El doble frente implacable: Bizancio y los turcos selyúcidas

03 de julio de 2022

El triste destino final del reino armenio de los Pakraduní (Bagrátidas o Bagratuní) bien podría resumirse en los célebres versos de José Henández en el inmortal Martín Fierro: “Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera; tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera.”

Es lo que sucede con los dos hijos del rey Gaguik I Pakraduní: a la muerte de éste en 1020, Hovhannes Smbat –el mayor- y Ashot se enfrentan entre sí por el trono de Armenia. Sucede en las mejores familias, es cierto. Pero los citados versos no suelen fallar…

Siempre al acecho y con los ojos puestos en Armenia, el Imperio bizantino pretende sacar partido de la situación. Aquí cabe citar otro conocido refrán: “A río revuelto…”. Así pues, con los buenos servicios del Gatoghigós (Catolicós, jefe de la iglesia) Bedrós Kedatarts y de un grupo de señores feudales (najarar) afines, el emperador Basilio II logra que su “candidato” Hovhannes Smbat acceda al trono.

“De carácter pacífico y temperamento débil, Hovhannes Smbat no era apto para el arte de la guerra a causa de su excesiva corpulencia. Por el contrario, su hermano Ashot, que no tenía ni su rectitud ni su bondad, era un hábil e indomable guerrero”, sostiene F. Tournebize (1). Tan es así que Ashot no se queda de brazos cruzados y con la ayuda de los reyes de Vaspurakán y de Georgia se lanza contra la capital Aní.

A pesar de la victoria en las armas contra su hermano, Ashot no consigue hacerse con el trono: la mayoría de los najarar se opone a ello. Se conforma pues con apropiarse de un feudo (Lorí) al norte y firma un acuerdo con su hermano según el cual ambas partes del reino se unirían nuevamente a la muerte de uno de ellos, bajo el dominio del que sobreviviera.

Esta nueva división interna se da en momentos en que Armenia necesita unir la totalidad de sus fuerzas no sólo contra Bizancio sino contra la nueva amenaza que se cierne sobre el país: las invasiones de los turanios.

No fui yo, fuiste vos…

Aunque el subtítulo coincide con el nombre de un chamamé de Los Rancheritos, aquí la cosa va de saber quién puso la firma debajo de un documento de trágicas consecuencias…

Cuando la situación interna de Armenia vuelve a una relativa calma luego del acuerdo pactado entre los hermanos Pakraduní, se pone en práctica un nuevo plan maquiavélico: el gatoghigós Bedrós Kedatarts –siempre en connivencia con el emperador bizantino- consigue que Hovhannes Smbat emita un testamento por el cual, a la muerte de éste último, el reino de Aní pasaría a ser anexionado por Bizancio.

Se trata de una de las tantas “nebulosas” de la historia armenia: los historiadores no logran –o no quieren- dilucidar los pormenores de este acto. No está claro si es el rey Pakraduní quien lo hace de su puño y letra o si es el gatoghigós mismo quien -por orden del rey o por iniciativa propia- lo redacta y lo firma antes de entregarle el documento a Basilio en persona en la ciudad de Trebisonda (2).

Según algunos, Bedrós Kedatarts y una parte de los najarar están convencidos de que es mejor estar bajo la tutela del Imperio bizantino que de un débil rey armenio. Otros sostienen que el codicioso eclesiástico persigue intereses personales y económicos que el emperador bizantino está presto a satisfacer…

Sea como fuere, por convicción o por ambiciones personales, la cuestión es que el reino de Aní será entregado en bandeja… Aquí no podemos resistirnos a la tentación de hacer el paralelismo con la situación actual en Armenia. Exactamente mil años después ¡cuántas semejanzas! 

Lo cierto es que hasta el día de hoy el nombre de Bedrós Kedatarts es sinónimo de complicidad y de entrega…

Pero vayamos por partes.

Los turanios han pasado por aquí…

Para colmo de males, es durante el reinado de Hovhannes Smbat cuando aparecen por primera vez en las fronteras de Armenia las tribus turanias del este. Los “adelantados” son los selyúcidas, quienes –al igual que los árabes siglos antes- desaparecen por un tiempo luego de las incursiones iniciales.

