Cuatro razones por las que Armenia no debería fogonear el acercamiento a Turquía

10 de enero de 2022

El proceso de “normalización” de las relaciones entre Ankara y Ereván tendrá esta semana su capítulo inicial, post guerra de Artsaj, con desenlace impredecible.

No hay mejor imagen para describir la situación actual de la relación entre Armenia y Turquía que la que permite visualizar el boxeo profesional. El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, está erguido en el centro del ring, dominando la escena y dando pasos firmes hacia adelante, lanzando su jab de derecha, como corresponde a un claro exponente del autoritarismo pseudo democrático oriental, y virtualmente llevando a su oponente hacia un rincón para castigarlo duro.

El rival no es otro que Nikol Pashinyan, el primer ministro de Armenia, quien vine de perder por knock out en el último asalto frente a Ilham Aliyev, el presidente de Azerbaiyán, en la pelea clasificatoria y sufriendo “licencias reglamentarias” en el combate.

Sólo hay que recordar, en este sentido, el uso de armas prohibidas, el intenso bombardeo a civiles y el uso de mercenarios y terroristas extranjeros en la guerra de los 44 días. Pero por esas cosas del deporte, Pashinyan tiene ahora otra chance de retener el título en la dura pelea contra Erdoğan.

Promedia el décimo round de una pelea pactada a 12 asaltos y Pashinyan claramente viene abajo en las tarjetas de los tres jurados (Rusia, Estados Unidos y Francia), que ven cómo el autócrata de Ankara se erige como líder absoluto en su categoría.

Lo que tiene para perder Pashinyan (y Armenia) es mucho, y sin dudas, no la tiene fácil, pero todavía queda tiempo y ya se sabe, en boxeo nadie gana hasta que suena la campana final. Un buen golpe a la mandíbula, asestado con justeza, velocidad y potencia puede dar vuelta una pelea que se tiene perdida.

Ahora bien, dejemos por un momento el deporte de lado. Para Erdoğan la reconfiguración del mapa geopolítico regional es, a estas alturas, la razón de ser de su prolongada estadía en el Complejo Ak Saray o Palacio Blanco, la monumental residencia de 1000 habitaciones, que funciona como sede de la presidencia neo-otomana desde 2014.

Erdoğan es el principal artífice de cuanto movimiento político y económico se observa en Medio Oriente, con dos únicas excepciones. Una es cuando supone que puede pisar los callos o meterse con Vladimir Putin, el presidente de Rusia, verdadero mandamás de todo lo que pasa de los Urales y el Mar Negro hacia el este, y la otra cuando puede confrontar con el poder de los ayatollahs de Irán, una teocracia ya muy consolidada después de casi 43 años en el poder.

Agenda turca

La última jugada de Erdoğan fue “forzar” la agenda de normalización de las relaciones entre Ankara y Ereván, después de que fue la misma Turquía la que en 1993 cerró unilateralmente la frontera, argumentando una supuesta agresión armenia contra Azerbaiyán en el marco de la primera guerra de Artsaj, que dispararon los pogromos anti-armenios de Sumgait, Bakú y Kirovabad (hoy Ganjá) en 1988.

Y Pashinyan “compró” el convite, al punto que el próximo 14 de enero, habrá un primer encuentro cara a cara entre los representantes especiales designados por Turquía y Armenia para avanzar en el proceso de normalización de las relaciones.

Del lado de Turquía habrá un verdadero profesional de la diplomacia, Serdar Kilic, exembajador en Estados Unidos por siete años y hasta marzo de 2021. Antes fue representante de la Cancillería turca ante la OTAN, Secretario General del Consejo de Seguridad Nacional de Turquía y embajador en Líbano y Japón, entre otros destinos.

Del lado armenio, estará Ruben Rubinyan, quien llega medio “flojo de papeles” en materia diplomática, con el antecedente de haber sido vicecanciller por unos meses, y encabezar el Comité Permanente de Relaciones Exteriores de la Asamblea Nacional. Ah, y también tiene buenos lazos con el primer ministro Pashinyan.

Un dato más: en 2017 permaneció por algunos meses en Turquía, donde según él mismo declaró ante el Parlamento armenio, viajó para realizar una investigación académica.

Como se ve, cualquier parecido con una pelea de fondo entre un profesional y un amateur es pura coincidencia. En ese cuadro de marcada disparidad de fuerzas, se busca restablecer las relaciones diplomáticas entre la segunda potencia militar de la OTAN, un estado genocida y armenófobo secular, y la novel y débil democracia armenia, que acaba de perder una guerra de 44 días a traición, justamente contra el tándem Turquía-Azerbaiyán.

Así, Ankara busca dejar plasmado en el papel esta negociación en posición de fuerza, como ya hizo entre 1921 y 1923 con los Tratados de Moscú, Kars y Lausana, que delimitaron las actuales fronteras entre los dos países.

