos que lucharon hasta las últimas consecuencias para recuperar la dignidad del territorio propio. Una lucha que lleva ya más de un cuarto de siglo con victorias resonantes.
La República de Nagorno Karabagh es un ejemplo de democracia y respeto a las libertades del hombre. Fundada sobre las cenizas de la guerra protagonizada contra el mismo enemigo que pretende hoy volver a sojuzgarla, es el nido donde miles de jóvenes vidas armenias buscan un futuro mejor estudiando y trabajando en condiciones adversas. Pero nuestras hermanas y hermanos tienen temple de acero para seguir resistiendo los embates del enemigo que parece no entrar en razones y que una y otra vez choca contra la misma roca, esa que resiste y le provoca daños irreparables.
Tuve la fortuna de viajar más de una vez a ese paraíso que es Artsaj. No puedo describir con palabras la calidez de su gente, esa impronta que invita siempre a su hermano de la diáspora a compartir lo poco que tiene para celebrar la vida. Pude ver emocionado a los escolares sentados frente a la catedral estudiando con sus verdes computadoras, pude hablar con el veterano tanquista de la segunda guerra que se emocionó por conocer un armenio de la Argentina.
Pude imaginarme el sufrimiento de nuestros soldados que regaron con su sangre esa sacrosanto patria y puedo ahora imaginar cuánto me emocionaré si alguna vez puedo volver a Artsaj para abrazar a su gente y sentirme más armenio que nunca.
Jorge Rubén Kazandjian