Darte la libertad: Ensayo sobre Ana Frank

03 de febrero de 2015

ana_frankAna se sentó sobre su cama y dejó a Kitty a un lado junto a la estilográfica. La última fecha en que había escrito era el martes 1º de agosto de 1944. Hacía casi dos años que estaba allí, atrapada, su espíritu se encontraba enjaulado entre paredes de feo papel. No podía volar. La única manera que tenía de dar rienda suelta a su imaginación y sentimientos era a través de Kitty, pero aun así, nada superaba el poder caminar por la calle bajo el calor del sol en otoño o el tacto de un pétalo de rosa entre los dedos. Era eso lo que Ana anhelaba más que nada, el sentimiento de ser libre y estar viva en aquel viejo mundo donde todo parecía estar muriendo un poco más cada segundo.

Se mostraba feliz, siempre, con un chiste que hacer. Su lado menos extrovertido quedaba reservado al diario. ¡Qué ganas de ser escritora, de ser periodista y compartir relatos con el mundo! ¿Podría cumplir su sueño? Creía que sí, que todo cambiaría, que el mundo volvería a ser un lugar bello. Pero ya había soñado demasiado...

Hacía rato, al menos una semana, que le dolía la cabeza y eventualmente estornudaba, había tratado en todo lo posible de ocultar estas pequeñas afecciones a su familia, estaba cansada de las aspirinas y demás pastillas, no quería nada. Qué mal que se sentía... Un calor apabullante subía por su cuerpo hasta las mejillas, se llevó una mano a la frente, estaba sudando horrores. Su madre entró en la habitación:
-¿Ana, te sientes bien?-

Ana intentó articular alguna palabra, pero no pudo, resbaló a la inconsciencia que la fiebre alta suele producir. Al despertar, ya había caído la noche. La casa entera estaba durmiendo excepto su madre, que había quedado despierta cuidándola y poniéndole paños húmedos en la frente.

-¿Cuánto tiempo estuve dormida?

-Casi seis horas desde que entré en tu habitación-dijo la señora Frank- Debes seguir descansado, me voy a dormir también.

Ana quedó inmóvil en su cama, se sentía mucho mejor y no tenía nada de sueño. Dio infinitas vueltas, hasta creyó que despertaría a Margot, pero finalmente logró conciliar el sueño hasta la mañana siguiente. Se levantó inapetente, todos los integrantes de la casa de atrás preguntaron cómo se sentía y ella no pudo menos que fingir que se sentía bien y que la fiebre había pasado. Pero no era así. Una extraña enfermedad se estaba adueñando de su cuerpo.

Hacia el mediodía tomó su diario y la estilográfica. No atinó a escribir ni una sola frase. El calor volvía a subirle por el rostro, la fiebre y la inconsciencia se estaban abriendo paso. Ana cayó al suelo y eso fue todo.

Unos hombres vestidos de civiles y armados enviados por la SS subían por las escaleras de la casa de atrás. Alguien había hablado y los había delatado. Uno de ellos abrió la puerta de madera de una patada, fragmentos de astillas se desparramaron por el suelo. La señora Van Daan fue la primera en dar el grito de alerta. Los refugiados se quedaron quietos en su lugar y Ana se incorporó lentamente. Miro rápidamente a Margot que temblaba y lloraba.

Quizás fueron solo cinco minutos a partir de que la policía entró y se los llevó, a Ana le pareció más tiempo desde que los hombres entraron y sus esperanzas se rompieron como cristal. Iban a morir, todos lo harían.

Ana y Margot tuvieron la suerte si es que suerte puede llamarse de ir al mismo campo de concentración, Bergen-Belsen al norte de Alemania. Cada día despertaban juntas como si fuera el último, por la noche el frío carcomía sus huesos, de día el hambre, el miedo y las tareas esclavizadoras las mantenían ocupadas. Ambas se preguntaba dónde estarían los demás, sobre todo sus padres, pero preferían no imaginarse qué había pasado con ellos.

