Opinión

Culto a la militancia

07 de enero de 2016

Militancia_wLa palabra militancia está generalmente asociada a la política, sin embargo también se la puede aplicar a quien trabaja en una organización social, comunitaria o hasta en el propio aporte individual para una causa justa.

Las entidades comunitarias pueden desarrollarse desde una militancia activa, basada en los fundamentos de su creación o ser administradas por individuos que toman ese compromiso con objetivos secundarios. La diferencia entre ambos estilos es que en el primero de los casos, quienes fueron electos por sus pares deben reportar a ellos y dar cuenta de su actuación. En tanto los otros, construyen una administración basada en el poder de no tener que rendir cuentas a nadie.

También existen otras diferencias. Las organizaciones que se apoyan en sus bases se renuevan permanentemente desde el aporte de sus asociados, respetando una lógica generacional que le hace bien al funcionamiento institucional. Las otras, aquellas que tienen dirigencias cómodamente apoltronadas y sin expectativas de dar espacio a nuevas fuerzas, pretenden desde su perpetuidad erigirse en referentes comunitarios obligados.

Volviendo a la militancia, construir una estructura basada en ella no es cosa sencilla. En primer término se debe contar con objetivos precisos, adecuados y con enorme compromiso social y muchas veces hasta político. Pocas organizaciones comunitarias o no, disponen de un entramado que les permita la formación de jóvenes o no tanto, dispuestos a luchar por una causa justa. Mucho del trabajo de la Causa Armenia se lleva a cabo desde este formato que requiere años de preparación, entrega y dedicación.

Por supuesto, es una tarea muy difícil. Requiere de personas dispuestas a sacrificar horas de su propio trabajo, desatender muchas veces su círculo de amigos y por qué no también postergar su propia familia. Pero el militante sabe que el compromiso asumido tiene esas características. Sus objetivos, en el caso de la Causa Armenia, se tornan impostergables, haciendo que sean prioritarios.

Un militante no acepta homenajes ni premios. Su principal recompensa es haber contribuido a la resolución de la causa que acompañó. La satisfacción del deber cumplido no hace que su misión concluya, sino que lo estimula a tomar parte de nuevos desafíos en la seguridad que forma parte de un grupo de trabajo que conoce sus responsabilidades.

Para muchos, la militancia sea tal vez una mala palabra. En ocasiones se la asocia a la política sucia y las malas artes de grupos sectarios que tienen propósitos muy diferentes. Pero ello no amedrenta ni intimida a quienes saben qué hacer con su militancia. Esa pasión por contribuir al bien común desde muchos ámbitos como la docencia, el deporte y hasta la religión, encuentra muchos interesados en sumarse a la tarea.

La militancia no tiene edad. A pesar de que generalmente se la vincula a los jóvenes, casi siempre, quien asumió como propia la idea de trabajar por un ideal, lo hace hasta el fin de sus días. Y si logra cumplir con su juramento, no necesita ninguna recompensa, basta con la certeza de haber satisfecho ese definitivo compromiso.

Jorge Rubén Kazandjian

Compartir: