El genocida impune siempre vuelve al lugar del crimen

03 de octubre de 2020

Sí, una vez más.

¿Acaso quedaba alguna duda…?

En una nota titulada Atracción fatal que publicamos en este diario el 19 de noviembre de 2019 con motivo de la visita de Erdogan a Washington, decíamos: “El presidente turco tiene su mirada puesta en el 2023. Hacia esa fecha apuntan todas y cada una de sus decisiones. Su intención es erigirse en segundo fundador de la patria en el centenario de la República. De ahí sus declaraciones de que hasta esa fecha Turquía, o ganará o perderá territorio (…) Y con cada paso que da en Siria, en Irak, en Chipre, en Libia o en el Egeo, no hace más que corroborar su política agresiva y expansionista que llega, a no dudarlo ni olvidarlo, hasta Artsaj y Najicheván”.

Cuesta creer lo que estamos viviendo. Cuesta creerlo no por lo inesperado sino porque cien años después la historia se repite. Vivimos un calco de 1918, con el peligro como entonces, de revivir un 1915.

Claro que con una diferencia fundamental: Armenia y Artsaj no son las de entonces. La heroica batalla de autodefensa que el ejército armenio está librando desde el 27 de septiembre contra la agresión conjunta de Turquía y Azerbaiyán se asemeja en valor y significado a los días de Sardarabad. Pero esta vez, después de 30 años de independencia y la consiguiente preparación de sus cuadros de defensa. Y la diáspora, hoy presente como factor de presión –organizada, movilizada y alzando su voz ante la comunidad internacional en decenas de países- ni siquiera existía un siglo atrás.

Es cierto que Turquía y Azerbaiyán tampoco son las de entonces en cuanto a potencial militar. Pero siguen siendo las de siempre en cuanto a sus objetivos: la unificación panturquista de sus países mediante el exterminio del pueblo armenio en Artsaj y en Armenia, único obstáculo en ese camino.

Y una vez más, la agresión se produce en momentos de convulsión internacional. La Primera Guerra Mundial entonces, la pandemia del coronavirus hoy. Uno se pregunta, ¿dónde habrá quedado ese pedido del secretario general de la ONU de paralizar todos los conflictos bélicos en esta época en la que el peligro se cierne sobre el conjunto del planeta? Es más ¿dónde está la condena expresa de ese mismo señor a Turquía y Azerbaiyán por haber iniciado una guerra en plena pandemia?

Sería más que ingenuo pretender que Turquía y Azerbaiyán detengan su agresión armada contra la existencia misma del pueblo armenio por las declaraciones del Consejo de Seguridad de la ONU o de los presidentes Trump, Putin y Macrón. Creemos en los hechos y no en palabras. Y el hecho es que Artsaj y Armenia están librando solas –por el momento- una batalla desigual no sólo contra un enemigo más poderoso, sino también contra terroristas internacionales que Turquía envió como mercenarios a Azerbaiyán. De eso ya no le cabe duda a nadie, ni a los EE.UU., ni a Rusia, ni a Francia, ni a Irán…

Lo más denigrante en esta guerra “no declarada” por Turquía y Azerbaiyán son las múltiples declaraciones que piden el “inmediato cese de las hostilidades” a ambos bandos, equiparando al agresor con el agredido. ¿Quién en su sano juicio podría afirmar que Artsaj y Armenia iniciaron esta guerra? ¿Qué beneficios tendrían de reiniciar un conflicto armado “congelado” hace treinta años?

Turquía es el único país que no sólo no llamó a un cese del conflicto sino que apoya sin tapujos a Bakú tanto en el campo de batalla como en el campo diplomático internacional. Más aún, criticó duramente la intervención de los copresidentes del grupo de Minsk y pidió que Armenia dejara de “ocupar Nagorno Karabaj”…

Cien años después, el genocida impune ha vuelto al lugar del crimen. ¡No pasarán!

Ricardo Yerganian
Ex director del Diario ARMENIA

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