Cecilia Tossounian: “Las comunidades cerradas se pierden”

18 de julio de 2020

Cecilia Tossounian es investigadora de planta del CONICET. Es autora del libro “La Joven Moderna in Interwar Argentina: Gender, Nation and Popular Culture” (University of Florida Press, 2020). Vivió varios años en el exterior donde continuó estudiando después de haberse recibido de profesora de Historia en la Universidad de Buenos Aires. Cuenta que cuando viaja no busca las comunidades armenias ni argentinas porque le gusta conocer lo nuevo.

—¿Cómo es la historia de tu familia?

—Mis abuelos vinieron escapando del genocidio en 1923. Se instalaron en Olivos y tuvieron cuatro hijos, mi papá era el más chico. Mi abuelo empezó en el rubro de los zapatos y también hacían la escuela armenia en el living de la casa con los chicos del barrio. Después terminó teniendo su zapatería.

Un objeto. Mi relación con la comunidad para por contarle a mi hija la historia de mi familia y por la comida.

—Contanos sobre tu formación.

—Fui a la escuela armenia de Vicente López desde jardín hasta la secundaria donde me recibí en 1993. Fui la cuarta generación de alumnos que estudió en el secundario. Después hice el CBC y entré en la carrera de historia en la UBA. Hice un master en investigación histórica en San Andrés. Con una beca hice el doctorado en el Instituto Universitario Europeo de Florencia. Después hice una instancia postdoctoral con una beca del Gobierno alemán en Berlín y viví en Bolonia por un par de años. Ahora volví a Buenos Aires y trabajo como investigadora del CONICET donde soy investigadora de planta. Mi sede de trabajo es la universidad de San Andrés y mi tema de investigación es la historia de las mujeres, cultura popular y consumo en el siglo XX.

—Desde tu lugar como historiadora e investigadora, ¿cómo ves a la mujer armenia?

—Desde un lugar personal, siempre fui muy crítica de las prácticas que veía muy machistas en la comunidad. Eso explica un poco porqué me alejé. En la actualidad, puedo intuir que siguen estando algunas de esas cuestiones. Desde la práctica más profesional, no estudié a las mujeres de la comunidad armenia, pero sí a las mujeres inmigrantes de fines del siglo XIX y principios del XX, sé de las condiciones en las que vivían y cómo se tuvieron que arreglar en contextos donde tenían el imperativo de quedarse en casa pero también de salir a trabajar si se necesitaba. Para la primera generación que llegó en esa época, que tenía todo el peso de la vivencia del genocidio y llegaron acá con otra lengua, debe haber sido muy difícil. Creo que la segunda generación, por los patrones que se dan en las mujeres inmigrantes, se fue abriendo mucho más e insertando en la sociedad de acogida. Aunque no las haya estudiado en particular, me imagino que siguen dinámicas parecidas a las demás mujeres inmigrantes en Argentina.

—¿Tuviste contacto con la comunidad armenia en las distintas partes del mundo donde estudiaste?

—En Italia tenía un compañero que era armenio de Armenia con el cual me resultaba super difícil hablar porque después de muchos años no hablaba tan bien el armenio diaspórico. Teníamos muy buena onda y éramos muy curiosos el uno del otro y nuestros compañeros no entendían por que hablábamos dos armenios diferentes. No soy de buscar el contacto con la comunidad armenia ni argentina cuando viajo, me gusta insertarme donde llego y conocer gente diferente a mí. Busco lo nuevo. La gente se sorprende que tenga la identidad armenia tan marcada por saber escribir y hablar.

—¿Cómo es tu contacto con la comunidad armenia en Argentina?

—Es una relación complicada para mí. Después de muchos años de haber estado dentro de la comunidad mientras estudiaba y por venir de una familia para la cual la comunidad es importante, tuve un momento de rebelión y de rechazo. Después fui procesando mi identidad armenia por una cuestión muy individual que pasa por contarle a mi hija sobre el genocidio, de dónde vienen sus abuelos y la historia familiar, comer comida armenia. No tengo nada en contra pero tampoco estoy metida en nada. Después de esa fase de no haber querido saber nada, ahora sí hay algo que me gusta me acerco pero no participo activamente. Sé que hace poco hubo una iniciativa para entrevistar a muchos descendientes de armenios. Me pareció que esta idea de recolectar información de los descendientes de armenios, saber cuántos hay y quienes se reconocen como armenios y quiénes no, está bien y yo también la hice. Voy a comer a los restaurantes armenios pero mi contacto es más esporádico. Tengo una crítica en general de cualquier cosa que se quede encerrada en sí misma. Las comunidades cerradas me parece que se pierden, por preservar tradiciones, de mucha diversidad y de dinámicas de lo diferente que a mí me atraen bastante. Es una cuestión crítica no solo a la comunidad armenia sino a cualquier comunidad que busque pares iguales a ellos.

—¿Cómo estás pasando la cuarentena?

—Mi vida no cambió tanto porque, como yo trabajo en investigación, lo único que no puedo hacer es ir a los archivos. Estoy dando clases virtuales igual que siempre e investigando desde mi casa. Lo que sí me cambió es que estoy con mi hija en casa. Por eso trabajo de a pedacitos.

Sofía Zanikian
Periodista
sofi.zanikian@outlook.com

Compartir: