Luis Guerra (Especial para Diario ARMENIA)

De la Habana a Ereván: “Para nosotros los cubanos no existía Armenia, incluso hoy en día para muchos todavía no existe…”

13 de junio de 2018

LC-7‘’Mi primera impresión fue que estaba de vuelta en la barriada habanera de Santos Suarez. Las laberínticas calles de Avan me empujaron de vuelta a mi Cuba. Los viejos edificios, la algarabía de los niños jugando en la calle, los grupos de vecinos hablando casi a gritos, y las ropas dominando las alturas al estilo de las más clásicas “tendederas de La Habana” eran como un retrato de mi ciudad’’.

Avan es uno de los doce distritos de Ereván, la capital de Armenia, y es donde resido hace ya cuatro años.

ARMENIA

En plan turístico debía establecer un itinerario que me llevara a conocer las maravillas de este pequeño pero extraordinario país. Ponerme a la fila de los visitantes extranjeros caminando por el centro de la ciudad, tomar un sinfín de fotos para mostrarle a mis amigos, degustar la exquisita cocina, disfrutar de su música y finalmente organizar una excursión a los antiguos templos llenos de historias y misterios ancestrales.

Pero no estaba aquí para eso. Estaba aquí para quedarme.

No fue precisamente casarme con una mujer armenia lo que me impulsó a establecerme en este país. Creo que la idea empezó a cobrar forma la primera vez que me reuní con parte de su familia. Nos conocimos en Moscú y tras unas cuantas salidas (muy formales, dicho sea de paso) me propuso que visitáramos a su hermano, para conocerlo y por extensión a la familia de su esposa. Debo decir que conocer una chica armenia implica -si existe una atracción recíproca y sentimientos latentes- como primer paso conocer a sus padres.

Mi esposa no es ya una “chica’’, los dos estamos en los 50. Pero la fidelidad a las tradiciones (que existieron alguna vez en mi país y en las que me educó esa señora dura y maravillosa que fue mi abuela) me sorprendió gratamente y comenzó a atraparme.

No me sentí un extranjero al que querían agradar o hacer sentir bien la primera vez que participé del entorno familiar de mi esposa. Alrededor de una mesa donde no había espacio para otro plato (y en la que a pesar de eso seguían apareciendo) me sentí uno más de aquel grupo que me acogió sin reservas como un hijo o un hermano que llegaba de lejos.

A esa noche se sumaron muchas, y no hablo solo de fiestas o celebraciones, como alguien más de la familia estaba incluido en sus problemas, preocupaciones.

Así fui conociendo el sentir armenio, el valor que le dan a la familia, su alegría contagiosa. También su genio, su seriedad al tratar los problemas, su rechazo hacia aquellos que no son de su agrado, su machismo tan parecido al latino, su terquedad al defender una idea… pero… al fin y al cabo… quién es perfecto?

Como ya dije estas personas con las que tanto me identifiqué son la familia de la esposa de mi cuñado. Quiero contar un pasaje de esta relación que se forjó y que marcó definitivamente mi sentir hacia ellos.

El patriarca de la familia, un hombre ya entrado en años, pero fuerte y animoso al que siempre le gastaba bromas, con el que siempre conversaba tratando de entendernos en una mezcla de inglés-armenio-ruso, a ese excelente hombre un disgusto le provocó un derrame cerebral.

Tras un tiempo en el hospital retornó a la casa abatido, apagado, no quería ver amigos, no hablaba con nadie. Y así fue que mi esposa recibió un día una llamada de su hermano diciéndole: “Sasha no quiere ver a nadie ni hablar con nadie, solo quiere ver a Luis “

Cuando nos marchamos de Moscú, la esposa de mi cuñado y su hermana me abrazaban y lloraban con gran desconsuelo, como si partiera muy lejos, a un viaje sin regreso.

Hacía ya un tiempo que venía alimentando la idea de mudarnos a Ereván. Mi esposa se resistía un poco pues tenía un buen trabajo y por supuesto no quería perderlo. Pero la insistencia de su madre, viviendo sola en Armenia y mi renuencia a seguir en Rusia (nunca me gustó) la convencieron al fin de volver a sus orígenes.

Para nosotros los cubanos no existía Armenia, incluso hoy en día para muchos todavía no existe. Créanme, no es ignorancia, es más bien falta de información.

Con el triunfo de la llamada Revolución Cubana y las relaciones establecidas por el gobierno de mi país con la Unión Soviética nos invadió una avalancha de cine, televisión y literatura rusa. La educación se encaminó a engrandecer los logros del socialismo en el mundo, liderado por la URSS. En este contexto los países que formaban parte del tinglado eran solo “provincias”

Garry Kasparov era solo un gran ajedrecista ruso. Charles Aznavour, del que conocíamos todas sus canciones, un gran cantante francés. Se podía encontrar en algún libro sobre la Gran Guerra Patria alguna referencia a armenios, pero lo considerábamos en la misma forma que en Cuba hablamos de un Habanero y un Oriental (nativo de la provincia de Oriente en Cuba) algunos con acceso a cierta literatura prohibida podía tener más conocimiento, pero eran los menos.

Y así tomada la decisión llegamos a la Tierra de Noé.

Mi primera impresión fue que estaba de vuelta en la barriada habanera de Santos Suarez. Las laberínticas calles de Aván me empujaron de vuelta a mi Cuba. Los viejos edificios, la algarabía de los niños jugando en la calle, los grupos de vecinos hablando casi a gritos, y las ropas dominando las alturas al estilo de las más clásicas “tendederas de La Habana” eran como un retrato de mi ciudad.

Sin timidez me mezclé entre los vecinos que me acogieron con naturalidad y me incluyeron en sus conversaciones en los bajos del edificio, en sus juegos de cartas, ajedrez, tavli, al que yo llamo backgammon.

Llegado en abril, al poco tiempo, sorprendido en la vecindad, pasé por mi bautismo en el Día de la Fiesta del Agua.

No he dicho hasta ahora que con nosotros viajó también mi hijo, llegado a Moscú un año antes. Juntos fuimos descubriendo las peculiaridades, costumbres e historia de un pueblo sufrido, invadido, masacrado a través del tiempo, pero no por ello menos feliz, dispuesto siempre a reír, cantar, bailar. Juntos nos integramos a esta sociedad amable, acogedora y a veces tosca y peleona.

Juntos, sin plan turista, caminamos por el centro, visitamos templos, nos hicimos fotos, nos bañamos en el Seván, tan parecido a un océano y que es uno de los lagos de montaña más altos del mundo .Juntos , transitando con los recuerdos de mi querida esposa.

Y juntos también descubrimos un Ereván latino… pero eso… es tema ya para otra ocasión.

 

 

 

 

 

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