Carlos Derderian: "Ser armenio genera una obligación irrenunciable de luchar para que otro genocidio no se repita"

18 de octubre de 2019
Soldados turcos en Manbij. (Ph. Zein Al RIFAI / AFP)

El silencio ayuda a que las tragedias se repitan

Estamos recibiendo a toda hora, a cada minuto, noticias de la tragedia que se está viviendo en Siria, especialmente la comunidad kurda que en ella habita, ejecutada por las fuerzas armadas turcas. Seguro que en otras zonas periféricas de ese país (Irak, Irán), también los kurdos están siendo masacrados. ¡Despierten: es un nuevo genocidio, armenios! Igual al que padecieron nuestros mayores, con armas mucho más modernas, con métodos tan crueles.

Esta diáspora, a través de sus órganos, levantó su voz clamando que cese esta masacre, pero también debe clamar hacia afuera del ámbito armenio, y si no se la escucha, gritar bien fuerte: ¡Basta! La vida de los kurdos vale tanto como cualquier otra. A todos debe importarnos. ¿Solo vivimos para homenajear a los armenios masacrados? ¿No formamos parte de la humanidad? Porque esta otra, que ahora mismo, en este mismo instante, está sufriendo el pueblo kurdo, es igual a la sufrida por el pueblo armenio. No pensemos que los kurdos y los armenios se diferencian: son tan seres humanos unos como otros; los que están muriendo son tan madres y padres, abuelos y niños, mujeres y hombres. Entre los armenios y los kurdos no hay diferencias, como no las hay entre armenios y cualquier otra gente que habita este planeta. No nos creamos que somos especiales ni diferentes. Somos como cualquier pueblo, reímos y lloramos, nacemos y morimos, luchamos y nos vencen a veces y otras veces triunfamos. La falta de justicia no nos desalienta, nuestra esperanza es más fuerte. Formamos parte del todo. Somos diferentes tan sólo en nuestras diferencias. Debemos involucrarnos en las desgracias de los demás.

Ser armenio o tener origen armenio genera, además, una obligación irrenunciable: repudiar y luchar para que otro genocidio no se repita. No solo con los armenios, con nadie.

Con el pueblo kurdo, además, los armenios y quienes tenemos origen armenio, tenemos deudas de vida: muchos armenios, durante la deportación, fueron salvados ocultándolos en sus aldeas. ¿Lo sabían? Hay miles y miles de personas de origen armenio que viven entre la población kurda. La mayoría viven islamizados o entre las dos religiones: “de día a la mezquita y de noche frente a la cruz”. Hoy, hay armenios que también están siendo masacrados.

Siria, por otra parte, abrió sus brazos para acoger cuanto armenio logró esquivar la muerte durante la deportación. Eran musulmanes y no les importó, como hermanos, recibir cristianos. Ellos también, colateralmente, están muriendo.

Hoy el pueblo kurdo reclama por su tierra y su libertad. Por lo tanto, según la lógica del Imperio Erdogan, son peligrosos y hay que exterminarlos. No hay barrera que lo contenga.

Erdogan está llevando adelante una “limpieza étnica” y todas las potencias miran para otro lado. Hoy. Lo vemos en vivo y en directo: prenda el aparato de TV y lo verá, paisano.

Lo que hicieron aquellos que integraban el triunvirato de la muerte, hoy lo hace Erdogan solito, con todo el poder, político y militar, acumulado en sus manos.

¿Qué pasa si mañana empieza otro genocidio de los armenios? ¿No lo tienen en cuenta? ¿No se les cruza por la cabeza? ¿O creen en las ilusiones que traen los viajeros que van a hacer turismo a Turquía, pero volver a vivir, nunca? ¿Los armenios y sus descendientes no tienen ningún compromiso con Turquía que les obligue a callar ante un crimen de lesa humanidad que ya padecimos y que aún llevamos con gran peso en las mochilas de vida que cada uno cargamos? ¡Memoria, memoria! Una vez más despertó el espíritu genocida de Turquía. No cambian, no hay caso.

Si mantenemos nuestro silencio, somos cómplices.

Si mantenemos nuestro silencio, es posible que aquella tragedia se repita.

Carlos Derderian

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