El lugar de origen de los turanios es la vasta zona del Asia central –eterna surtidora de invasores- que se extiende desde Mongolia hasta el Turkestán. Con el nombre de turcos son conocidos los turanios que se dirigen al oeste y se establecen en el Cercano Oriente; tártaros, aquellos que se asientan en Rusia; y mongoles, aquellos quienes permaneciendo en las cercanías de China, aparecen en diversas ocasiones en Occidente.

Las invasiones de estos pueblos cambiarán la imagen y la esencia misma de Oriente. Nómadas por excelencia, las consecutivas y diversas olas de turanios –turcos selyúcidas, mongoles, turkmenos, turcos otomanos- avanzarán durante siglos sobre el Cercano Oriente borrando literalmente todo lo que encuentren en su camino. Serán además, los que causen la destrucción de las civilizaciones autóctonas o las surgidas en la región siglos antes: Armenia, Irán, Bizancio, los pueblos balcánicos –y hasta los árabes- recibirán los golpes de gracia…

Es a comienzos del siglo XI pues, cuando los excelentes jinetes y no menos aguerridos soldados turco-selyúcidas empiezan sus ataques contra Armenia. Los reinos armenios de Aní y de Vaspurakán tendrán a su cargo la tarea inicial de contrarrestar una tras otra, las sucesivas incursiones turanias. No sería exagerado afirmar que desde esa misma época Armenia se convierte en el baluarte defensivo de Occidente. Claro que Bizancio no lo ve de ese modo y de allí comienzan sus desgracias. Y la de todos, en Asia Menor y en Europa.

Sin el apoyo de Constantinopla, los armenios se lanzan solos contra las incesantes invasiones selyúcidas. El reino armenio de Vaspurakán, menos poderoso que su vecino Pakraduní, no resiste los embates: el rey Senekerim muy pronto se da por vencido y acuerda con el emperador bizantino Basilio II hacerle entrega de su reino, obteniendo a cambio la ciudad de Sebastia y sus alrededores.

Allí se traslada junto con su gente y funda un nuevo feudo armenio, protectorado bizantino. Como consecuencia de esta migración masiva, cerca de 40 mil armenios abandonan las regiones del sur de Medz Hayk y se establecen en Sebastia y Arapkir. Se trata de un acto desesperado y sin precedentes de entrega de territorio ancestral que tendrá nefastas consecuencias para el futuro de Armenia.

Por su parte, el reino Pakraduní continúa resistiendo a pesar de todo y de todos. En 1021, bajo las murallas de Aní y comandados por Vasak Bahlavuní –quien cae en el campo de batalla- las fuerzas armenias asestan un duro golpe a las hordas selyúcidas.

Y ahora, lucha en dos frentes

Volvamos al acuerdo de Trebisonda protagonizado por el Gatoghigós Bedrós Kedatarts.

Tras la muerte de Hovhannes Smbat –y la simultánea de su hermano Ashot- el emperador Miguel IV de Bizancio se pone en marcha con un ejército de casi cien mil soldados para hacer efectivo el citado testamento. Es el año 1042. Y el emperador bizantino quiere cumplir con el ansiado objetivo de anexionar el reino de Aní. De hecho, no hace más que reclamar su “herencia”.

Pero no será tarea fácil: en plena resistencia aún contra los avances selyúcidas, un ejército armenio estimado en treinta mil hombres al mando del sbarabet Vahram Bahlavuní da un golpe relámpago y desbarata las fuerzas de Bizancio. A pesar del nuevo frente de batalla que le imponen a Armenia, los bizantinos sufren una grave derrota y sus víctimas mortales suman varios miles.

En el interín, los señores feudales coronan a Gaguik II -sobrino de Hovannes Smbat- rey de Armenia. A su turno, el nuevo emperador de Bizancio, Constantino IX “Monómaco”, tampoco logra someter por las armas al reino Pakraduní. Y lo intenta de otro modo: llama a Gaguik a Constantinopla para mantener conversaciones tendientes a la firma de un acuerdo de paz.

