Carolina Lomlomdjian: “El 2020 nos hizo tomar conciencia de lo vulnerable que es la vida”

10 de febrero de 2021

Carolina Lomlomdjian es doctora especializada en neurología cognitiva y epilepsia recibida en la Universidad de Buenos Aires. Fue becaria de la UBA, del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, de la Agencia de Promoción Científica y Tecnológica y del CONICET, donde terminó el doctorado.

El 2020 fue un año distinto a los demás. La pandemia del coronavirus fue el centro para el mundo entero, pero para los armenios desde el 27 de septiembre se sumó la guerra de Artsaj. En esta entrevista para el Diario ARMENIA la doctora Lomlomdjian reflexiona sobre la educación armenia, su profesión y sobre la unión de la diáspora armenia en todo el mundo.

—¿Cómo es la historia de tu familia?

— Tengo cuatro abuelos armenios. De parte de los Lomlomdjian son de Marash, luego fueron a Damasco, Siria, de ahí a Marsella, Francia y finalmente a Argentina. Fueron llegando primero los hermanos y después trajeron a la mamá. Mi abuelo Meguerdich Lomlomdjian era violinista y tenor pero acá ejerció el oficio de zapatero. Tuvo la zapatería toda la vida, trabajó hasta los 80 años. De parte de mi abuela paterna, Victoria Djanikian, fue ama de casa. Las familias se conocían de Siria pero se reencontraron acá. Mi bisabuelo era peluquero y mi bisabuela se dedicó a la familia. Por parte de mi mamá, los Derderian habían escapado de Turquía. Los padres de mi abuela se conocieron en el orfelinato inglés. Después de Turquía fueron a Grecia y en la crisis del 30 vinieron a Argentina. Acá mi abuela conoció a mi abuelo Hagop Hassassian en el Centro Armenio. Mi mamá, Cristina Hassassian, y mi papá, Oscar Lomlomdjian, se conocieron en Unión Juventud Armenia (UJA). Mis padres estuvieron en la primera versión del jardín armenio en Zona Norte.

—Contanos sobre tu formación.

—Teniendo padres de origen armenio, obviamente íbamos a ir a un colegio armenio. Hice jardín, primaria y secundaria en el Colegio Armenio de Vicente López. Mientras estaba en el secundario entré a Homenetmen, a la Agrupación Scout Ararat, desde la cabaña hasta jefatura. Gracias a los campamentos conocí a Aram, mi marido que es uruguayo. Somos un matrimonio scout – homenetmenagan.

Hice la carrera de medicina en la Universidad de Buenos Aires. Fue muy difícil seguir con la actividad scout y dejé. Hice la especialización en neurología en el Hospital Ramos Mejía y me quedé haciendo una subespecialidad en cognitivo y en epilepsia. También hice mi carrera de investigación en el Hospital Ramos Mejía que después se unió al Hospital El Cruce con el mismo equipo. Mi carrera académica y de formación la hice principalmente allí. El doctorado también lo hice en la UBA. En paralelo empecé a trabajar en el Hospital Austral.

Fui becaria de la UBA, del Gobierno de la Ciudad, de la Agencia de Promoción Científica y Tecnológica y del CONICET. Con la del CONICET fue con la que terminé el doctorado. Es muy sacrificado hacer investigación en Argentina.

—¿Cuál es hoy tu rol en la comunidad armenia?

—Siempre estuve conectada con la comunidad porque mi papá tiene el programa de radio Integración Armenia, hace mucho tiempo y siempre participé con él. Actualmente estoy participando en el Colegio Armenio de Vicente López y creo que mi lugar va a estar ahí. Primero empecé a estar en las actividades de exalumnos y a través de las actividades de Andy Istephanian, por ejemplo. Ahora estoy en la Comisión Directiva y la idea es adentrarme más en el colegio y tratar de mejorarlo en lo que pueda. Independientemente de las ganas de sacar adelante al colegio que uno quiere, en el que se formó, en el que tus padres y tus hermanos participaron siempre, también hay una vocación más en la educación. Hubo un tiempo en el que también trabajé en neurociencias y educación y la verdad que, como proyecto de mi carrera, hay una parte que siempre quise volcarla a la educación. Después pasé por un período de investigación, más académico, pero el plan siempre fue que en algún momento este conocimiento tenía que volcarse a la población sana y a la educación. Está como parte de mi proyecto laboral que se desarrolle la ciencia de la educación. Se combinan dos cosas, algo que me gusta mucho, donde creo que puedo hacer un aporte profesional, y por otro lado trabajar para que la cultura armenia no se pierda.

