Opinión

Convivir con la guerra de Artsaj

29 de junio de 2017

artsaj repelen ataqueLa guerra de liberación de Artsaj duró algo más de tres años. Alcanzado el objetivo y luego del alto el fuego mediado por Moscú con la aquiescencia de Bakú y la consentimiento a regañadientes de Ereván, la situación ingresó en un período de relativa calma que a pesar de las escaramuzas diarias, por mucho tiempo poco inquietó a nuestros hermanos de Karabagh.

Pero en los últimos años el escenario sufrió muchos cambios. Los esfuerzos de paz de los copresidentes del Grupo de Minsk de la OSCE parecieron tener rédito favorable muchas veces, pero invariablemente la intransigencia, primero del dictador Heydar Aliev, y luego de su hijo el igualmente tirano Ilham, echaron por tierra todos los intentos por resolver pacífica y justamente el extenso diferendo.

Armenia, como garante de la seguridad de Artsaj, permanece expectante y preocupada por una realidad que a partir de la retórica belicista de Aliev y el continuo rearme de sus tropas –favorecido por los ingentes ingresos petroleros de Azerbaidján-, intenta acercar posiciones una y otra vez, siempre sin éxito.

El transcurso de los años mostró la imagen oculta del conflicto que no es más que el propio problema interno que padece Bakú, provocado por la hostil administración de la dinastía Aliev que trata de enemigos no sólo a los armenios de todo el mundo, sino que sorprendentemente hace lo mismo con aquellos ciudadanos azeríes que pretendan reclamar por sus derechos vulnerados. Sus cárceles están repletas de disidentes que sólo intentaron elevar su voz en reclamo de sus justas reivindicaciones humanas.

Aunque no se pueda considerar formal, para muchos la guerra se reinició con otro formato. El permanente hostigamiento de las tropas de Aliev en la línea de frontera comenzó a cobrarse la vida de soldados y civiles armenios. El balance se hace cada día y los informes sobre la cantidad de ataques y disparos pasaron a formar parte de la información habitual de los medios armenios.

Esta modalidad de guerra no declarada ya se cobró la vida de centenares de jóvenes armenios que riegan con su sangre el suelo de la patria artsají. El ataque de abril del año pasado, rechazado valientemente por los efectivos armenios, trajo más zozobra en la población pues fueron más de un centenar las víctimas fatales de la insana decisión del vecino enemigo. Artsaj y Armenia entregaron lo más valioso que tienen, sus soldados, esos que apenas superan los veinte años de edad y aún no comenzaron a vivir, pero obligados a enfrentar la muerte defienden nuestras fronteras con coraje y valor.

Días atrás, un nuevo ataque se cobró otras cuatro vidas. Ya casi no hay lágrimas para llorar por ellos porque uno tras otro se sacrifican para que el suelo natal siga siendo propio. Pero, el peligro no es sólo la muerte, también hay que considerar el daño que cada una de las generaciones va sufriendo en su desarrollo. El deterioro de la calidad de vida de la población es evidente y aunque el temor sea reprimido y en apariencia el ánimo sea elevado, la verdad es que la preocupación por el futuro es un elemento común en cada una de las familias de Artsaj y Armenia, ya no sólo en aquellas que tienen un integrante cumpliendo con su deber patriótico en el frente de batalla.

Lamentablemente, no hay en el horizonte expectativas inmediatas de paz. Armenia es rehén hasta de sus propios aliados que no vacilan en seguir vendiendo armas a su mayor enemigo. Las excusas y justificaciones son muchas, pero la verdad es una sola: la guerra se reinició y nadie sabe cómo y cuándo culminará. Sepámoslo.

Jorge Rubén Kazandjian

 

 

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