Entrevista a la Lic. Andrea Aghazarian: "¿Cómo sobrellevar lo que nos pasó a los armenios?"

03 de diciembre de 2020

La Licenciada en Psicoanálisis Andrea Aghazarian habló con Lala Toutonian para Diario ARMENIA sobre los diversos traumas que traen aparejados una guerra. Una guerra como la que si bien podemos decir “hemos vivido”, no es literal. Se batalló en Artsaj, una tierra lejana geográficamente a la Argentina pero infinitamente cercana a nuestra identidad, por lo que nos da una perspectiva propia. Muy analíticamente, la profesional se ocupó de desmenuzar cada una de las partes y con sencillas palabras, nos hace entender qué nos pasó y cómo sobrellevarlo.

—¿Cómo sorprendió la guerra a la comunidad armenia de la Argentina?

—La reciente guerra con Artsaj encontró a la comunidad armenia de Argentina desinformada, sorprendida, pero consiguió unir sus conducciones partidarias e institucionales; eso fue un paso importante. Los resultados se ven en lo institucional pero no alcanza para las acciones que hay que hacer hacia afuera o con Armenia. Por otro lado, no se llega al común de la gente que no está en una institución, y aún más difícil es transmitir hacia afuera de la diáspora. Considero que la responsabilidad es de las conducciones. La comunidad tenía voluntad, sentimiento y compromiso, pero sin un destino cierto ni contención, generó mucha angustia y todo tipo de síntomas en varios integrantes de la colectividad.

La reacción ante la noticia de esta guerra más destacada fue el impacto de la sorpresa y el sufrimiento. Luego, intentar juntar dinero de un modo más o menos colectivo y con emprendimientos particulares.

—¿Cómo te parece que se sale de esta situación?

—Con autocrítica, otra forma de pensarse armenio. Acciones. Actualizar la información en las escuelas y en los medios y desde la conducción. Ese grupo de personas que disponen de mayor información y más poder para trabajar en políticas institucionales ya no solo hacia adentro de la colectividad sino hacia afuera, son planos de trabajo que no tienen que estar aislados. La diáspora estaba en una “terapia intermedia”, repitiéndose a sí misma por años y la guerra de Artsaj lo visibilizó de un modo brutal. La repetición no da lugar a nada nuevo, y mucho menos a algo ajustado a los cambios de la realidad, en psicología, la repetición es pulsión de muerte. No se deben repetir los mismos errores, cometer otros sí, pero no los mismos. Solo eso puede cambiar el juego, no hay que olvidar que se juega con otros.

—¿Cómo éramos antes de la guerra de Artsaj?

—El ser humano está sometido al orden simbólico con sus propias estructuras, su dinamismo, el modo particular en que interviene para imponer coherencia. Nuestra identidad se constituyó a través de la identificación a un relato con algunos conceptos tales como víctimas, genocidio, reconocimiento, negacionismo, masacre, pogromos, bondad, comida, canto, música, familia armenia, moral, iglesia, fe. Esa construcción es una forma de pensarnos, es el relato que tenemos de nuestra historia colectiva y personal, el sentimiento que lo precede es el de culpa y derrota.

La identidad del pueblo de Armenia, además de identificarse con algunos de nuestros conceptos de nuestra forma de historizarnos colectivamente, tienen otros tantos conceptos tales como la Armenia soviética, idioma ruso, terremoto, carencia de gas, orfandad, pobreza extrema, partidos políticos, mafias, mujeres de negro, la Revolución de Terciopelo, héroes de guerra, conflicto bélico, Artsaj, y ahora se sumaron soldados, mutilaciones cuerpos, más mujeres de negro, huérfanos, duelos, solidaridad, hermandad y diásporas, como sinónimo de recurso económico.

Si bien tenemos mucho en común, nuestra identidad quedó detenida en el tiempo, porque no pudimos incorporar nuevos relatos, muchas veces porque en las diferencias partidarias el único acuerdo sin controversias fue el reclamo del reconocimiento del genocidio. Usamos más o menos los mismos métodos de reclamos durante 100 años y el mundo nos ofrece otras opciones, Armenia también con sus cambios radicales.

—¿Cómo se sobrelleva el dolor?

