Universidad Nacional de Rosario

Cátedra Libre Armenia: con el ADN de la memoria

30 de diciembre de 2017

Rosario-Cátedra

  El profesor Alberto Neirot y las nietas de sobrevivientes del genocidio, Florencia y Delfina Demirdjian

“¿Quién se acuerda hoy del exterminio de los armenios?” fue la frase de Adolf Hitler antes de perpetrar uno de los genocidios más macabros y publicitados de la historia del siglo XX. Lo que no se recuerda, puede repetirse, pensó el Führer, y con esa consigna diseñó en 1941 una ingeniería de horror y muerte para aniquilar a seis millones de personas. Veintiséis años antes, durante la primera Guerra Mundial, había ocurrido una masacre de similares características. El resto del mundo, sin embargo, eligió olvidar y contempló los crímenes con pavorosa indiferencia.

Delfina y Florencia Demirdjian son nietas de sobrevivientes del genocidio contra el pueblo armenio y como un tatuaje invisible llevan esas marcas en su piel. Su abuela, Assana Sarkissian que hoy tiene 96 años resistió la masacre. El abuelo, Guiragós Demirdjian, que también logró sobrevivir, murió cuando las nietas eran pequeñas. Ellas saben que su abuelo, con tan sólo siete años, vio cómo mataban a toda su familia y fue testigo de situaciones aberrantes durante la caravana de la muerte por el desierto de Alepo, en Siria. La causa Armenia las atraviesa por completo y la lucha contra el negacionismo y el olvido forma parte de su ADN. Desde hace diez años Delfina y Florencia Demirdjian junto al profesor de historia Alberto Neirot integran la Cátedra Libre Armenia, que depende de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencia Política de la UNR.

Ese es su campo de batalla para sembrar la memoria. Para no olvidar que entre 1915 y 1923 el Imperio Otomano asesinó a un millón y medio de armenios, usurpó el 80 por ciento de su territorio y confiscó todos sus bienes. Para recordar que aún hoy Turquía, el Estado perpetrador de esos crímenes, sigue sin reconocer el exterminio. Para lograr que, un siglo después, sean más de 23 los países que admiten la existencia del genocidio contra el pueblo armenio. Argentina lo reconoció en 2007 (Ley 26.199) y en ese marco se gestó la posibilidad de la Cátedra con el espíritu de investigar, producir material y difundir la causa en facultades, escuelas e institutos de formación docente.

Propalar la causa armenia

Delfina Demirdjian define la tarea de la Cátedra como un trabajo de hormiga. Dice que hace unas décadas atrás nadie sabía nada del tema excepto los sobrevivientes o quienes tenían relación con la temática de los derechos humanos. A su lado, el profesor Neirot bromea y dice que hace 30 años lo más conocido de los armenios era Martín Karadayijan, de Titanes en el Ring (en el programa se hacía llamar Karadagian). Entre risas, las hermanas asienten y sostienen que los programas televisivos siguen siendo hoy una de las llaves de entrada para llegar a los estudiantes. Las talleristas recuerdan que en dos oportunidades para el 24 de Abril, día en que se conmemora el genocidio contra los armenios, se estrenaron en nuestro país novelas turcas. A pesar de lo desafortunado de la fecha de lanzamiento, Florencia Demirdjian cuenta que ellas eligen apropiarse de esas producciones y utilizarlas para trabajar en el aula. “Creemos que la libertad de expresión es fundamental, así que cada telenovela turca que desembarcó en la Argentina nosotros la tomamos para poder conversar y desarrollar algún aspecto de la cuestión, porque los armenios que mataron vivían en el corazón de lo que hoy es Turquía. Les mostramos a los chicos las mezquitas que aparecen, porque la arquitectura de ahí está hecha por los armenios, y un día una de las chicas nos dijo: «Sí, en la telenovela los arquitectos eran esclavos del imperio». Ellos solos hacen esa reflexión”.

El del pueblo armenio es el primer genocidio del siglo XX y sin embargo “es poco difundido, poco conocido”, dice Neirot. Recuerda que cuando empezaron a trabajar en divulgación, hace cuatro años, los mismos profesores se sorprendían porque la causa armenia “no se da mucho en las currículas de los institutos de profesorado. Con el tiempo empezamos a descubrir que además de los genocidios como la Shoá, éste también les llamaba la atención y ahí, en ese esquema de reflexión y de acción, empezamos a ir a todas las instituciones educativas que nos convocaban y quedamos vinculados con una red de docentes para difundir el tema en las escuelas. Medio como el radioteatro fuimos por todos los pueblos: Carcarañá, San José de la Esquina, Arequito, Villa Constitución”, apunta el titular de la Cátedra. El recorrido por la ciudad incluyó escuelas secundarias y Eempas, facultades públicas y privadas e institutos de formación docente.