Un objeto. La música y los manuscritos armenios. Me maravillé siempre por esas hermosas obras de arte en cada letra al mínimo detalle y con perfección divina, en especial las aves formando letras armenias. Cuando me casé pedí que las bordaran en la espalda de mi vestido simbolizando mi origen y legado.

—¿Cómo ves la educación en los colegios armenios?

—Los colegios armenios están en medio de una revolución, de un cambio donde tenés que aggiornarte a lo que los padres quieren como educación para sus hijos pero sin perder la esencia. Ese es el desafío más grande que tienen las instituciones armenias hoy. De nada nos sirve bajar el nivel de armenio y subir el de inglés, por ejemplo, porque eso no va a hacer que los chicos armenios vengan al colegio ni que los no armenios lo elijan. Quizás tenemos que empezar a imitar a otras colectividades que mantienen sus colegios en un alto nivel educativo y se mantienen firmes en su identidad. Me gustaría que sea una decisión obvia que un exalumno traiga a sus hijos al colegio.

—¿Cuál es tu opinión sobre la colectividad armenia de Argentina?

—En medio de la tristeza de todo lo que pasó a partir del 27 de septiembre, me sentí contenta porque hubo un quiebre y todos tirábamos para el mismo lado. Cuando uno mira para atrás piensa en que generaciones estuvieron peleadas. Las instituciones estaban segregadas y esto puso en evidencia que nos teníamos que unir para hacer un reclamo y que sea notorio. Más allá de saber que tenemos que seguir enviando dinero y peleando por la Causa Armenia, hay pocos puntos en común donde uno se guarda el orgullo en el bolsillo y piensa que hay que ceder un poco para llegar a una fuerza más grande. Hay intentos y es un cambio positivo de los últimos años pero todavía falta. Hay ideas y opiniones encontradas pero no dejamos de estar a miles de kilómetros de nuestra madre patria y nuestra función es ayudar lo más posible y en todo caso unir inteligencias para encontrar estrategias para generar presión a nivel internacional.

—¿Cómo fue el 2020 para tu profesión?

—Fue un año muy difícil para la medicina en general, para tratar de adaptar las cosas a una nueva situación, para tratar de ser flexible e inteligente para seguir atendiendo a los pacientes y cuidarte. Fue difícil porque te sentías muy expuesto. Más allá de querer seguir haciendo tu trabajo había miedo a lo que puede pasar, la incertidumbre. Yo tuve el privilegio de poder seguir trabajando en mi especialidad pero otros colegas tuvieron que hacer trabajos que no son de su especialidad. También fue difícil porque pacientes de las patologías que yo atiendo por ejemplo, no se atendieron por miedo a la pandemia y ahora vemos que están empeorando un montón. Vemos las consecuencias de lo que se llevó puesto el aislamiento social y las dificultades para acceder a la salud. Esto no termina por más que haya vacuna. Sigue siendo un desafío para la medicina. Todo el sistema de salud que está en la primera línea ha sufrido mucho estrés y un cansancio muy grande porque no han parado nunca.

—¿Cuál es tu mensaje para los armenios luego de lo que fue el 2020?

—En los momentos difíciles uno tiene que empezar a valorar más lo que tiene en vez de quejarse. Fue un año muy difícil pero unió a la familia, unió a la comunidad armenia y nos hizo valorar la vida, la paz. Cuando nos dimos cuenta que no solo teníamos miedo de perder la salud, el trabajo, las comodidades mínimas que tenemos en Argentina, nos dimos cuenta que puede ser aún peor, que una guerra te puede hacer perder todo, a tus hijos, tu casa, la mínima seguridad de saber que cerras los ojos y no va a explotar una bomba en tu cabeza. El año pasado nos hizo tomar conciencia de lo vulnerable que es la vida. Damos por sentado un montón de cosas que es casi milagroso que las tengamos. Debemos darnos cuenta de que solos no podemos hacer nada, que tenemos que estar unidos como familia, como sociedad. Tenemos que dejar de quejarnos y empezar a valorar lo que tenemos. Agradecer a Dios, a la vida y enfocar la fuerza que tengamos en ser un mejor padre, una mejor madre, un mejor hijo, un mejor ciudadano, un mejor armenio. Que esto no nos haga ser egoístas, la solidaridad tiene que seguir estando, tenemos que seguir sintiéndonos uno con el otro. Así como tuvimos que mantener distancia social que eso no sea una distancia al otro en ser egoísta. A pesar de la crisis se pueden sacar cosas buenas. Está en nosotros que la unión que se vio entre todos los armenios del mundo, siga. Que se vea que somos una gran nación.

Sofía Zanikian
Periodista
sofi.zanikian@outlook.com

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