—El relato y la mirada de las imágenes de la guerra convocó el horror personal e íntimo de cada uno de nosotros: un dolor moral. Somos la última generación de armenios de la diáspora que conocimos a los sobrevivientes del genocidio de 1915, el trauma reedita el trauma de nuestros abuelos, recuerdos de personas que tenían sus nombres y apellidos, con caras, con vivencias compartidas, que venían de vivir una masacre. Es un saber y una experiencia de vida para nosotros, cargada de afectos personales que con esta guerra trocó en una deuda incumplida con nuestros abuelos, en forma simbólica a nuestros ancestros, por no haber podido mantener la paz, como una forma tardía y por sobre todo fallida de, por una vez, salvarlos. Es una fantasmática errada que termina sintiéndose como un fracaso personal. De ahí debemos salir. No fue eso esta guerra, fue la defensa ante un ataque asimétrico y feroz, no tan sorpresivo, con políticas de cálculos más o menos acertadas. La sangre de Armenia está criada a cuenta de la patria. La expectativa de cambio podría estar dada en que la política sea a cuenta de la preservación de la sangre. De eso nosotros nada sabemos, o poco y negado.

La conformación de cada diáspora está atravesada por cómo y dónde crecimos. Muchos somos los que lo hicimos en medio de la dictadura cívico militar religiosa de la Argentina, con escuelas, todas abanderadas a la a-política, lo que es un imposible. Ninguna sociedad se puede pensar sin política, tampoco la armenia. Un territorio “tapón” entre las extensiones de lo que fueron dos imperios, hoy dos potencias: Rusia y Turquía. La geopolítica ya no se define por cercanía territorial como antaño, ni por la moral de cada pueblo, en general más cercana que la de sus gobernantes, sino por el poder armamentístico, las alianzas políticas y económicas, así hubo mucho más que vecinos en esta guerra. Tampoco es la dimensión de su territorio la variable de poder, Armenia tiene 29,743 km² y, por ejemplo, Israel tiene 22,145 km². Tampoco es la historia de los pueblos la que define la geopolítica, ya que el Holocausto no fue suficiente para reconocer el genocidio del pueblo armenio. La geopolítica habrá que estudiarla si queremos sobrevivir. No necesitamos amigos sino aliados. No se pueden pedir alianzas si no nos solidarizamos con las causas comunes y de eso hay mucho en la diáspora.

La renegación o desmentida señala Freud, "es un modo de defensa en que el sujeto rehúsa reconocer la realidad de una percepción traumática”. La desmentida no pasa por el rechazo de la percepción del mundo exterior, sino por el rechazo de las consecuencias que dicha percepción provoca sobre una creencia previa que se quiere mantener. Los armenios deberíamos revisar cuál es la creencia previa que intentamos mantener y de qué nos estamos defendiendo. Estos procesos son inconscientes hasta que se ponen en palabras. Es por eso que el silencio, que es un protagonista en nuestra cultura, en particular en las mujeres, como recurso de supervivencia ante el horror y también por la ausencia de alguien que las pudiera oír, es uno de los éxitos determinantes de las prácticas genocidas que no debemos perpetuar. Además es esa la única forma de elaborar los duelos. De ahí que vemos como lo no elaborado se transmite de manera transgeneracional por décadas, intacto. El sujeto que no hace el duelo, tanto personal como colectivamente, queda en un estado de melancolía, así como la diáspora romantizó ubicándose como mártir de un sacrificio sagrado, en el sentido religioso del término, a riesgo de hacer de ello un altar celebrando un culto de lo que fue una inmensa derrota y nosotros los perdedores. La figura del perdedor así toma una entidad difícil de soltar, un destino conocido, marcado por la divinidad, un sacrificio por el Dios mismo. Ser los primeros en reconocer el cristianismo, el Monte Ararat, la historia de Noé, nos crean un espejismo de “pueblo sagrado”, la muestra permanente de la bondad, es un acto de desmentida, rechazando los peligros, que existen a propósito de ubicación geográfica del territorio armenio y del riesgo que significa tener una diáspora compasiva y binaria. Con respecto a la fe que estuvo muy presente en esta guerra, necesariamente, a veces me pregunto si la creencia es que Dios nos cuida o que debemos cuidar a Dios. Un padre siempre espera que sus hijos adultos aprendan a cuidarse a sí mismos, ahí también se reproduce una derrota.

—Hablanos sobre la transmisión y la lectura de la verdad.

—La verdad tiene un valor único y es algo de lo que huimos incesantemente, se requiere información para hacer política. Hay censuras en poder de unos pocos, hay información que no nos transmiten. Compartir este conocimiento nos daría la posibilidad de ejecutar acciones más adecuadas uniendo voluntades que ya existen. Fuimos en esta guerra una diáspora buscando un norte, sin conducción, mirando al cielo y rezando.