Paradójicamente o tal vez no tanto, entre el Tratado de Sèvres (agosto de 1920) y el Tratado de Lausana (julio de 1923), Turquía pasó de derrotada y humillada en la Primera Guerra Mundial a “socio estratégico” de los bolcheviques rusos.

¿Un fracaso anunciado?

En este contexto, pueden advertirse al menos cuatro razones por las que Armenia no debería impulsar, al menos por ahora y hasta que cambien los vientos en el Cáucaso Sur, la declamada normalización de relación armenio-turca.

A favor de Pashinyan y de su aceptación del “convite” habría que decir que hoy la relación Erdoğan-Putin puede ir en el mismo sentido en que fue hace un siglo el acercamiento Atatürk-Lenin.

Éste es el cuarto intento de Turquía de establecer un acercamiento y relaciones diplomáticas entre ambos países. Aunque Erdoğan quiera hacer ver que está en posición de fuerza, esta iniciativa de “normalizar” las relaciones bilaterales algo quiere decir acerca de sus intereses o necesidades.

El primero fue la creación de la Comisión de Reconciliación Turco-Armenia (TARC) en 2001, luego vino la “diplomacia del fútbol” en 2008, en el marco de las Eliminatorias para el Mundial de Fútbol de Sudáfrica 2010, y al año siguiente los ya famosos y fracasados Protocolos de Zurich.

El investigador de la Academia Nacional de Ciencias de Armenia y reconocido turcólogo, Rupén Safrasyan, a fines de diciembre señaló en una entrevista con la agencia Armenpress que ésta es la primera vez que el proceso de normalización se da con Estados Unidos, Rusia y Francia, los tres principales países con intereses en la región, reconociendo el genocidio armenio. Como se recordará Estados Unidos fue el último, el 24 de abril de 2021.

Para Safrasyan “el nuevo proceso armenio-turco sólo puede tener éxito si Turquía reconoce el genocidio armenio bajo la presión de Estados Unidos, Rusia y Francia”. No tiene muchas expectativas en que esto ocurra, sin embargo, considera que Armenia debe participar del diálogo, al menos por esta razón.

Para el académico la agenda estratégica de Turquía en relación a Armenia es, en esencia, la misma del último siglo, con un agregado tras la segunda guerra  de Artsaj.

Las tres precondiciones que fija Turquía son: 1) Confirmación de las fronteras definidas en 1921 en el Tratado de Kars y reconocimiento como territorio soberano turco (Armenia perdió un tercio de su territorio, las provincias de Kars e Iğdir, incluyendo la antigua capital Ani y el monte Ararat, y Najicheván fue traspasado a Azerbaiyán). 2) Renunciar a la política internacional de reconocimiento del genocidio armenio. 3) Reconocer a Artsaj como parte integral de Azerbaiyán. La cuarta condición es el “corredor Zangezur”.

Aceptar estas precondiciones para Armenia sería un suicidio histórico y político. Incluso afectaría a la identidad nacional, señala Safrasyan, dado que varios de ellos son factores constitutivos de la diáspora de más de 8 millones de armenios en todo el mundo y con un altísimo costo en términos poblacionales y hasta económicos para la República de Armenia.

En este sentido, el establecimiento de vuelos entre Estambul y Ereván y el levantamiento de la prohibición de importar productos made in Turkey en Armenia, parecen concesiones menores.

El segundo aspecto que desaconseja el acercamiento hoy es que Armenia debe concentrarse en la delimitación y demarcación de fronteras con Azerbaiyán, y la consecuente retirada de las tropas azeríes que, literalmente, invadieron territorio armenio a partir del 12 de mayo de 2021.

No es recomendable abrir nuevos frentes de disputas en este contexto. Empezar a hablar de la normalización de las relaciones con Turquía es todo ganancia para Bakú. No casualmente, el híper locuaz Aliyev hace más de dos semanas que no sorprende al mundo con ninguna de sus delirantes declaraciones.

El tercer factor es que Armenia necesita fortalecer sus alianzas estratégicas actuales, con Rusia, Irán y Georgia, pero también dsarrollar nuevas asociaciones con India, China, las potencias occidentales (Estados Unidos, Francia y la Unión Europea) pero también con sus socios de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC). Tener “´palenque donde rascarse”, diría Martín Fierro, siempre fue bueno antes de sentarse a negociar con un oponente.

Y por último, pero no por eso menos importante, aprender de la experiencia histórica. Cada vez que Turquía se mostró abierto al diálogo, terminó haciendo su negocio y consiguiendo nuevas concesiones de los armenios.

No hace falta recordar que la Revolución de los Jóvenes Turcos en 1908 proponía mayor autonomía a las minorías no musulmanas del Imperio. Y Atatürk se mostraba como reformista y pro occidental en 1920. Todos sabemos cómo terminó. En el fondo, como diría mi abuela, la gente no cambia, y un racista y xenófobo (armenófobo, en este caso), siempre lo será.

Carlos Boyadjian
Periodista
coboyadjian@yahoo.com.ar

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