El testimonio de una víctima del “monstruo” Salih Zeki Bey durante el Genocidio Armenio
Al leer la excelente nota publicada el día 18 de marzo por Carlos Boyadjian sobre del libro del historiador Arsen Avagyan acerca de las barbaridades cometidas por el malvado criminal Salih Zeki Bey, cuando llegué a la parte donde decía que había actuado en Everek sentí un escalofrío en el alma.
Mis padres habían nacido en los pueblos de Everek y Fenesé, que distaban una hora a pie una de la otra, y vivían allí en 1915. Actualmente ya no existen con esos nombres, y reunidos con otros pueblos constituyen la ciudad de Develi.
En mi niñez, cuando aún vivíamos en Estambul, nuestra casa estaba junto a la de mi tía Isguhí, y eran los lugares de reunión de todos los Everekzi que vivían o trabajaban en Estambul. Parecían clubes, se tomaba té o café, se charlaba de las novedades del día, a veces también del pasado. Y en ese momento, siempre aparecía el nombre del malvado Zeki. Solo con las cosas que escuchaba sobre él, sin haberlo conocido, ya lo aborrecía. Todo lo que dice el Sr. Arsen es absolutamente cierto.
Zeki era un gran manipulador y tenía la habilidad de convencer a la gente para que siempre estuvieran a su favor, ofreciéndoles poder, dinero, prestigio, una mejor vida. Lamentablemente, uno de los que fueron “convencidos” fue el director de la escuela armenia, de apellido Donikian, quien no dudó en denunciar a sus compatriotas, muchos de los cuales murieron colgados. Otro de los “convencidos” fue el intelectual Gülbenk Bedrosian, aún joven e inexperto en política, egresado del famoso colegio Tarsus College, de donde egresaron también varios intelectuales famosos. Había escrito varios poemas, a uno de ellos el compositor Hagop Chalukian había puesto música.
En esa poesía, destacando el valor, decía que incluso si lo colgaran en el Gólgota sus labios solo cantarían la fe que él tenía para la causa armenia. Sí cantó, pero la mancha fúnebre para muchos paisanos. Siendo casi un sobrino de mi abuelo Melkon Iskenderian, no tuvo reparos en denunciarlo a él y a su hermano Garabed, por esconder armas y fedaíes en sus casas. La familia Iskenderian eran los herreros de toda la comarca. Eran capaces de hacer todo en hierro, especialmente clavos grandes para la construcción de casas.
Por la denuncia de Gülbenk, mi abuelo y su hermano fueron llevados a la comisaría que Zeki usaba como su oficina. Allí, luego de interrogarlos y torturarlos por horas, al no descubrir nada, aumentaron los tormentos. Al escuchar los gritos y llantos de su hermano, mi abuelo se desmayó.
Al hermano de mi abuelo, que era el hombre más fuerte y valiente de toda la zona, le habían arrancado las uñas de las manos y de los pies con tenazas. Con mi abuelo no fueron menos, aplicando el método de tortura turca llamado falaka, que consiste en atar los pies descalzos a un madero y azotar las plantas de los pies con una vara flexible. Mi abuelo no pudo pisar el suelo durante cuatro meses hasta que se le sanaron las heridas. Por estar confinados en una choza en las afueras de Everek, se salvaron de la deportación de ese momento.
Mi madre, siendo una niña, desde el techo de esa choza vio colgadas varias sábanas por el camino. Luego supo por mi abuela, que eran armenios del pueblo que fueron colgados. Fue tal su impresión, que mi madre jamás pudo colgar una sábana.
Unos años más tarde, despreciado por los sobrevivientes del genocidio, Gülbenk se vio obligado a abandonar Everek y fue a vivir a Estambul.
En Estambul falleció, y a nadie deseo su muerte. Teniendo tanto dinero murió de hambre, como a muchos que mandó al desierto.
Dios no castiga con una vara pero es justo. Y por una llaga enorme en la boca, murió de hambre sin poder probar un bocado.
Supe que los 3 cementerios armenios de Estambul, ninguno aceptó su entierro en sus terrenos.
Yervant Sismanian