La Armenia moderna no nos fue suficientemente relatada. Nuestra Armenia, repasemos los relatos, es la Armenia antigua. Incluso hoy tenemos canales de inclusión endebles con nuestros compatriotas de Armenia que hoy intentan conformar, no sin costos, parte de la diáspora argentina, exclusiva, excluyente y expulsiva por su rigidez. Ninguna sociedad puede ser productiva si rechaza el conflicto. Los últimos liderazgos son solo de género y provienen de la juventud. Es a ellos a los que hay que darles lugares, no para estar, sino para problematizarla.

—¿Qué tipo de trauma viven los que fueron parte de la guerra?

—La guerra implica siempre al cuerpo y a la destrucción del organismo humano, aunque el cuerpo no esté en el campo de batalla, la psiquismo lo afecta.. Aparece el estrés postraumático, con síntomas como, pesadillas, insomnio, recuerdos repentinos, evitar situaciones que recuerden el trauma, reaccionar exageradamente ante los estímulos, ansiedad intensa, depresión, agitación, irritabilidad, aislamiento social, comportamiento autodestructivo, hipervigilancia, hostilidad, escenas retrospectivas, desconfianza, miedo, pérdida del interés o placer, culpa, soledad, desapego emocional y pensamientos no deseados.

—¿Cuál es la mejor manera de enfrentar las consecuencias de esta guerra?

—El éxito de los psicópatas, y de esto se tratan bastante algunas políticas, es el control de sus víctimas, el éxito de los perversos, de esto se trata bastante una guerra, es saber sobre el sufrimiento de sus víctimas. No permitamos que nos ganen esta otra batalla. El dolor dejémoslo para las madres que "entregaron" a sus hijos a la guerra y sus familias que, para ellos sí, es inexorable. Nosotros debemos estar fuertes, lúcidos, inteligentes y unidos. Ellas y ellos necesitan diásporas fuertes anímicamente también. Lo nuestro será preocupación, elaboración, trabajo conjunto, acción y fundamentalmente sostén. No creo que nos podamos permitir debilidad anímica cuando los que realmente sufren son ellos y así, otra vez, negarlos. La geopolítica es un tablero de ajedrez, aprendamos a jugarlo. Hagamos arte, hagamos justicia, ciencia, tecnología, dinero, sociología, psicología, prensa en definitiva poder, pero no es tiempo de reproducir el dolor que hoy debe ser exclusividad de los que perdieron afectos, estabilidad psíquica, piernas y brazos; esa es la otra guerra que quieren ganar. Si quieren luchar, ya saben por donde no es. Si nos faltan líderes, lideremos.

Los muertos del “genocidio olvidado”, como se lo ha llamado, son desaparecidos, el negacionismo es parte de los métodos genocidas, los transforma en “aquellos que nunca existieron”, ahí hay un hueco que debe ser llenado con palabras, vivencias y elaboración.

Hubo sí un reconocimiento, el de las víctimas, ya no del genocidio sino del negacionismo. El mayor riesgo, es que nos reconozcan como víctimas y así nosotros identificarnos con el lugar en que el otro nos nombra, que nos pensemos víctimas reeditando así al victimario, confirmándolo en esa posición. Ponerse en la posición de poder, puede aparecer como una amenaza de ser por una vez victimarios, una idea errada rechazada de plano, y así con ella el poder.

Andrea Aghazarian nació en Buenos Aires, es segunda generación de los sobrevivientes del genocidio armenio. Es Licenciada en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Su formación clínica de posgrado la hizo en el Hospital Moyano, Hospital Álvarez, Universidad de Buenos Aires terapias multifamiliares, sexuación, género, abuso sexual, psicoanálisis freudiano y lacaniano. Formó una ONG Asociación de Buenos Aires, en la que estuvo a su cargo el Área de Salud, por el que obtuvo una mención especial por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Es psicoanalista, especializada en abuso sexual en la infancia y violencia de género. Autora de la página Mujeres Armenias, #niunamenos, donde denuncia las prácticas genocidas y las violencias machistas contra la mujer armenia. Actualmente trabaja en clínica psicoanalítica con pacientes en consultorio, supervisa, integra varios equipos interdisciplinarios de trabajo y tiene un equipo especializado en abuso sexual. Trabaja en la difusión y divulgación en medios escritos, radiales y televisivos.

Lala Toutonian
Periodista
latoutonian@gmail.com

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