Tras la mediación del propio gatoghigós y la de un agente armenio – Vest Sarkís- al servicio de Bizancio, Gaguik cae en la trampa y viaja a la capital del imperio a pesar de las advertencias del sbarabet y de varios príncipes en sentido contrario. Una vez allí, el emperador lo obliga a renunciar al trono. El joven rey armenio se niega y es tomado prisionero. Armenia queda acéfala.

En 1045 Constantino avanza sobre la capital Aní y esta vez consigue sojuzgarla con la vergonzosa complicidad de Bedrós Kedatarts, quien ya le había enviado las llaves de la ciudad… Las mismas, que el rey armenio le había encomendado al partir…

Bizancio logra su objetivo: es dueño de Aní. Pero esta historia aún no ha terminado.

La segunda caída de Aní

Los selyúcidas, ahora al mando de Tugril Beg, vuelven a invadir Armenia en 1048. Arrasan Vaspurakán, avanzan sobre la región de Erzerum (Garín) y conquistan la ciudad de Ardzn, saqueando sus tesoros y masacrando a la población.

Los armenios ya no están en condiciones de oponer una resistencia armada organizada y generalizada como antaño: Bizancio ha ocupado el país pero no está dispuesto –por ahora- a dar batalla contra los selyúcidas para la defensa de Armenia. Además, no hay que olvidar que sus ejércitos están conformados por mercenarios. Así y todo, las fuerzas armenias que quedan en ciudades fortificadas como Aní y Manazkert organizan la autodefensa y oponen resistencia al invasor turco.

Tugril Beg reaparece en Amenia en 1054 y los bizantinos vuelven a hacer mutis por el foro. Una vez más, los armenios están abandonados a su suerte y obligados a defender solos su país. Los selyúcidas avanzan sobre el reino de Kars. El comandante armenio Tatul opone resistencia como puede pero es derrotado y tomado prisionero. Durante la batalla uno de los lugartenientes preferidos de Tugril es herido por los armenios. “Si se cura de la herida -dice el selyúcida a Tatul- te perdonaré la vida. Si muere, el precio de la venganza será la tuya”. “Si el golpe ha sido mío, es mortal”, responde Tatul (3).

A pesar de una nueva y heroica resistencia de las armas armenias en Aní, Manazkert y hasta en Etesia (Urfa) y Melitine (Malatia) en las provincias bizantinas, las hordas selyúcidas finalmente prevalecen.   

Será el hermano y sucesor de Tugril Beg, el célebre Alp Aslán, quien finalmente logre conquistar Aní en 1064. Esta segunda caída de la otrora brillante capital del reino Pakraduní vendrá acompañada de la destrucción de la ciudad y de la masacre de gran parte de su población. Los historiadores cuentan que los selyúcidas venían con el cuchillo entre los dientes…

Una vez tomado el baluarte de Aní, los turanios penetran en Asia Menor. Ahora sí, el emperador bizantino Romano IV intentará, en vano, salvar la situación: en 1071 avanza con un gran ejército hasta Manazkert (al norte del lago Van) donde se libra una histórica batalla cuyas consecuencias persisten hasta el día de hoy… (Se trata de “Aquel día terrible” que describen los historiadores y al que nos hemos referido en particular).

En ausencia de los armenios -víctimas de la obcecación política bizantina- el resultado de la confontación armada no puede ser otro que la victoria del sultán Alp Aslán. El ejército de Bizancio no sabe o no puede hacerle frente como es debido y hasta el emperador mismo es tomado prisionero.

El Imperio bizantino nunca se recuperará del golpe recibido en Manazkert. Si bien su existencia se prolongará por cuatro siglos más, ya no será la poderosa fuerza que otrora dominara toda el Asia Menor y los Balcanes. Por el contrario, se irá consumiendo política y territorialmente hasta caer definitivamente en manos otomanas en 1453.

Estas invasiones marcan también el fin de la independencia de Armenia, la que en los siglos posteriores vivirá en carne propia todo el terror de los pueblos turanios: a los selyúcidas les sucederán los mongoles de Genghiz Khan y de Tamerlán, los turkmenos y finalmente los turcos otomanos en el siglo XVI.