Un día al despertar una mujer con uniforme entró en el lugar donde ellas y cientos de mujeres dormían. Gritó algo en alemán que solo unas pocas entendieron. Ana y Margot se dieron la mano y siguieron a la masa de mujeres que se movía fuera del lugar. No tenían la menor idea de hacia dónde iban, seguían a la mujer del uniforme y la trenza rubia.

Entraron en un gran cuarto con bancos y percheros, el resto de las mujeres comenzó a sacarse la ropa. Las hermanas las siguieron con mucha vergüenza. Tal vez solo tomarían una ducha, sí, eso tenía sentido, por eso estaban todas desnudas. Pasaron a otra sala que estaba oscura. La mujer de la trenza se quedó en la puerta observándolas con una sonrisa, Ana la miró, sus miradas se cruzaron y comprendió su mueca macabra. La puerta se cerró, un silbido insignificante se escuchó y todas cayeron en la cuenta de que morirían. La puerta estaba marcada por las uñas de víctimas anteriores. Margot cerró los ojos y apretó la mano de Ana, en pocos segundos cayó muerta a los pies de su hermana.

Ana gritó y abrió los ojos. Se incorporó en la cama gritando como si su vida dependiera de ello. Por un instante observó su entorno, estaba en su casa, pero ¿Cómo? ¿Y el campo? ¿Y Margot muerta?

Estamos en casa, Ana, hemos sobrevivido, nos salvamos, la guerra terminó.

Margot estaba sentada sobre la cama de Ana, tomándole la mano. Durante semanas había delirado sobre campos de concentración y cámaras de gas, pero solo eso había sido, un delirio. Sus padres entraron en la habitación, ahora, además de haber sobrevivido a la pesadilla del encierro volvían a ser una familia, se abrazaron fuertemente los cuatro y se prometieron que jamás se perderían.

El diario de Ana estaba sobre la mesita de luz, hacía semanas que no escribía.

“Querida Kitty:

Hace semanas que no escribo, he estado enferma teniendo delirios
Con nazis y campos de concentración ¿puedes imaginártelo?
Por un momento creí que estaba muerta pero no, aquí estoy
Devuelta en casa donde todo comenzó. Ahora que la guerra se termino
Estoy segura de que no habrá nada que me impida cumplir mis sueños.
Siento que mi vida ha vuelto a comenzar para ser reescrita.

P.D.: aun no mejoro lo suficiente pero ya pasara, debo agradecer estar
Viva para poder contarlo.

Tu Ana.”

Araceli Fernández Ferrara*

* Obra premiada en el 6° Concurso Literario y del 2° Concurso Literario Inclusivo “De Ana Frank a nuestros días”, organizados por el Centro Ana Frank con el apoyo del INADI y el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires.


El INADI en la entrega de premios Ana Frank

Julia_Ana_FrankEn una ceremonia realizada en la sede de la institución, el Centro Ana Frank entregó los premios a los Ganadores del Sexto Concurso Literario y del Segundo Concurso Literario Inclusivo “De Ana Frank a nuestros días”, que contó con el apoyo del INADI y del Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires.

En representación del INADI, asistieron Julia Contreras, Directora de Promoción y Desarrollo de Prácticas contra la Discriminación, Gisela Dohm, coordinadora del área de Trabajo sin Discriminación; y Alfredo Bértola, coordinador del área de Discapacidad. A su turno, Contreras afirmó: “hemos encontrado en el Centro Ana Frank a un aliado estratégico en el trabajo conjunto por la lucha contra la discriminación. Asimismo, la historia de Ana Frank nos ha enseñado a luchar por un mundo en paz, a construir una sociedad más justa e inclusiva, que es el mejor legado que nos pudo dejar”.

Los premios “Ana Frank” se otorgaron a estudiantes de entre 13 y 25 años, en distintas categorías, pertenecientes a numerosas instituciones secundarias, terciarias y universitarias, quienes presentaron trabajos con temáticas tales como lucha contra la discriminación e inclusión.

Al respecto, el director del Centro, Héctor Shalom, sostuvo que “siempre somos dueños de nuestros actos, y la historia de Ana Frank es la de alguien que eligió qué hacer para ayudar a los demás”.

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