Opinión

Erdogan se anota en la lista de gobernantes autócratas

21 de abril de 2017

el-nuevo-palacio-del-sultan-erdoganAcaba de finalizar el referendo en Turquía y los resultados parecen haberle dado la victoria a Recep Tayyip Erdogan, el presidente que busca perpetuarse en el poder mediante una reforma constitucional que le otorgaría todos los poderes del estado al mejor estilo de los sultanatos.

Pero tras los primeros cómputos dados a conocer por las agencias internacionales se confirmó la sospecha que habían dejado trascender miembros de la oposición política turca en dirección a que la consulta constitucional iba estar amañada. De hecho, observadores de organismos europeos como la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa) anticiparon en su primera comunicación que la consulta se desarrolló en un "marco legal inadecuado" que no respetó los estándares del Consejo de Europa.

Las denuncias de fraude ya se conocían horas después de abiertas las urnas cuando activistas opositores señalaban que se infringían normas electorales al aceptar la utilización de papeletas no firmadas por las autoridades de cada mesa. El modus operandi era sencillo, preparar el terreno para el relleno de urnas evadiendo controles ya establecidos por el código electoral turco.

Erdogan sabía de antemano que el pueblo le retacearía el apoyo para convertirse en el nuevo “sultán” turco. Su mayor caudal electoral proviene de regiones del interior de Turquía en las que los ciudadanos viven sometidos desde hace mucho tiempo a los caprichos de un mandatario que no duda en encarcelar a quienes piensen distinto o se atrevan a desafiarlo exponiendo sus miserias. El miedo es suficiente acicate para obtener votos que en un marco de libertad seguramente tendrían otros destinatarios.

La otra Turquía, aquella que buscó por décadas asemejarse a Europa, con la mente abierta a los progresos y siguiendo los conceptos laicos legados por Atatürk, estaba en contra de las aspiraciones totalitarias de un individuo frío y calculador para el que el valor de la vida es insignificante. Un déspota que somete a prácticas genocidas a sus minorías kurdas, que no duda en perseguir a sus opositores y que es capaz además de fabricarse un autogolpe para justificar su mísero accionar.

Erdogan puso a Europa en su contra con vergonzosas declaraciones en las que acusó de nazis a los funcionarios alemanes y holandeses que “osaron” prohibir actos de su campaña proselitista en sus países. Pero esa aparente extralimitación no era más que una puesta en escena para intentar convencer a los ciudadanos turcos que el enemigo es otro. Que él sería quien aglutinara al pueblo y lo llevara al esplendor que promete sin bases consistentes.

Pero algo falló, la exigua diferencia obtenida aun a pesar de manipular leyes y cometer seguramente infinidad de fraudes, tantos como los casi tres millones de votos que reclama la oposición como dudosos, quita legitimidad y apoyo a los cambios constitucionales.

Lo que sobrevendrá en los próximos días es difícil de pronosticar. Al cierre de esta edición ya se estaban produciendo las primeras protestas. La amenaza de la represión seguramente no detendrá la movilización popular reclamando la invalidación del referendo, algo ya reclamado por los partidos políticos de la oposición.

Sin embargo, el mayor peligro que enfrentará la sociedad turca a partir de este referendo es el de una marcada división entre quienes están a favor de Erdogan y aquellos que reclaman se respeten las leyes y la constitución vigentes. El riesgo de una guerra civil no debe ser ignorado. De cualquier forma se avecinan días oscuros para Turquía y su próximo “sultán”.

 

Jorge Rubén Kazandjian

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