En cuanto a Aní y a su reino, en pocas décadas se transformará en una zona semidesértica, tal como permanece hasta nuestros días… La destrucción es tal, que treinta años después de la batalla de Manazkert, los Cruzados morirán de hambre y de sed -en su camino a Nicea y Tarso- en un país que había sido uno de los baluartes más ricos del mundo civilizado…

El legado cultural

Antes de referirnos al aspecto cultural, permítasenos unas palabras sobre otros dos aspectos no menos importantes de la historia del reino Pakraduní: el militar y el económico.

En cuanto al primero, hay que señalar que Armenia cuenta en ese entonces con un poderoso ejército. Si la creación del reino independiente se debe a la coyuntura geopolítica -conflicto de Bizancio con los árabes- su existencia de más de 150 años se debe a esa misma fuerza militar que lo sostiene.

Las filas del ejército van aumentando gradualmente y en época de Ashot III llegan a contar con casi noventa mil efectivos. Desde Tigrán el Grande, Armenia nunca había llegado a tener una fuerza similar. Se trata de un verdadero Estado para aquella época. Pero como hemos señalado, las divisiones internas, las traiciones y el hecho de tener que luchar en dos frentes al mismo tiempo, fueron catalizadores.

A esto hay que sumarle la ventaja de los nómadas turanios en el campo de batalla contra pueblos más avanzados de la época: un ejército conformado en su mayoría por una caballería ágil y rápida contra las lentas infanterías de armenios, bizantinos, europeos e incluso de chinos… Baste recordar las hazañas de los hunos en Europa, de los turcos en Oriente y de los mongoles en Cercano y Extremo Oriente.

En cuanto al aspecto económico, hemos destacado ya la importancia comercial de Aní y de otras ciudades armenias. Pero también se desarrolla la agricultura: gracias a un buen sistema de riego, las cosechas son abundantes. Se exporta trigo hasta a Bagdad. Los excelentes vinos armenios se venden por doquier. Se cultiva la vid, el algodón, la nuez y hasta el olivo. Y las tinturas que se producen en el país se tornan famosas para el teñido de lanas y sedas.

Además, crece la ganadería, en especial la equina, así como la actividad pesquera en ríos y lagos y la apicultura en monasterios. En cuanto a calidad y diversidad de productos (textiles, químicos, maderas, metales, cueros, alfombras y orfebrería), Armenia se convierte en uno de los principales centros de producción industrial y artesanal de Oriente.

Aní, Van, Kars, Dvin, Erzerum, Manazkert y Bitlis llegan a un alto nivel de desarrollo y riqueza gracias a las exportaciones de estos productos a Constantinopla y a Bagdad, los centros urbanos de mayor consumo de la época con cerca de un millón de habitantes cada uno.

Ahora sí, sobre el legado cultural.

No es casual que en el ámbito de la cultura el desarollo sea enorme: liberado el reino de Armenia de toda dominación foránea y en relativas condiciones de paz, el terreno es el propicio para el renacer de las artes, en especial las letras y la arquitectura.

Una vez más, es en el ámbito de la historiografía –ámbito preferido de los escritores armenios- en el cual aparecen las obras más importantes de la época. Sin entrar en detalles, baste señalar aquí la excelsa labor que realizan Tovmá Ardzruní, Mesrob Yerets, Sdepanós Asoghik, Mateós Urhayetsí, Krikor Maguisdrots y Aristakés Lastivertsí (4).

Dos figuras sobresalen en los siglos X y XII respectivamente: Krikor Naregatsí (San Gregorio de Narek) llamado el Píndaro armenio o el San Agustín de los armenios, es el teólogo, escritor, poeta y filósofo más destacado de la época, con su célebre libro de rezos y oraciones en verso denominado “Narek”; y Mkhitar Gosh, fiel representante del Renacimiento armenio, con su código de leyes civiles y canónicas utilizado tardíamente en Medz Hayk y de lleno en el futuro reino armenio de Cilicia.

Dentro del renacer cultural armenio de la época, la arquitectura ocupa un sitio de privilegio y merece un capítulo aparte. Cabe señalar, que en la Edad Media la arquitectura se convierte –en todas partes- en una de las artes superiores: pintores y escultores pasan a ser ayudantes y subordinados a ella.