Las talleristas siempre se presentan como nietas de sobrevivientes y comparten un documental de su autoría, Guiragós, que reconstruye la historia de su abuelo. “Cuando contamos en primera persona lo que le pasó a nuestra familia, la escucha es distinta, prestan otra atención porque ven que nosotros somos actores directos”, dice Delfina Demirdjian. Luego de ese primer momento, el devenir de los debates es distinto cada vez. Parafraseando a los servicios de Netflix o Spotify, Florencia Demirdjian cuenta que las charlas que brindan se arman on demand. “Depende el grupo y lo que estén trabajando en ese momento adaptamos la clase. Podemos usar lo audiovisual, abrir el Facebook o escuchar música, lo que sea”, explica y agrega: “Hay mucha empatía con los chicos. Ellos se ponen en el lugar del otro. Cuando decimos que mataron a un millón y medio de personas, ven que esa es la cantidad de habitantes que tiene Rosario, entonces se quedan mudos y dicen «Ah, cómo Rosario pero una ciudad sin población»”.

Una cuestión de identidad

La actualidad irrumpe en la clase y se va mezclando con la vida cotidiana que tenían los armenios en el Imperio Otomano. Desde la Cátedra relatan que vivían en las afueras, en barrios que se llamaban millet y que por el sólo hecho de ser armenios pagaban 200 por ciento más de impuestos. También explican que se llevaban a los hombres con la excusa de la guerra, pero se los llevaban sin armas, es decir a una muerte segura, porque los armenios que vivían dentro del imperio tenían prohibido portar armas. La obsesión por borrar la identidad se traducía en hechos coercitivos, como impedirles usar la cruz cristiana, y criminales, como cortarles la lengua por hablar en idioma armenio.

Delfina Demirdjian siente que establecer la identificación con los chicos es uno de los puntos clave y recuerda la clase que compartieron junto a los alumnos del Complejo Integral Educativo Newell’s Old Boys (CIENOB). La pertenencia a un grupo se trabajó allí a partir del amor que los estudiantes tienen por el club. “Si un cristiano no puede usar la cruz alguien diría, bueno no es tan terrible, pero cuando vos les decís que es como si ellos no pudieran usar el rojo y negro, los chicos que tienen tanta pasión, ahí entienden de que se trata que te nieguen tu identidad”, dice la tallerista mientras su hermana agrega: “Eso es un impacto. Es como que alguien venga y diga bueno, hoy todos somos de Central porque ganaron el clásico. Eso sería imponer una identidad”.

Desde la Cátedra también trabajan con ejercicios vivenciales para explicar qué es un plan sistemático de exterminio y cuáles fueron sus etapas: primero los intelectuales, luego los hombres jóvenes y fuertes, más tarde los ancianos, las mujeres y los niños. A cada estudiante le asignan un rol. “Vamos explicando cómo era y los hacemos parar. Los que están parados están todos muertos. Queda sólo un uno por ciento del aula sentado. Hacemos eso para empezar a entender de qué se trató”, revive Delfina Demirdjian. Para los sobrevivientes y sus familias el genocidio contra el pueblo armenio es una herida abierta. “Cuando vamos a la universidad o a las escuelas y nos preguntan «¿qué quieren ustedes los armenios?», nosotros decimos que queremos el reconocimiento del genocidio y del estado perpetrador”, asegura la tallerista. Durante las charlas recuerdan que Turquía aún hoy niega el exterminio y cuentan que los estudiantes se sorprenden mucho y se enojan cuando les dicen que Israel tampoco reconoce el genocidio. “Los chicos hacen esa asociación libre, saben que los judíos fueron víctimas del Holocausto y no pueden creer el negacionismo”, dice Florencia Demirdjian. Luego, se pregunta: “¿Qué diríamos en Argentina si no se hubieran reconocido los crímenes cometidos durante la dictadura? Que es un país que avala el genocidio. Y Turquía, Israel y todos sus aliados siguen negando eso que pasó , lamentablemente por cuestiones económicas”.

El motor de la memoria

Los talleristas de la Cátedra trabajan ad honórem, se pagan los pasajes de manera autónoma cada vez que viajan a dar las charlas y tienen sus materiales en una oficina prestada en la Sede de Gobierno de la UNR. La militancia por la causa Armenia es el motor que hace marchar sus vidas y a pesar de que volver a conectar con esa historia muchas veces lacera, el amor por la divulgación parece ser más fuerte.

“Yo siento que uno cuando entra al aula se siente sola. Dos nietas… pienso en qué nos van a decir, pero cuando empezás a hablar el prejuicio ese que tenés se va. Hay una empatía absoluta. Creo que todos estos años de recuperación en el trabajo de los derechos humanos, fue fundamental. La humanidad está, hay una fraternidad”, dice Florencia Demirdjian. A su lado, Delfina agrega: “A mí me da muchísima felicidad compartir y seguir construyendo memoria porque el negacionismo existe y nosotros trabajamos en contra de eso”. Alberto Neirot asiente y se enorgullece al contar que una futura maestra de Carcarañá, que había participado de los talleres, trabajó en sus prácticas docentes sobre el genocidio armenio. “Había empapelado todo el salón con carteles, ahí te das cuenta que las visitas tienen sentido y eficacia”, resume el profesor.

Vanina Cánepa/La Capital de Rosario

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