Los Pakraduní son constructores incansables: la arquitectura brilla con todo su esplendor en las iglesias de Aní. En 1001 se finaliza la construcción de la ya mencionada Catedral obra del renombrado Drtad, quien posteriormente será llamado a reconstruir la de Santa Sofía en Constantinopla, dañada por un terremoto. De la misma época datan las famosas iglesias y capillas San Gregorio, Santos Apóstoles y San Salvador.

Pero no es sólo Aní: la iglesia de la Santa Cruz en la isla Aghtamar del lago Van (cuya fiel copia es la Catedral armenia de París), la de Marmashén, la de San Juan en Ghoshavank, la de los Santos Apóstoles en Kars y muchas otras, incluso en Georgia.

Excede los límites de esta nota citar los comentarios de estudiosos europeos, admiradores de estas obras maestras de la arquitectura armenia (5). Lo que sí debemos mencionar es que  todos coinciden en el hecho de que el estilo románico europeo –anterior al gótico- nace inspirado en la arquitectura armenia. Y no es de extrañar, pues es en el mismo siglo XI cuando se producen las primeras migraciones masivas de armenios (como consecuencia de las invasiones turanias) no sólo hacia el Asia Menor sino también hacia Europa.

Epílogo

El reino de los Pakraduní ha tenido un papel de suma importancia en la historia del pueblo armenio. Gracias a él –y al que surgirá luego en Cilicia- el Medioevo conocerá la existencia de un Estado armenio independiente. Es el reino de Aní el que vendrá a enlazar la era antigua con los tiempos medievales. Sin él, Armenia hubiera sido uno más de entre tantos Estados que existieron y desaparecieron en tiempos antiguos y no habría tenido un hilo conductor hasta los tiempos modernos.

Como señala A. Toynbee, lo que le faltó a la Armenia medieval fue un Tigrán el Grande que volviera a reunificar los territorios de Medz Hayk y Pokr Hayk (las dos partes de la Armenia histórica) en un gran Estado, que gracias a él había logrado perdurar durante casi cinco siglos (6).

Por el contrario, las divisiones internas y la creación de reinos paralelos al de Aní en momentos en que se necesitaba más que nunca de la unión, fueron consecuencia del orden feudal existente y de las características geográficas de Armenia.

Curiosamente, hay cierta similitud con la historia de España de la misma época, durante la liberación del dominio árabe y la reconquista del territorio español. Como Armenia, también España es un país montañoso, con zonas entrecortadas entre sí. Por ese motivo se crearon también allí diversos reinos, como el de Asturias, León, Castilla, Navarra y Aragón, cada uno de los cuales libró una lucha por separado contra el enemigo externo (7).

A pesar de las divisiones internas, el reino de Aní logró detener en múltiples ocasiones los avances de bizantinos y selyúcidas. Lo implacable fue el doble frente simultáneo, en algunos casos incluso en connivencia entre ambos invasores.

La ceguera política de Bizancio –llevada al extremo debido a discrepancias teológicas con los   “cismáticos” armenios- que finalmente dio paso a las ocupación selyúcida, es uno de los sinsentidos más grandes de la historia. Los emperadores bizantinos no habían aprendido la lección que bien sabían sus antecesores de Roma: Armenia siempre ha sido un baluarte para Occidente y lo que es perjudicial para ella, es un peligro para Europa.

Ricardo Yerganian
Exdirector de Diario Armenia

Notas
(1) F. Tournebize, “Histoire politique et religieuse de l’Arménie”, Paris, 1910, p.123
(2) Los historiadores del siglo XI y XII Aristakés Lastivertsí y Mateós Urhayetsí, son los que servirán de principal fuente para el conocimiento de los sucesos de esta época.
(3) Tournebize, óp. cit. p.130
(4) Jean Saint-Martin, orientalista francés y uno de los pioneros de la armenología en el siglo XIX, sostiene en sus “Memoires historiques et géographiques sur l’Arménie”, que los historiadores armenios de la época superan a sus contemporáneos árabes, persas o griegos.
(5) Ver a este respecto las obras de Wigram, J. Strzygowski, O. Dalton, J. Ebersolt y C. Diehl.
(6) A. Toynbee, “A summary of Armenian History”, Londres, 1916, p.601
(7) R. Ballester, “Historia de España”, Sexta Edición, Barcelona, 1933

Compartir: